Feb 1, 2022 | KOMUNIKATUAK, PRINCIPAL (izquierda)
DECLARACION IV INTERNACIONAL
Hay que movilizarse contra las amenazas militares (y nucleares) que se perfilan en el horizonte, en un marco de inestabilidad política, desorden económico y colisión interimperialista, defendamos los derechos de la población ucraniana
Una situación grave y peligrosa con una dimensión geopolítica mundial
Desde hace aproximadamente un mes estamos asistiendo a una escalada militar en torno a Ucrania que constituye una grave amenaza para Europa y el mundo y que nos retrotrae a las crisis más graves de los momentos álgidos de la Guerra Fría, como la Guerra de Corea (1950-53), la crisis de los misiles de Cuba de 1962 o el despliegue de los euromisiles (y los SS20 soviéticos) a principios de los años 80, cuando Ronald Reagan contempló la posibilidad de recurrir a armamento nuclear táctico en el teatro europeo.
La peligrosidad de la espiral verbal y militar en curso y el riesgo de deslizarnos hacia un conflicto armado, ya sea de baja intensidad o de gran alcance, localizado o generalizado, convencional o que incluya también alguna forma de amenaza nuclear, es mayor que en los episodios ya mencionados. Si bien el pueblo ucraniano es el primero en verse afectado, las amenazas conciernen a todos los actores implicados en la espiral verbal y belicosa de la crisis actual, en particular a todos los pueblos de Europa.
Por tanto, nos enfrentamos a un doble reto:
- para responder a los temores expresados en Ucrania sobre las tropas rusas en sus fronteras, supuestamente con el fin de impedir la integración de Ucrania en la OTAN;
- tomar la medida de los peligros reales producidos por la escalada de declaraciones belicosas y comportamientos cuyos intereses van más allá de la cuestión
Nuestra posición global sobre la OTAN es doble: tras la Segunda Guerra Mundial la Cuarta Internacional se opuso a la OTAN cuando se creó y, a fortiori, exigió que la Alianza Atlántica se desmantelada en 1991 junto al Pacto de Varsovia, y condenamos la retórica y el comportamiento imperialista de Rusia, que ha llevado a una parte creciente de la población ucraniana a volverse hacia la OTAN. La retirada de las fuerzas extranjeras (atlánticas y rusas) y la neutralidad militar de Ucrania son la única protección de su independencia. Pero es el pueblo ucraniano -y no el chantaje y las negociaciones entre las grandes potencias- quien debe decidir su pertenencia o no a la OTAN.
Los principales factores que contribuyen al peligro de una situación geopolítica inestable son
- Grandes cuestiones energéticas (especialmente asociadas a los problemas de la transición a las energías renovables) con la potencia rusa capaz de explotar las diferentes situaciones energéticas (y dependencias) de la UE y los EE.UU. – en el contexto de una enorme volatilidad económica y el riesgo muy real de un nuevo crack financiero; problemas de escasez e inflación, dificultades energéticas y grandes problemas de la transición a las energías
- Una acumulación de conflictos armados en la antigua Unión Soviética, desde Ucrania desde 2014 hasta Georgia, Armenia y Azerbaiyán, pasando por Chechenia y un largo proceso de reconstrucción del poder militar ruso y de recuperación de los reveses y humillaciones sufridos desde el final de la Guerra Fría – y una relativa consolidación del dominio ruso sobre Bielorrusia y Kazajistán que alienta el postureo de gran potencia de Putin.
- Y, más concretamente, la crisis del sistema político y la inestabilidad interna de Estados Unidos -apenas un año después del asalto golpista al Capitolio promovido impunemente por un Trump que se ve volviendo a la Casa Blanca muy rápidamente-, la Unión Europea y, sobre todo, la propia Rusia, tras dos años de pandemia y revueltas generalizadas contra el autoritarismo, la corrupción y la represión.
