Desde la invasión en 2001, EE UU ha gastado cada día 300 millones de dólares en la pretendida “reconstrucción” de Afganistán. Calificar de fracaso la salida implica asumir que la ocupación tuvo en algún momento por objetivo la estabilidad institucional del país, la mejora de los derechos de su población o la consecución de objetivos como paz, bienestar o democracia. Sin embargo, nada de esto estuvo nunca en la agenda invasora, más allá de la propaganda y del soft power que suele acompañar cualquier injerencia exterior.
El rechazo frontal al regreso de los talibanes y el necesario abordaje de la urgencia humanitaria desencadenada no deberían ocultar el desastroso balance de la ocupación ni reconvertir en “menos malo” el reciente periodo de injerencia exterior. 20 años de ocupación dejan más de 100.000 civiles muertos, millones de personas desplazadas dentro y fuera del país, una economía destruida, una deuda externa abismal y la mitad de la población en situación de pobreza. Las pocas infraestructuras y avances positivos quedan ahora bajo mano de los talibanes. Con su desastrosa ocupación militar, el imperialista ha contribuido a crear la antesala del terror fundamentalista que ahora se abre. Urge romper las dinámicas internacionales que, en Afganistán o en Europa, pretenden limitar el campo de lo posible a la dicotomía tramposa entre capitalismo neocolonial y repliegue reaccionario.
Muchos países europeos, como el Estado español, apoyaron en 2001 la invasión estadounidense de Afganistán y han acompañado y legitimado la ocupación durante estas dos décadas. El seguidismo europeo ni siquiera le ha valido un asiento en la mesa de negociaciones entre EE UU y los talibanes. La creciente pérdida de peso de la UE en el tablero internacional se suma al rechazo e incapacidad de EE UU para ejercer de dirección política de la globalización neoliberal y muestra el agotamiento de la gobernanza “multilateral” vigente durante las últimas décadas. Un escenario global más fragmentado, imprevisible y espasmódico abre la puerta a nuevas dinámicas y desafíos también para las fuerzas transformadoras y clases populares de todo el planeta.
Como muestra de su incapacidad internacional e hipocresía estructural, la Unión Europea solo parece preocupada por la posible crisis migratoria que pueda generar la llegada de los talibanes. La preocupación por la situación de la población afganas, especialmente las mujeres y menores, contrasta con el cierre de fronteras, la militarización de las rutas migratorias y la criminalización de quienes buscaban refugio en Europa durante todos estos años huyendo de lugares como Afganistán. Desde la ultraderecha hasta el extremo centro neoliberal, las élites europeas no han tardado en pedir el fortalecimiento urgente de los mecanismos de la Europa Fortaleza ante la posible llegada de solicitantes de asilo desde Afganistán, mientras se prestaban rápidamente a dialogar con el nuevo régimen talibán (en contraste con las reticencias a reconocer a gobiernos electos en otras regiones del mundo, como América Latina, cuando estos no defienden los mismos intereses estratégicos). El cinismo es otro fantasma que también recorre Europa.
Los pueblos se liberan solos y son los únicos que pueden romper la triada gordiana de injerencia exterior, tiranías locales y fanatismo sin fronteras que atraviesa el mundo. Ni la clásica real politik conservadora ni el multilateralismo naïf neoliberal confían ni han otorgado nunca un mínimo de protagonismo a las fuerzas sociales locales. La geopolítica realmente existente se construye de espaldas a los pueblos. Urge construir un internacionalismo desde abajo y de las y los de abajo que haga bandera de la solidaridad entre los pueblos frente a las alianzas y disputas entre élites y oligarquías globales, regionales y locales.
En ese sentido, hacemos un llamamiento a la solidaridad activa con el pueblo afgano, condenado a sufrir la miseria, el saqueo, al analfabetismo, el patriarcado y la violencia contra las mujeres por los tiranos locales y los imperialistas extranjeros. Exigimos al gobierno español y la UE que abra las fronteras y garantice vías seguras a las refugiadas y refugiados afganos, sin distinciones: es la mínima responsabilidad que puede asumirse después de haber sido cómplices del desastre provocado.