La deuda o la vida

El Parlamento de Navarra, a propuesta de Geroa Bai, tiene a bien debatir la modificación del Convenio Económico en su art. 54.2.c) que hace referencia a “los intereses y cuotas de amortización de todas las deudas del Estado” que, como carga no asumida por la Comunidad Foral, Navarra tiene que pagar en un 1,6%.


<Laura Lucía Pérez Ruano, Javier Onieva Larrea Ahora Navarra-Nafarroa Orain Bai>

Teniendo en cuenta que la deuda del Estado supera los 1,3 billones y que supone el 114 % del PIB, no se trata de una cuestión menor. No se clarifica, sin embargo, en qué sentido pretenden modificarlo.

Como ya adelantaba el Diario de Noticias el 13 de febrero, este debate no es nuevo. De hecho, la necesidad de auditar la deuda fue uno de los ejes de la acción política de Orain Bai durante la pasada legislatura y en esa línea, propusimos, en reiteradas ocasiones, la eliminación del citado artículo del convenio, del término “todas” las deudas, para sólo hacer frente a aquellas que se consideren legítimas. No hay que olvidar que, según los informes de los técnicos de Hacienda, de los 560 millones que Navarra aportará este año al Estado, el 60%, es decir, aproximandamente 320 millones, se destinarán a pagar una deuda que se ha visto engrosada en gran medida por la corrupción, los rescates a la banca, infraestructuras megalómanas, como el TAV, o unas políticas de desfiscalización por las que los que más tienen cada vez pagan menos.

Sólo los intereses suponen un 28,7% frente al 0,4% del fondo de compensación interterritorial, por lo que la solidaridad con otros pueblos del Estado no es el problema, sino que es el origen ilegítimo y contrario al interés general de esa deuda lo que hay que cuestionar y que Geroa Bai nunca ha hecho.

Entre la vida y la deuda, sea la estatal o la navarra, eligen deuda. Hasta tal punto, que durante el gobierno de Uxue Barkos, lejos de abordar la posibilidad de negarse a pagar una deuda que no nos corresponde, o plantear un debate público al respecto, fueron sus perfectos gestores. ¿Realmente ahora sí, estarían dispuestos a desafiar al Estado y llegar hasta el final? ¿Sabían que cuando Aranburu acogió de buen grado esta propuesta de la que ahora Geroa Bai se apropia, el ministro Montoro del Partido Popular, mostró su disposición a negociarla, pero la ministra Montero, nombrada por Sánchez tras la moción de censura, la retiró de la mesa? Lo recordamos, porque se trata del partido con el que cogobiernan en Navarra y el PNV sustenta en Madrid. El mismo que nos impuso la reforma del artículo 135 de la Constitución por la que se antepone el pago de la deuda a cualesquier otra necesidad social; y que, dicho sea de paso, no ha sido derogada por el nuevo “gobierno progresista”, ni por los grupos que lo sustentan, que se han conformado con suspender temporalmente la Ley de Estabilidad Presupuestaria.

Estamos de acuerdo en que Navarra no puede seguir engrosando una deuda que alcanza ya los 2.961 millones: más del doble que lo presupuestado este año para salud y casi cuatro veces más que para educación. Pero a diferencia de Geroa Bai, que plantea esta cuestión en términos puramente competenciales, sin revisar en qué medida sus políticas neoliberales y su modelo de desarrollo económico contribuyen a agravar el problema, desde Ahora Navarra-Nafarroa Orain Bai respaldamos la postura de movimientos sociales como el Parlamento Social, recogiendo la tradición que ya mantuvimos en las instituciones: la auditoría de la deuda, el impago de su parte ilegítima y políticas fiscales justas que, confinen de una vez por todas la desigualdad. De modo que la solidaridad, en defensa de la vida, sea el más contagioso de los virus.

Una mirada geopolítica para una crisis inesperada

(Tomado de Naiz)
*Iosu del Moral y Mikel Labeaga
Militantes de Antikapitalistak Euskal Herria
 
«Tiempos complicados para políticas de cambio real, donde los Trump, Bolsonaro y compañía hacen buenos a los Biden y las Merkel.»

Al tratar de analizar la crisis de la covid-19 desde una perspectiva geopolítica, algunos de los interrogantes claves que se nos presentan son aquellos que tratan de discernir los movimientos que en esta coyuntura se están dando por parte de los diferentes actores y cuál será el escenario que se produzca tras dichas implicaciones.

Nada de esto debiera parecernos algo nuevo o cogernos por sorpresa, ya que la OMS, en los últimos años, había anunciado hasta en siete ocasiones el peligro de posibles pandemias a nivel global. Enfermedades como el virus del Ébola, el Zika, o las gripes porcina y aviar, hace tiempo ya que venían revelándose como una amenaza real. Algo muy ligado a las dinámicas de un sistema capitalista desenfrenado y a su modus operandi de explotación y destrucción de grandes ecosistemas, con los consecuentes desplazamientos masivos de población humana y de fauna salvaje, que sin duda son el germen perfecto para que una pandemia de este tipo se produzca.