- El estancamiento del “formato Normandía” (Francia, Alemania, Rusia, Ucrania) de gestión del conflicto en Ucrania tras la ocupación rusa de Crimea desde
Tanto Putin como Biden necesitan dar una imagen de firmeza y agresividad importante por un lado para recuperar credibilidad y legitimidad internas y por el otro para disciplinar a lo que consideran sus respectivas áreas de influencia: Putin para reponerse de la mayor oleada de protestas antiautoritarias desde la Perestroika que vive Rusia desde hace varios meses y las revueltas contra la corrupción, las desigualdades y el paternalismo postestaliniano en lo que él cree ser área de influencia rusa (Bielorusia, Kazajistán, etc…); Biden, que está a las puertas de unas elecciones midterm al Congreso, tras una retirada humillante de Afganistán y lastrado por una decepcionante gestión interna que le ha reportado un nivel de impopularidad comparable a la cosechada por Trump en los últimos meses de su presidencia.
La posición de Putin dentro de Rusia también depende directamente de su postura de política exterior. Su cuarto mandato presidencial finaliza en 2024, tras lo cual tendrá que conservar el poder (ante el descenso de su popularidad) o cederlo a su “sucesor”. Este proceso de “tránsito de poder” en una situación de completa degradación de todas las instituciones políticas sólo depende de la propia decisión de Putin y de su capacidad para reunir a las élites burocráticas y financieras a su alrededor frente a las amenazas internas y externas.
Primera amenaza de guerra nuclear en sesenta años
La arrogancia de sus respectivas declaraciones es proporcional a su debilidad política: “espero que Putin sea consciente de que se encuentra no muy lejos de una guerra nuclear”. “Putin quiere probar a Occidente y pagará por ello un precio que le hará arrepentirse de lo que ha hecho”, dijo Biden durante una rueda de prensa el pasado 20 de enero. Pero las declaraciones belicosas de este tipo, aunque sean fruto de gesticulaciones y de una partida de póker de mentiras, nunca son inocuas y sin riesgo de espiral incontrolada.
El factor determinante que explica la masiva concentración de sus tropas en la frontera norte y este de Ucrania es el temor ruso ante una hipotética entrada de Ucrania en la OTAN, que permitiría un despliegue de armamento nuclear hostil al lado de su país.
A 30 años del fin de la URSS y la disolución del Pacto de Varsovia: entre la ampliación de la OTAN y la reconstrucción del imperialismo ruso
Cuando Mijaíl Gorbachov decidió desmantelar el Pacto de Varsovia hace 30 años los mandatarios de la OTAN acordaron que harían lo propio con ésta y se comprometieron a que la futura Alemania reunificada fuera un país neutral, como lo había sido Austria desde el fin de la II Guerra Mundial. Como sabemos, no solamente la Alemania reunificada se integró en la Alianza Atlántica, sino que ésta no ha hecho más que extenderse hacia el Este y ha integrado a la mayoría de los países que durante 45 años habían pertenecido al Bloque Soviético: en 1999 Polonia, República Checa y Hungría. En 2004 Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia hicieron lo propio. Albania y Croacia en 2009 y en 2020 ha sido el turno de Macedonia del Norte.
El mantenimiento y la expansión de la OTAN, lejos de pacificar las relaciones del continente, las está tensando, y sólo puede fomentar una gran lógica expansionista rusa en detrimento de los países situados entre la UE y la Unión Euroasiática dominada por Moscú.
La movilización militar de Rusia a lo largo de la frontera ucraniana es la razón por la que Biden anunció que estaba dispuesto a negociar que no se desplegaran armas estratégicas en Ucrania y que la adhesión de este país a la OTAN no estaba en la agenda. Sin embargo, no podemos olvidar que, según los propios informes del FBI, desde el derrocamiento del gobierno Yanukovich en Ucrania, la anexión de Crimea por parte de Rusia y el inicio de la secesión en el Donbass, Ucrania se ha convertido en un campo de entrenamiento para el movimiento fascista internacional, que reclutó a combatientes antirrusos para integrarlos en las milicias ucranianas de la misma manera que el fundamentalismo islámico utilizó la guerra de Afganistán primero (con la formación de Al Qaeda en su momento por la CIA y la inteligencia militar pakistaní), luego la guerra de Bosnia y, más recientemente, la de Irak y Siria (origen del terrorismo de Daesh). Pero la llamada “República Popular de Donetz” también está reclutando fuerzas fascistas y ultranacionalistas eslavas.