Así que, como afirman algunos, de consecuencia indirecta nada, esta enfermedad es una injerencia directa del capitalismo, ahora bien, otra cosa es que como si de un hijo bastardo se tratase, éste lo haya provocado pero no lo reconozca. De ahí que sea primordial reflexionar acerca de cuál será la reordenación del escenario mundial en este nuevo tablero de juego y qué papel desempeñarán los distintos países y el propio capitalismo como sistema hegemónico.

De lo que no cabe duda es que los efectos están siendo mucho más globales que nunca, posiblemente bastante más de lo que lo fueran en la segunda gran guerra, por lo que habrá que luchar por una salida global y de carácter social, y no permitir como ya estamos viendo que los estados pongan en práctica el individualismo proteccionista del sálvese quien pueda.

Grandes potencias a las que un establishment les marca su hoja de ruta y que como remedio son peor que la propia enfermedad. Entidades a las que poco o nada les importa la gente y que no dudan un segundo en priorizar sus propios intereses económicos frente a la salud de las personas. Países que siguen obcecados en dar soluciones cerrando sus fronteras, esas líneas imaginarias que solo existen en sus mentes y que por supuesto el virus curiosamente logra cruzar con mucha mayor facilidad que con la que se le permite al propio ser humano. El tiempo sin duda será un factor determinante y que cuanto más se alargue esta situación, de mayor calado será su impacto. No es que esta crisis suponga per se un cambio, si no que más bien, al igual que ya sucediera con el 11S, sea un catalizador que haga que muchos de los acontecimientos que ya venían sucediéndose en los últimos años se cristalicen.

Acaecimientos que apuntan a un declive de los EEUU que como un excampeón noqueado y venido a menos, suelta en el ring golpes al aire sin sentido. El problema está en que muchas veces un luchador sonado puede suponer mayor peligro y que al igual que un jabalí herido quiera morir matando. Al otro lado un joven aspirante encarnado por la República de China que en poco más de medio siglo ha pasado de la revolución cultural de Mao Zedong, a aquello que se decía y que se sigue diciendo de una China dos sistemas, pero que en su praxis, no va más allá de una China, un partido, un sistema. Una única forma de hacer basada en la producción masiva a bajo coste, hiper contaminante y que de derechos laborales poco tiene de marxista.

Frente a ambos, la siempre omnisciente Rusia que cuando de crisis internacionales se trata, aguarda agazapada cual carroñero su momento, y una Unión Europea que ni está, ni se le espera, la cual continúa en su particular parálisis. Ante este panorama poco podrán hacer las gentes del cono sur más allá de surfear como puedan otra ola de miseria hasta que el tsunami abandone en la orilla sus restos.

Por un lado no olvidemos que los Estados Unidos, considerados hasta el momento como la primera potencia del mundo, tras el final de la guerra fría simbolizada con la caída del muro y el triunfo de las tesis de los Reagan y las Thatcher, habían podido gozar durante dos décadas de un liderazgo internacional prácticamente unilateral. Hegemonía que a partir de la crisis financiera del Lehman Brothers y compañía, sumada a la llegada del gigante chino que se confirmaba como una realidad competitiva a nivel macroeconómico y tecnológico, hacía tambalear dicha supremacía. Si además a esto le sumamos la inestabilidad política agudizada con la llegada de Trump y la animadversión que dicho personaje suscitaba a nivel internacional, por primera vez en mucho tiempo comenzaba a resquebrajarse el liderazgo en solitario del Imperio Yanqui. Eso sí, no descartemos tan rápido a los USA, ya que no debemos olvidar que EEUU sigue siendo la primera potencia tanto económica, como militar del mundo, además de que mantiene una preeminencia descomunal a nivel cultural dentro de la sociedad de consumo.

Por otro lado la llegada de China, que con un crecimiento económico sin parangón, le ha ido comiendo terreno a los estadounidenses, sobre todo a niveles macro cuando a economía nos referimos. Además, previo a la crisis, ya se mostraba como un claro competidor en el ámbito de las nuevas tecnologías, donde ya se estaba dando una gran disputa con la llegada del 5G a los mercados. Pero sobre todo, si en algo le ha ido ganando espacio, ha sido en la influencia internacional que ha logrado adquirir China en las últimas dos décadas, donde ha sido capaz de ocupar grandes áreas de influencia en lugares como Oriente Medio, Latinoamérica o África, tradicionalmente zonas de dominio estadounidense. Pero sobre todo a China, si algo le ha supuesto esta crisis sin ninguna duda, es que ha terminado de consolidar al país asiático como una alternativa real al poder de los Estados Unidos, quedando en el imaginario de una gran parte de la población mundial como el gran salvador a semejanza de lo que ya sucediera con los EEUU tras la Segunda Guerra Mundial.

Esta crisis dejará grabada en las retinas de muchísima gente la instantánea de unos Estados Unidos zozobrando en el más absoluto caos. Hospitales colapsados y un sistema sanitario totalmente desbordado, mientras muchos de sus dirigentes permitían que un Donald Trump, día sí y día también, hiciera el mayor de los ridículos con su retahíla de declaraciones más acordes a un demente que al presidente de la supuesta primera potencia mundial. Una sociedad entregada incondicionalmente a un individualismo producto de décadas de una apuesta ultra-liberal, donde lo público y lo colectivo carece de cualquier importancia, que ha terminado abarrotando las calles con multitud de negacionistas, que como auténticos yonkis del vil metal contemplaban con total parsimonia la muerte de miles de sus conciudadanos. Y como colofón a un proceso decadente, en las últimas fechas asistimos al asalto al capitolio por parte de una mezcolanza de ultraderechistas y supremacistas, en aquella que se autodenomina la democracia más consolidada del mundo.

Algo que ha contrastado con la fotografía que China ha proyectado fuera de sus fronteras, mostrándose como un país serio, capaz y preparado a todos los niveles, tanto en lo material como a nivel de personal cualificado, demostrando otra forma de afrontar una crisis de semejante magnitud. Desde el primer momento no hemos dejado de asistir a como centenares de convoyes llenos de productos sanitarios, médicos y científicos llegaban a multitud de rincones, sin duda algo que ha mejorado ostensiblemente la imagen que de China se tenía en el exterior. Más allá de segundas intenciones y de si se ha tratado de una ayuda a modo de softpower (poder blando), como ya lo hiciera Estados Unidos con el plan Marshall, la realidad es que China se ha encumbrado a nivel internacional como el actor principal de esta crisis.

Y en medio de ambos colosos aparece la Unión Europea, cada vez menos unión y cada vez más desdibujada y alejada de aquello que alguna vez pretendiera ser. Una UE que desde sus primeros pasos no tuviera mayor intención que la de fundamentarse en principios económicos lo cual deja ahora al descubierto todas aquellas carencias. Toda una batería de debilidades a la hora de abordar la crisis, reflejadas en la habitual desunión entre los estados del centro y norte frente a los del sur, dejando como guinda del pastel, en su particular crisis territorial, la firma definitiva del Brexit. Una Europa, que en palabras de la propia Merkel, hace tiempo ya que dejara de ser relevante en la escena internacional pasando a ser un actor secundario. De lo que no cabe duda es que habiendo sido durante décadas un aliado estratégico de los EEUU, en los últimos años comenzaba a mostrarse dubitativa oscilando entre su viejo amigo al otro lado del Atlántico y el creciente poder de los chinos, donde al parecer la crisis ha decantado definitivamente la balanza hacia oriente.

Más allá de cualquier otra consideración, quien no puede quedar fuera de ningún análisis geo-político es Rusia. Una Rusia que en manos de Putin es experta en aprovechar las situaciones convulsas donde afloran las debilidades del resto, volviendo a la primera plana durante toda esta crisis y recuperando por momentos la relevancia internacional. Solo había que ver como su maquinaria informativa difundía imágenes de aviones de carga llenos de ayuda llegando a prácticamente todos los continentes, incluidos puntos de Europa del sur como Italia, durante los momentos más complicados. Una Rusia que en estos momentos es uno de los lugares del mundo donde el capitalismo más voraz campa a sus anchas en su versión más atroz, cuando no directamente mafiosa. Pero si algo le cuesta es dejar de seguir siendo ese viejo gigante con pies de barro que agoniza por la crisis del petróleo, que sigue sufriendo un goteo constante en su desmembramiento territorial y que cuenta con una población que además de envejecida no deja de decrecer como fiel reflejo de lo que es la actual Rusia.

Por desgracia, uno de los efectos inmediatos que tendrá esta crisis es el aumento en la brecha de desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Latinoamérica, la parte del planeta donde más personas subsisten afinadas en inmensos centros urbanísticos donde prácticamente es imposible mantener ningún tipo de distanciamiento o confinamiento correcto que ayude a paliar la expansión del virus. Si a ello le añadimos un sistema sanitario precario, un mercado informal bastante amplio y en general unos países con economías débiles, el resultado es el drama que ya se está viviendo. Lo que sí, es que parece que la región, en gran parte de sus estados, ha apostado por la colaboración con Rusia y China más que con el eje Estados Unidos, Unión Europea. De hecho para China hace tiempo ya que el continente es un punto clave en su política de expansión, donde destaca como proyecto estrella la construcción de un canal en Nicaragua para ejercer como competencia directa del de Panamá, con el fin de hacerse con el control del comercio marítimo intercontinental.

Entre los más desfavorecidos, el norte de África y Oriente Medio, una parte del mundo siempre agitada y en constante conflicto, en gran parte debido a los intereses de las grandes potencias en la región. El control por el canal de Suez y el atractivo por el provecho energético del gas y del petróleo, nunca han pasado desapercibidos para los poderosos. Qué decir de los enfrentamientos armados como el de Siria, Yemen o las revueltas del Líbano, que si ya antes de esta crisis estaban pasando totalmente desapercibidos, ahora durante la pandemia han quedado absolutamente invisibilizados. Si ya era vital la cooperación internacional, ahora que los países pudientes guardarán todos sus recursos para salvar sus economías, difícilmente veremos algún gesto de solidaridad en la zona. Además recordemos que estos países, desde hace tiempo, están soportando sin apenas medios, ni recursos y mucho menos la colaboración internacional, la llegada de miles de refugiados y de inmigrantes llegados de territorios de Asia Central y del África subsahariana como paso previo a Europa.