Lógicamente, a pesar de la escalada rusa y de la movilización de las tropas de la OTAN y del armamento estadounidense estacionado en las repúblicas bálticas, afortunadamente hay margen para la negociación, pero será difícil llegar a una solución flexible cuando ambas partes han tensado mucho la situación y parten de posiciones de debilidad política e inestabilidad institucional interna.
De las locuras militares a las locuras económicas: sobre las “sanciones” con las que amenaza Biden
A pesar de la agresividad de Biden y de la OTAN, las potencias europeas están divididas sobre lo que hay que hacer. Si bien algunos países como Francia y Alemania son muy renuentes a la disuasión militar, la actitud servil del gobierno “progresista” español es particularmente patética. Lógicamente, Alemania es un país clave en este escenario, ya que su vulnerabilidad económica y su dependencia energética de Rusia es enorme. Biden amenaza con sanciones nunca vistas, como expulsar a Rusia del sistema global de pagos SWIFT o cortar el gaseoducto “Nord Stream 2”, a las que Putin responde diciendo que eso significaría la “completa ruptura de relaciones” con Estados Unidos. Si Rusia, que ha estado aumentando deliberadamente el precio del gas que exporta a Europa como medida de presión geopolítica durante meses, decidiera o bien seguir escalando el precio o interrumpir directamente el suministro, estamos hablando de una drástica reducción de la actividad industrial y del suministro de electricidad y calefacción a buena parte Centroeuropa con su consiguiente impacto socioeconómico, que sin duda sería dramático. Por otro lado, si se expulsara a Rusia del sistema SWIFT muy probablemente los 56.000 millones de dólares en activos financieros occidentales y los 310.000 millones de euros colocados en empresas rusas correrían severo peligro al convertirse inmediatamente en blanco de la respuesta rusa (de hecho, incluso algunos funcionarios occidentales también afirman que esto no es realista). No cabe duda de que una guerra energética, financiera y comercial de este calibre sería letal para una economía global que arrastra consigo dos años de pandemia y todos los efectos desestabilizadores acumulados de cuarenta años de onda larga recesiva, financiarización y desregulación neoliberal y, último pero no menos importante, favorecería un mayor acercamiento geoeconómico y geopolítico entre Rusia y China, la mayor pesadilla imaginable para los estrategas de Washington.
Incógnitas de la situación
Las autoridades estadounidenses y británicas están ordenando a sus ciudadanos que abandonen Ucrania, alegando el peligro de una invasión rusa del país. Estas acciones ayudan a crear una psicosis bélica y a tensar todavía más la situación. Sin embargo, Alemania ha vetado la entrega de armas de la antigua RDA (Alemania del Este) a Ucrania que pretendían algunas repúblicas bálticas. Los vuelos militares británicos que estos días están llevando armas a Ucrania eluden sobrevolar territorio alemán. Paradójicamente, los pocos comentarios sensatos ante el panorama actual no provienen de políticos o periodistas, sino de algunos militares: “Los medios de comunicación están echando leña al fuego de un conflicto, tengo la impresión de que nadie se da cuenta de lo que una guerra significa en realidad”, dice el General Harald Kujat, ex inspector general del Bundeswehr. “No puede ser que solo hablemos de guerra en lugar de cómo impedir una guerra”.
La situación política rusa y las intenciones de Putin
Rusia, con un presupuesto militar equivalente al 3% del gasto militar mundial (no olvidemos que estamos hablando del segundo ejército convencional del mundo, de unas fuerzas terrestres equiparables a las norteamericanas y de un arsenal nuclear casi equivalente al estadounidense), está jugando un juego desestabilizador muy peligroso en un contexto de división estratégica y de crisis interna de la OTAN, que puede provocar una reacción muy agresiva de dicha alianza militar. Al contrario de lo que sostienen las corrientes de izquierda campistas nostálgicas de la Guerra Fría que confunden la política neozarista, oligárquica y nacionalista de Putin -que ha contribuido a aplastar rebeliones y revoluciones populares genuinas en Siria, Bielorusia y Kazajistán y a amordazar, reprimir e intimidar a la oposición democrática y las fuerzas populares de la Federación Rusa- con la política revolucionaria, proletaria e internacionalista de Lenin, la política exterior rusa es indudablemente reaccionaria.