Por último, el África negra, la siempre olvidada, que seguramente cuando todo pase veremos las típicas tardías e insuficientes campañas de solidaridad tratando de maquillar el problema y de limpiar la conciencia del hombre blanco. Una tierra para la cual la crisis es un statu quo permanente y que ya antes de esta pandemia convivía con infinidad de brotes víricos como el SIDA o la malaria entre otros muchos. Su situación económica, un mercado informal casi como modus vivendi y los grados de insalubridad derivados de la pobreza extrema, hacen casi imposible tratar de luchar contra la covid-19. Un continente, en su día, explotado por los gobiernos europeos y estadounidense y que ahora China se ha hecho en los últimos tiempos con el control casi total de la mayoría de sus recursos. Hipócritas a los que se les llenan las bocas hablando de las virtudes de las democracias occidentales y de lo escandaloso de los totalitarismos africanos, pero que llegada la hora, no dudan un ápice en negociar económicamente con muchos de sus dictadores.

Tiempos complicados para políticas de cambio real, donde los Trump, Bolsonaro y compañía hacen buenos a los Biden y las Merkel. Algo que se traslada a la sociedad, donde aquellos que luchaban por salir de la precariedad y la miseria, al asomarse al precipicio del apocalipsis en forma de pandemia, seguramente, durante un tiempo al menos, den por buena la vuelta a la pérdida de derechos y la explotación laboral. Se viene una época complicada para las tesis idealistas, en un horizonte casi por seguro plagado de políticas posibilistas. Con lo que la apuesta de los gobiernos, no cabe duda que pasará, en el mejor de los casos, por un estéril reformismo, por lo que ahora más que nunca será necesario mantener el espíritu revolucionario candente. Lo que está claro es que, otra vez más, los únicos rayos de esperanza en esta crisis están llegando desde los sectores públicos, frente a unos mercados y a un sistema capitalista que adolecen de la capacidad para dar salida a un problema que ataña a toda la humanidad.

Defender en las instituciones lo que predicas en las calles

Defender en las instituciones lo que predicas en las calles
Terminado el ciclo del 15-M a la formación y primer desarrollo de Podemos, debemos plantearnos si la izquierda institucional en Euskal Herria se contenta con el gobernismo del Estado junto al PSOE o abre vías de organización y ruptura con el actual régimen.

Ixone Rekalde*
Militante de de Antikapitalistak 

Muchas nos acercamos a la política tras la explosión de dignidad de lo que se llamó 15M, el movimiento de los indignados. El 15M nació como contestación a esa clase política erigida en casta, corrupta, clase política que estaba por encima del pueblo que decían representar. El movimiento de los indignados venía a decir que esa clase política no nos representaba, que no defendía los intereses de las clases populares. Aquello cambió el escenario político, gestando un movimiento que interpeló a las estructuras institucionales y cuestionó la democracia española y también la vasca.

Aquella contestación ciudadana, de gente joven mostrando enérgicamente su desafección hacia la clase dirigente, nos hizo creer que “sí se puede”. Casi 10 años después, vemos hoy a la izquierda institucionalizada predicando con disimulo en las calles, pero no aplicándose como ejemplo de transformación en las instituciones. Así, esa izquierda viene a decirnos que es necesario empujar desde las calles, que está muy bien la movilización ciudadana, pero que la realidad es la que es: la marcan las élites económicas y hay que asumir las reglas de juego del régimen, al que se muestran sumisos, a ver si se puede reformar un poquito “lo que nos dejan”.

Con la excusa de “parar a las derechas” y de ser “útiles” y “determinantes” se empieza impulsando y apoyando unos presupuestos que aumentan el gasto militar, el gasto a las fuerzas del ordencomo la Guardia Civil, la dotación a la monarquía, que prevén que más del 50 % de los fondos europeos a monstruos del cemento como el TAV, que aceptan condicionar esos fondos a una reforma laboral que no va a ser derogada y que mutará en mochila austriaca… y se termina en una reforma de las pensiones que traerá su privatización. En el mismo paquete de asunciones, se acaba haciendo dejación de las posiciones políticas, como por ejemplo la exigencia de cierre de los CIES o ponerse de perfil ante el conflicto del Sáhara donde han mostrado una tibieza muy decepcionante hacia el pueblo saharaui. Y al final, como le ocurre al PSOE, eres republicano, de izquierda, ecologista… pero asintomático.

Porque en el horizonte el objetivo es claro. Hay que captar el voto de centro de la derecha, otro poquito a la socialdemocracia y vaciar la masa electoral de “la otra izquierda institucionalizada”. Para eso hay que buscar la centralidad política; lo que “exige” el abandono de ideas pilares de tu propuesta política de izquierdas.

“Hoy nos encontramos a las fuerzas de la izquierda institucional vasca en un bloque progresista, sin tener claro cuál es el juego aritmético ni el rédito electoral que supone un apoyo a los PGE”

Hace un año, el secretario general del sindicato ELA, Mitxel Lakunza, escribió un certero artículo titulado Necesitamos una izquierda que ejerza. El artículo venía precedido por la aprobación de los presupuestos vascos, con el apoyo en forma de abstención de Elkarrekin Podemos. Presupuestos muy en la línea del PNV; neoliberales, de recortes sociales, de una presión fiscal baja, de la más bajas de toda Europa. Aquel apoyo no se entendió por parte de la militancia o de la ciudadanía vasca de izquierdas. Además de contribuir a unos presupuestos neoliberales fue un auténtico tiro en el pie para la nueva izquierda que se dejó más de la mitad de sus votos y escaños en las elecciones de julio de 2020. Votos que en parte se llevó EH Bildu, que en esa época formaba parte de aquel bloque contestatario al que aprobaba los presupuestos. Más adelante, además, se convocó una huelga general por parte de la carta de derechos sociales de Euskal Herria a la que se unía esa izquierda sociológica vasca, sindicatos, movimientos sociales etc.

Y si, desde parte de la izquierda rupturista, tomamos la decisión de dejar Podemos ante esa deriva gobernista-institucional que apoyaba presupuestos del PNV, hoy no podemos mirar a otro lado y no criticar la misma deriva que ha tomado la izquierda institucional vasca en su conjunto.

“Necesitamos una izquierda que ejerza, una izquierda rupturista organizada en las calles, recordándole al gobierno más progresista de la historia y al bloque del cambio galáctico sus deberes”

Necesitamos una izquierda que ejerza. Y hoy, visto el panorama de cierre progresista de cualquier espacio de impugnación, añadiría que necesitamos como el comer una izquierda rupturista organizada en las calles, recordándole al gobierno más progresista de la historia y al bloque del cambio galáctico que hay una reforma laboral sin derogar, que no hay una ley antidesahucios, que el Ingreso Mínimo Vital no se materializa, que hay miles de inmigrantes muriendo en las costas del Mediterraneo, que la economía de sol, playa y pintxos de este país condena a las próximas generaciones a unas condiciones precarias de vida…

“No somos un oasis vasco, porque tenemos gravísimos problemas que no son ajenos a la realidad española y europea, pero tampoco somos una isla, tenemos la obligación política de intervenir en otros espacios”

No tiene un pase defender una cosa en las instituciones españolas y la contraria en las navarras y vascas. El discurso que se tiene en las calles, contra el régimen, antimonárquico, de activista antidesahucios, de antifuerzas de la ocupación, hay que tenerlo también en el Congreso de los Diputados de España, en el Parlamento Vasco y en el Parlamento Navarro.

¿Recuerdan lo de “un pie en las instituciones y mil en las calles”?

 

Giro al progresismo en Euskal Herria.

Ante el apoyo entusiasta de EHBildu a los presupuestos generales del Estado, previo anuncio público histórico y posterior a una consulta a las bases, solo puedo pensar que efectivamente la izquierda abertzale oficial se ha abrazado al gobernismo y al reformismo y apuesta al institucionalismo como única vía de transformación social, mostrando además su disposición a contribuir a la gobernabilidad de España. Adopta una posición de centralidad política y se postula como alternativa de izquierda progresista a la derecha nacionalista vasca. La izquierda abertzale sería así el pueblo vasco de izquierda y el PNV el pueblo vasco de derecha. Y para esto, hay que ser “útil” y “determinante” en Madrid.

¿Es ser útil asumir un presupuesto que otorga a la CAV y Nafarroa millones de euros (295 millones de €, el 51,5% de la dotación total en la CAV y 62 millones de €, el 62% de la dotación total a Nafarroa) de los fondos europeos al proyecto que se ha opuesto firmemente la izquierda abertzale, el TAV? ¿Es determinante renunciar a la derogación inmediata de la reforma laboral? ¿Es centralidad comerte el sapo de retirar la enmienda antideshaucios para “restar tensión a la negociación interna del gobierno”?

Rotundamente no.

Ya podemos decir que en Euskal Herria de la mano de UP y el flamante vicepresidente Pablo Iglesias, se ha emprendido un ciclo de progresismo y posibilismo. Y nos encontramos a las izquierdas nacionalistas vasca y catalana, votando entusiastas los presupuestos junto a la burguesía vasca y catalana. No era necesario emprender una dialéctica tramposa de “o apruebo los presupuestos o viene el coco (en forma de derecha extrema y extrema derecha). La abstención era una posición crítica y coherente.

La izquierda abertzale siempre ha tenido “pueblo”. Una gran masa militante y “pueblo”. Por eso me resulta muy asombroso la manera en la que se ha presentado la consulta, sin ninguna posibilidad de debate para sus bases, y con una participación muy muy pequeña, que efectivamente ha dado una abrumadora aceptación al apoyo en forma únicamente de porcentaje.

Pero una que ha estado en Podemos y que ha visto en lo que se ha convertido “la cosa”, también sabe que las bases de la izquierda abertzale no son las de Podemos, y conoce su compromiso y disciplina militante. Veremos cómo se resuelve esta historia en el seno de la izquierda abertzale.