En la actualidad, la sociedad rusa sufre una pobreza y una desigualdad masivas (incluso mayores que las de Estados Unidos). De hecho, la “nueva arquitectura del mundo” que defiende Rusia es el viejo imperialismo de principios del siglo XX, en el que el mundo está dividido en “esferas de intereses” de las grandes potencias y a los países pequeños se les niega cualquier derecho a controlar su propio destino. Desde esta perspectiva, el principal reclamo de Rusia a Estados Unidos es que ha construido un mundo “único y soberano” (según la famosa frase de Putin) y no está dispuesta a compartirlo con el resto de los actores globales.
No obstante, para la mayoría de los medios de comunicación occidentales Putin y el “temible” Lavrov son los únicos villanos de la película. Pero la verdad es que, en palabras de alguien tan poco sospechoso de radicalismo bolchevique como Oskar Lafontaine, “en el mundo hay muchas bandas de asesinos pero si contamos los muertos que causan, la cuadrilla criminal de Washington es la peor”. Lo que necesita el pueblo ruso es distensión, una posibilidad para desarrollar una oposición democrática y popular capaz de fracturar la frágil alianza entre burocracia postestalinista y oligarquía mafiosa que constituye la base del régimen autoritario encarnado por Putin, de desactivar la histeria nacionalista que cohesiona dicho bloque reaccionario y de relanzar las reivindicaciones de la juventud, las mujeres y el mundo del trabajo en clave internacionalista.
¿Qué cabe esperar?
Que Rusia vaya a “invadir Ucrania”, ocupando todo el país, está completamente descartado. En las calles de Budapest, todavía hoy se ven los rastros de la ocupación soviética de 1956. Lo que ocurrió entonces en Hungría sería un juego de niños comparado con lo que ocurriría en Ucrania en la actualidad.
Lo que sí es mucho más probable es que Putin instale misiles nucleares “tácticos” en Bielorrusia, Kaliningrado y otros territorios cercanos. No puede excluirse tampoco la posibilidad de una anexión del Donbass. Los actuales precios del petróleo y el gas al alza y la previsión de que se mantengan, podrían permitir al Kremlin sufragar los costes económicos de dichas operaciones. Y, aunque sea menos probable y mucho más arriesgado -y, con toda seguridad, muchísimo más sangriento-, tampoco puede descartarse una operación militar rusa para tomar la zona al sur del Donbass (Mariupol) para organizar un cinturón de seguridad en dirección suroeste y conectar dos zonas rebeldes con la península de Crimea.
Tareas de las fuerzas revolucionarias, pacifistas y democráticas en Europa y en el mundo
Los acontecimientos en curso son graves y extraordinariamente peligrosos para la paz en Europa. Como sabemos, en situaciones de tensión máxima ningún actor es dueño absoluto de los acontecimientos y cualquier accidente puede detonar situaciones incontrolables. Urge una movilización a nivel internacional que siente las bases para una ofensiva antimilitarista y antinuclear a nivel mundial. Las tensiones en la zona Asia- Pacífico también están relacionadas con la escalada en curso en Ucrania y las tentaciones imperialistas en momentos de crisis económica, social e institucional de las grandes potencias son particularmente peligrosas. Por todo ello, llamamos a las organizaciones políticas, sociales, asociativas, nacionales, regionales e internacionales a buscar grandes citas de movilización internacional para enlazar de nuevo con el impulso internacionalista y solidario de la izquierda.
¡Organicemos la movilización por la desescalada, la paz, la disolución de los bloques y la autodeterminación de los pueblos!
Buró Ejecutivo de la Cuarta Internacional 30 de enero de 2022
Dic 20, 2021 | PRINCIPAL (izquierda)
Lorena Cabrerizo *
“Para que las fuerzas prácticas desatadas en un momento histórico dado sean eficaces y expansivas es necesario construir sobre la base de una práctica determinada una teoría que por coincidir e identificarse con los elementos decisivos de esa misma práctica, acelere el proceso histórico en el acto mismo, vuelva más homogénea coherente y eficaz en todos sus aspectos aquella práctica” (Antonio Gramsci)
Bajo el lema “Hacer posible la revolución: organizarse para avanzar”, se celebró los pasados días 11 y 12 de diciembre el III Congreso de Anticapitalistas, previsto para 2020 y aplazado a causa de la pandemia. Un Congreso que, a diferencia del anterior, se enmarca en un cambio de fase política y social, de temporalidad incierta, y que requiere un profundo replanteamiento de nuestra estrategia y de las tareas revolucionarias asociadas a la construcción de un nuevo sujeto político anticapitalista con capacidad para asumir los enormes retos que enfrentamos.