El tiempo ha demostrado que entrar en el juego de la gobernabilidad siempre perjudica a las formaciones de izquierda, por ejemplo, para Ezker Batua-Berdeak supuso su cuasi desaparición y el vaciado de militantes de sus bases, y ese es un riesgo que la izquierda radical no puede asumir en tiempos de militancias líquidas como los actuales.

Parece que al final de todo, en esa construcción del relato vivo aún, la izquierda abertzale institucional, Sortu, definitivamente asume su derrota política. Asumen las reglas de juego estatales, asumen que no hay posibilidad de construcción nacional y asumen el autonomismo y estatutismo al que siempre se han enfrentado.

Me resulta muy desconcertante las muestras públicas de victimismo o justificación de antiguos y hoy también líderes de la izquierda abertzale. Y me molesta la infantilización a la que someten a las ciudadanas, cuando nos dicen que este es un camino más hacia la independencia y la república vasca.

Me gustaría dejar claro el respeto que tengo hacia los líderes institucionales, orgánicos y morales de la izquierda abertzale. No compartiendo estrategia, ni táctica política, ni algunos objetivos políticos les reconozco una trayectoria política coherente que además han pagado con sangre, sudor, y lágrimas; y cárcel.

Pero no por eso voy a dejar de ser crítica con este giro hacia el gobernismo y centralismo que no conseguimos entender desde la izquierda impugnatoria. No podemos dejar de criticar la mimetización pasmosa con ERC y su trayectoria en el procesismo. Porque al final de este camino hacia el progresismo, en el horizonte está el anhelo legítimo de darle un sorpasso a PNV y ver un lehendakari abertzale en Ajuria Enea.

La izquierda abertzale oficial ha sido muy hábil en mantener varias caras, y juegan a la ambigüedad con EHBildu y Sortu. Así un día presentan una iniciativa conjuntamente con ERC y otro día aparecen con las CUP colmando un poquito esas aspiraciones más rupturistas anticapitalistas de sus bases.

Hasta ahora algunas hemos dicho que en Euskal Herria a la izquierda de Podemos estaba la izquierda abertzale. EHBildu obtuvo un apoyo importantísimo en las elecciones de julio, arrebatándole miles de votos a Unidas Podemos, precisamente porque una masa importante de electores entendía que el giro gobernista de Unidas Podemos lo alejaba de ser alternativa para las clases populares.

¿Ahora, más allá de cuestiones identitarias o de soberanía nacional, qué diferencias podríamos buscar entre Podemos y EHBildu? Es decir, a la izquierda de lo que viene a ser el nuevo progresismo vasco, nos encontramos cada vez más huérfanas.

Para ser más claros, en Catalunya, a la izquierda de ERC podemos hablar de una fuerza anticapitalista e independentista importante como las CUP, pero en nuestra tierra esto no pasa. La realidad es que hoy en Euskal Herria no hay una izquierda anticapitalista de masas organizada. A la izquierda de EHBildu, fuerza asimilada e integrada al sistema liberal institucional, lo que podemos encontrar son muchos grupúsculos de fuerzas de izquierda, autónomos, organizaciones etc, pero bastante desorientadas, desconectadas y sin ningún eje de trabajo común.

Es desconcertante también la posición de las grandes centrales sindicales de Euskal Herria. LAB es presa de su relación orgánica con Sortu y le está resultando muy difícil sortear las contradicciones que le suponen decisiones políticas como la aprobación entusiasta de los PGE. ELA, sindicato muy contestatario y seguramente única fuerza de contrapoder al PNV sigue mostrándose bastante acomplejada hacia EHBildu y su entorno. Echamos de menos una crítica más contundente a la estrategia gobernista de EHBildu. Los presupuestos generales del Estado no hacen más que afianzar las políticas socioliberales, poniendo cara de capitalismo amable.

No me atrevo a aventurar ningún escenario de construcción de partidos de unidad popular a corto o medio plazo, pero hoy se constata que hay un gran espacio político alternativo que vamos a tener que saber rellenar cuyo eje importante debería ser el anticapitalismo ecosocialista, el soberanismo y el derecho a decidir.

Porque se constata que este gobierno está pidiendo a gritos movilizaciones masivas por la derogación de la reforma laboral, contra los deshaucios, contra la gestión de los fondos europeos y un largo etc.

De la mano de Unidas Podemos se cierra el círculo impugnatorio por las periferias. ¿Y ahora qué?

Ixone Rekalde.
Militante de Antikapitalistak

Monarkia kanpora, fuera la monarquía

A estas alturas, cualquier sociedad que se precie de ser avanzada debiera tener más que interiorizado que la pertenencia a un linaje endogámico no puede ser, como sucede con la monarquía española, la premisa para la obtención de ninguna responsabilidad institucional del ámbito de lo público.

Iosu del Moral-Mikel Labeaga
Militantes de Antikapitalistak Euskal Herria.

18 OCT 2020 06:30

Es más que probable que Enrique III de Navarra y IV de Francia, también conocido como el Grande o el Bearnés, escuchara desde su cuna algunos susurros en euskera provenientes del entorno de su madre, Juana III, la última de las regentes del viejo reino de Nafarroa. Juana de Navarra, que encargó traducir del latín la primera de las biblias al euskera,  donde aparece por primera vez escrito el nombre de Euskal Herria, por cierto tratándose además de un texto de corte protestante y reformista, daba a luz allá por el siglo XVI al primero de los borbones en sentarse en el trono de Francia. De ahí que quizá no hubiera sido necesario traducirle a su hijo Enrique la expresión en euskera Monarkia kanpora. Al que no cabe duda de que hay que traducírsela, aunque en sus visitas vaya de falso políglota integrador, es a su lejano descendiente Felipe VI, a quien una amplia mayoría del pueblo vasco le demanda, Felipe kanpora, monarkia kanpora. Fuera Felipe, fuera la monarquía.

Pero al margen de vítores y reclamaciones, no es menos cierto que debiéramos comenzar por realizar un exhaustivo ejercicio de autocrítica, donde tanto desde el pueblo vasco, como desde el resto de pueblos del Estado, reflexionásemos conjuntamente sobre el fracaso que supone como sociedad que en pleno siglo XXI la jefatura del Estado se encuentre todavía en manos de una familia corrupta que lleva siglos sustentando un poder de manera ilegítima. Por no hablar del  anacronismo, no solo en un sentido temporal sino intelectual, que supone para cualquier comunidad moderna permitir que, hoy en día, una familia que tiene más analogías con los Soprano que con aquellos personajes de las fábulas y los cuentos infantiles, herede de forma dinástica un cargo público de tal importancia. A estas alturas, cualquier sociedad que se precie de ser avanzada debiera tener más que interiorizado que la pertenencia a un linaje endogámico no debiera ser la premisa para la obtención de ninguna responsabilidad institucional del ámbito de lo público.

Un vodevil que presenta, por un lado, al padre, el emérito, un tipo al que se le da de maravilla  aparentar ser una especie de payaso bonachón y que en realidad es un listillo que levita en ese limbo entre lo inmoral y lo torpe, donde se dedica  a quehaceres de dudoso carácter ético, por no hablar de actividades directamente de índole mafiosa. Y digo torpe, pues teniendo la vida a nivel material más que resuelta, hay que ser lerdo para buscarse cualquier tipo de problema por ser incapaz de contener un sentimiento de avaricia sin límite alguno. Por otro lado, el hijo, que como buen Borbón, y muy al estilo de otro de sus predecesores, el rey felón, se muestra como una persona mesurada, honrada y hacendosa, pero que al parecer en el fondo esconde un increíble parecido con el modus vivendi de su progenitor. Algo que incluso a los propios monárquicos les debiera poner los pelos de punta, al no poder distinguir entre la Zarzuela y cualquiera de los centros operativos  de una organización criminal debido al hedor a corruptela que emana desde su interior.

Viniendo de un dictador, es normal que a nadie le extrañara que Franco, en una decisión totalmente unilateral, designase a Juan Carlos su continuador al frente del Estado y de las fuerzas armadas como garante del movimiento nacional católico. Quizá extrañe algo más, no ya que nadie nos haya  consultado sobre el traspaso de la jefatura del Estado por parte del padre al hijo, algo que por otro lado era de esperar,  sino que la gente no se hubiera mostrado indignada ante un golpe tan antidemocrático como el del nombramiento de Felipe como sucesor del anterior monarca. Hablar de democracia monárquica lo único que genera es una especie de oxímoron donde, a partir de ahí, todo lo demás carece de sentido y, como consecuencia, un sistema de dichas características se vea tarde o temprano irremediablemente abocado a convertirse en un  proyecto frustrado.  

Sin duda uno de los grandes obstáculos de este dilema radica en aquellos cínicos que banalizan el uso de términos como democracia o libertad hasta convertirlos en significantes vacíos. Falsas democracias que adolecen de un pánico a la hora de preguntar, desde su libertad virtual, qué frena las aspiraciones de cambio real. Ante esta perspectiva, es tiempo de aunar fuerzas y de que todas las gargantas antimonárquicas y republicanas de Euskal Herria y del resto del Estado griten al unísono Monarkia kanpora, fuera la monarquía. Un proceso emancipador que deje atrás una institución arcaica y caduca a través de algo tan poco democrático, al parecer, como preguntar al pueblo por medio  de un referéndum. Consulta que, automáticamente, derivase hacia un nuevo proceso constituyente o hacia lo que todavía es más interesante, hacia nuevos procesos constituyentes en los que, definitivamente, las diferentes sensibilidades del Estado decidiesen de forma soberana y democrática la forma de organizarse, entre ellos y en relación al resto, en una especie de red de repúblicas confederadas.

LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN BOLIVIA

Antonio José Montoro Carmona (@amontoro1979)

El próximo 18 de otubre, las clases populares de Bolivia y América Latina se juegan su futuro. Aunque la distancia nos dificulte establecer una relación directa, probablemente el nuestro también se encuentra concernido. En las elecciones presidenciales que se celebrarán ese día no se decide únicamente el nombre del próximo presidente de esta nación sudamericana, sino que se somete a examen las limitaciones de los proyectos de transformación social en el marco de la democracia liberal.