Caracterizar esta nueva fase no es sencillo. No obstante, se están produciendo movimientos a escala global, europea y del Estado español que permiten perfilar, sin riesgo a equivocarnos, los contornos de un sistema mundo caracterizado por el incremento de las desigualdades y de la conflictividad, tanto al interior de las sociedades como entre países, fruto de una mayor explotación por parte del capital.
La situación global en la era de la covid viene marcada por una nueva fase de crisis económica que acentúa las tendencias depresivas de las tasas de ganancia que acompañan al capitalismo desde hace décadas, un hecho que acelerará el proceso de reordenamiento de las potencias y actores mundiales en una fuerte pelea por redefinir el hegemon de la nueva globalización. Por eso pensamos que la crisis de la covid, aun siendo contingente, tiene raíces estructurales asociadas directamente al sistema económico vigente. Se trata de una nueva carrera por los recursos, con la aparición de nueva formas de expolio de los países empobrecidos, muy vinculada a la crisis ecosocial por la finitud de recursos, la sobre-explotación destructiva de la naturaleza y el bloqueo de las posibilidades de desarrollo del capitalismo, que dividirá el mundo en zonas de influencia que compitan entre sí y condicionará los nuevos desarrollos políticos.
El capital ya no tiene dónde desplazarse y necesita reiniciar sus ciclos de recuperación. A nivel de acumulación interna, hay tres factores claves que se viene constatando desde la crisis anterior: la mercantilización de los servicios públicos, el ataque a los salarios y la expulsión fuera del terreno de los derechos de todo lo relacionado con la reproducción social. Lejos de haber generado menos estado, el neoliberalismo lo ha reforzado y convertido en un instrumento clave para financiar al capital y legislar a favor de sus intereses, al tiempo que retira la intervención genuinamente estatal para reducir desigualdades y pobreza. Si bien a raíz de la crisis covid algunos gobiernos están poniendo en marcha planes de expansión del gasto público para impulsar el consumo y paliar el hundimiento social de amplios sectores de población mediante mecanismos monetarios (relajamiento de las normas ordoliberales sobre el déficit, relanzamiento de la deuda soberana, etc.) éstos no dejan de ser instrumentos para empujar la recuperación de los beneficios del capital.
En cuanto a la UE, su indiscutible decadencia la vemos reflejada en la crisis económica, las desigualdades crecientes centro-periferia y la paralización de su construcción política, a la vez que aumenta el número de estados gobernados por la extrema derecha que desafían esa arquitectura institucional y que están demostrando mucha capacidad para marcar agenda europea. Por su parte, la izquierda se encuentra sumamente debilitada, con Grecia y la derrota de las esperanzas populares que despertó el oxi como punto indiscutible de inflexión. Si bien un desmembramiento en clave de repliegue nacional-estatal liderado por la extrema derecha aceleraría la recomposición reaccionaria, cualquier gobierno de izquierdas que se precie como tal tiene que enfrentarse a los límites impuestos por la UE mediante la desobediencia a los Tratados, avanzando en una ruptura en clave popular mientras busca alianzas internacionales y extiende su lucha y genera contradicciones al corazón de los demás países. En términos de construcción de sujeto político, nuestra propuesta busca una gran alianza de las trabajadoras europeas frente a sus respectivas burguesías; es decir, partiendo de la lucha de clases en cada estado, hay que avanzar en formas supranacionales de colaboración, buscando soluciones en una escala europea y tratando de construir movimientos sociales y políticos globales pero con raíces firmes en la realidad local.