Un año atrás, la oligarquía boliviana llegó a la conclusión de que el proceso político liderado por Evo Morales debía finalizar. Pese a que los cambios llevados a cabo los últimos 15 años no habían puesto en tela de juicio su papel hegemónico en la vida económica del país, el aumento de la presión fiscal para la financiación de políticas redistributivas básicas suponía un desafío inadmisible a la lógica de dominación construida a lo largo de dos siglos. La intervención del ejército y la policía boliviana, que contó con el apoyo de la OEA, demostró que los cambios acometidos por el gobierno del MAS en el sistema político e institucional habían logrado desactivar instancias de poder determinantes para el éxito de los golpes de estado blandos de la derecha en otros países de la región.

El gobierno surgido del golpe de estado de noviembre de 2019 se ha mostrado absolutamente incapaz de estabilizar la situación política y social. Al no definir con claridad una fuente de legitimidad que justifique su usurpación antidemocrática del poder, el gobierno liderado por Jeanine Añez no ha podido capitalizar el descontento de las clases medias ni de parte de la base social del MAS. Frente a esto, el recurso a la represión y a la movilización del racismo atávico de las clases profesionales desplazadas por la emergencia del sujeto político campesino e indígena, ha estrechado la posibilidad de construir un proyecto democrático de la derecha boliviana (y posiblemente regional).

Más allá del gobierno conformado después del golpe de estado, los disensos que existen al interior de la élite empresarial que lo sustentó política y económicamente, impiden la consolidación de un nuevo grupo dirigente capaz de liderar una alternativa de largo plazo. La difícil convivencia entre la extrema derecha supremacista, el fascismo ortodoxo, el fundamentalismo cristiano o, entre otros, el social-liberalismo más proclive al juego democrático, lastran la consolidación de un bloque dirigente que dibuje un proyecto de país sustentado en el consenso social y no en la fuerza de las armas.

Esta debilidad explica la renuncia de la actual presidenta a su candidatura a las elecciones del 18 de octubre, que se enmarca en el intento de concentrar el voto de la derecha en los candidatos con mayores posibilidades de parar lo que parece una victoria segura del candidato del MAS. Pese a ello, ningún candidato ha conseguido desequilibrar la correlación de fuerzas existente en la amalgama ideológica de la derecha boliviana. Ni Carlos Mesa, ex vicepresidente con Sánchez de Lozada y representante del neoliberalismo más clásico, ni Luis Fernando Camacho, producto de la pujante extrema derecha evangélica latinoamericana y forjado en las organizaciones juveniles del fascismo cruceño, tienen la capacidad de imponerse como hegemón que articule el sentimiento anti Evo Morales en un proyecto político autónomo y con entidad en sí mismo.

Por su parte, los movimientos sociales, las organizaciones populares y los sindicatos campesinos, indígenas y originarios que han sustentado el “Proceso de Cambio” desde 2005, han conseguido rearticular un proyecto unitario bajo la imprecisa consigna de la lucha contra la dictadura. Al igual que en el pasado el figura de Evo Morales fungía como elemento cohesionador, la existencia de una gobierno ilegítimo ha permitido aparcar las contradicciones internas (campesinado/pueblos indígenas; urbano/rural; clase/identidad étnica) y aglutinar toda la energía organizativa alrededor de una candidatura de naturaleza tecnocrática, cuyo máximo valor es la eficiencia en la gestión macroeconómica durante los gobiernos de Evo Morales y en la que la referencia intelectual aymara se ubica en la vicepresidencia como polo de atracción del otrora bloque dirigente.

Si bien esta configuración dual se erige sobre las mismas lógicas que desgastaron la hegemonía del sujeto campesino e indígena (centralidad absoluta de lo electoral que debilita la construcción del movimiento social), en el momento actual constituye la única opción para hacer retroceder el proyecto fascistizante de la derecha boliviana y latinoamericana. En caso de victoria de la candidatura del MAS, no cabe la menor duda de que asistiremos al uso de tanta violencia como sea necesaria por parte del gobierno para mantener en el poder a las élites reaccionarias. Todas las posibilidades están abiertas, desde el fraude electoral hasta la represión militar.

En este contexto concreto, el movimiento internacionalista tiene que demostrar un alto grado de madurez y, pese a las insuficiencias del “Proceso de Cambio”, situarse en el lado correcto del conflicto, donde se encuentra el campesinado, los pueblos indígenas y la clase trabajadora urbana. Apoyar la profundización de las medidas de transformación económica y social, llevar a cabo una crítica constructiva permanente y contribuir al fortalecimiento de los movimientos sociales y las organizaciones populares, campesinas e indígenas, debe constituirse en nuestro horizonte político y dar sentido estratégico a nuestra acción.

La expresión libre y democrática de los pueblos y naciones de Bolivia es una necesidad histórica para este país y para América Latina en su conjunto. De ello depende la estabilidad en toda la región y la posibilidad de desarrollar pacíficamente proyectos políticos alternativos al orden neoliberal.