Tendencias y contrapesos en la crisis del neoliberalismo
Las principales expresiones políticas que se han derivado de esta reconfiguración del escenario mundial son, principalmente, el auge de la extrema derecha y crisis orgánicas y revueltas. Caracterizar bien los nuevos autoritarismos, definiendo sus diferencias con los fascismos clásicos pero también sus líneas de continuidad, es importante para combatir frivolidades e instrumentalizaciones que justifiquen alianzas con las élites en torno a una defensa abstracta de unos regímenes constitucionales en los cuales los derechos democráticos están cada vez más degradados. Nuestra propuesta antifascista no es el frentepopulismo (que renuncia a la ruptura socialista al ligar la defensa de la democracia a la renuncia a la lucha de clases, mediante un pacto con la burguesía y sus representaciones políticas) ni tampoco el antifascismo defensivo e identitario. Bien al contrario, proponemos la recomposición de la unidad de la clase trabajadora en un sentido amplio, primero entendiendo que la clase trabajadora actual es diversa y, por tanto, que la clase trabajadora migrante es parte del movimiento obrero, y segundo, que no solo se trata de mejorar sus condiciones sino también de llevar a cabo reformas que favorezcan su posición estructural en la sociedad y su capacidad de lucha. Para recomponer un movimiento emancipatorio de clase debemos contar con todos los movimientos (sindical, ecologista, feminista, lgtbiq, antirracista, etc.) porque son consustanciales a la lucha trabajo-capital e imprescindibles para acabar con todas las formas de opresión y con instituciones como el patriarcado, y evitar así el colapso ecológico. Por ello es importante dirigir todos los esfuerzos hacia la construcción de una alianza de los movimientos emancipatorios y desarrollar fórmulas organizativas que identifiquen dónde están los nodos de poder estructural de la clase trabajadora capaces de atacar al capital en el terreno de la producción (¿qué huelga y en qué sectores es más eficaz hoy?) y de la reproducción (huelga feminista).
La cara b del auge de la extrema derecha y de las debilidades de la izquierda son las crisis orgánicas y su forma revuelta, con el proceso chileno como evidencia, que expresan un alto grado de malestar y que, sin embargo, carecen en sus inicios de proyecto y armazón política. En términos destituyentes, el éxito de estos estallidos sociales de naturaleza espontánea dependerá del tejido vivo que exista en las sociedades donde ocurren, y de su capacidad para dar soporte organizativo y dirección política al movimiento. Es urgente, por tanto, prepararse desde la izquierda para estos acontecimientos y poder defendernos ante procesos de restauración del consenso, avanzando así hacia la reorganización política. No nos cabe duda de que, a medida que la grieta de la desigualdad se haga más profunda, estos episodios serán cada vez más frecuentes e intensos, y no podemos permitir que se suturen a fuerza de represión.
Estas tendencias descritas también tienen su correlato en el Estado español. Tras un ciclo político intenso de ascenso de la izquierda que se inició con la crisis del 2008 y dio paso a la irrupción de expresiones políticas partidarias y sociales (15M, Podemos, referéndum catalán, etc.), más de una década después, éstas han desembocado en dique seco, hundiendo en la desafección política a amplios sectores de la sociedad y, lo que es más preocupante, acelerando una desmovilización que es ya generalizada. Un repliegue que se extiende incluso a los movimientos sociales y sindicales que han adoptado una lógica de apoyo y negociación con el gobierno y que van perdiendo progresivamente espacios y poder social, capacidad de combate y autonomía.
Considerando que la crisis actual está golpeando de forma profusa a nuestra clase (especialmente a mujeres, jóvenes y población migrante), por la condición semiperiférica de la economía español dentro de la división internacional del trabajo (turismo, industria desmantelada y con bajo valor añadido, etc.), el actual gobierno de coalición es un gobierno incapaz de llevar a cabo reformas contundentes que reviertan la precaria situación de cada vez más capas de la sociedad. Si bien está consiguiendo pasivizar momentáneamente las posibilidades de la protesta, no está obteniendo los logros mínimos programáticos que constituían sus de por sí modestas promesas electorales, demostrando su incapacidad para enfrentarse a las grandes empresas, como las energéticas o los fondos buitre, ni tampoco interviniendo favorablemente hacia la población en el terreno de las libertades y derechos civiles. Más bien al contrario, tal y como estamos observando en Cádiz con la feroz represión contra quienes ejercen legítimamente su derecho a huelga o la salvaje sentencia contra los seis chavales de Zaragoza.
Nos dirigimos, así, hacia la perpetuación de un modelo en declive (precarización, bajos salarios, debilitamiento estructural y saqueo de servicios públicos) que, paradójicamente, convive con una débil tendencia a la recuperación macroeconómica en marcha. Una relación dialéctica entre desigualdad social muy profunda y deterioro ecológico a medio y largo plazo, y una recuperación parcial a corto, basada en el dopaje de la industria, las ayudas a las empresas con dinero público que más pronto que tarde se convertirá en más deuda y recortes, o medidas cosméticas como el Ingreso Mínimo Vital (IMV). Una relación dialéctica que generará formas de lucha en el terreno del antagonismo de clases, pero también con repercusiones internas en la conformación del estado y su estructura nacional territorial (“la España vaciada”), emergiendo nuevos descontentos y tensiones territoriales que pueden adoptar diferentes formas, no necesariamente de izquierdas.
Nuevas tareas ante difíciles retos
Considerando este nuevo escenario en el que nos encontramos, muy diferente al anterior, estático y embarrado aunque con posibles irrupciones inesperadas, necesitamos readaptar del sentido de la organización, profundizando en la construcción de un partido activo y militante, radicalmente democrático hacia la sociedad y en su organización interna e independiente de los poderes económicos y estatales. Un partido que ponga en marcha nuevas ideas y un proyecto de sociedad ecosocialista alternativo al capitalismo basado en la activa participación pluralista de la ciudadanía en las decisiones mediante la planificación democrática. Ello implica también, mientras seguimos interviniendo en las coyunturas concretas y en la construcción leal de los movimientos, impulsar tareas de corte propagandístico en defensa de la independencia de clase, alternativas programáticas, así como la búsqueda intransigente de mayor cohesión y coherencia en los planteamientos que se formulen. Y abordar una tarea ineludible: sentar los hitos de una estrategia que posibilite ese cambio social de raíz.
Si en la fase del 15M tratábamos de que toda la ofensiva e indignación se tradujera en organización, ahora hay que traducirla en consignas, en ideas y propuestas fuertes que amplíen la conciencia de las mayorías trabajadoras y populares sobre la necesidad de frenar en seco esta deriva y plantear el antagonismo de clase como eje central en esa nueva fase. Contribuir en el seno de los movimientos sociales a la consolidación de su autonomía con respecto al estado desde un punto de vista rupturista y de clase, así como convencer de la necesidad de poner en práctica la unidad de acción y las alianzas programáticas como única vía para resistir, recomponer el movimiento popular y tomar el impulso necesario para hacer frente al neoliberalismo autoritario que gobierna el mundo.
También se trata de pensar una propuesta constituyente que, como queda claro una y otra vez en la historia del Estado español, tendrá que basarse en una alianza entre los movimientos emancipatorios y las naciones sin Estado, defendiendo el derecho de autodeterminación de forma coherente, para así pensar nuevos modelos confederales y republicanos basados en la libertad los pueblos. En este régimen eso no es posible; tampoco lo es bajo la dirección de las élites que dirigen los movimientos nacional-populares de las naciones sin estado. En ese sentido, no renunciamos a hacer apuestas político-electorales que luchen por mantener la brecha rupturista abierta, como es el caso de Adelante Andalucía.
Recordando a Bensaïd, somos conscientes que no debemos caer en una especie de movimientismo abstracto. La recomposición y fortalecimiento en lo social es fundamental y precondición para la construcción de un proyecto socialista, ecologista y feminista que combine la masividad con la radicalidad. Sabemos que esto tiene sus ritmos, y que la historia es un péndulo en donde hay que saber moverse con las oportunidades abiertas y con las oportunidades cerradas. Por eso apostamos claramente por construir una fuerza política capaz de implantarse en el movimiento real, pero que aspire a crear una dirección estratégica que dispute a largo plazo la cuestión del poder: es decir, qué clase gobierna. Lejos de toda veleidad sectaria (el gran riesgo de los proyectos revolucionarios en épocas de reflujo, más preocupados por marcar su minúsculo territorio y robarle algún militante a quién tienen al lado) y de toda impaciencia politicista, asumimos que el ritmo no lo marca simplemente el deseo, aunque nos volcaremos en generar una voluntad colectiva.
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p style=”text-align: justify;”>* Lorena Cabrerizo es una de las portavoces de Anticapitalistas.