Preguntas sobre Ucrania (1): De la anexión de Crimea a la guerra en el Donbass

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<Daria Saburova>

“Creer que la revolución social es concebible sin insurrecciones de las pequeñas naciones en las colonias y en Europa, sin explosiones revolucionarias de una parte de la pequeña burguesía con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas proletarias y semi-proletarias políticamente inconscientes contra el yugo señorial, clerical, monárquico, nacional, etc, es repudiar la revolución social. Es imaginar que un ejército tomará una posición en un lugar determinado y dirá ”“Estamos por el socialismo”“, y que otro, en otro lugar, dirá ”“Estamos por el imperialismo”“, ¡y que entonces de dará la revolución social!”! […] Cualquiera que espere una revolución social “pura” nunca vivirá lo suficiente como para verla. Es solo un revolucionario en palabras que no entiende nada de lo que es una verdadera revolución”.

Lenin, “Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a disponer de sí mismas” (1916).

El 30 de septiembre, Putin aprobó la anexión por parte de Rusia de las regiones de Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia, tras los referendos fantoches celebrados entre el 23 y el 27 de septiembre, repitiendo así el escenario que ya había sido probado en 2014 en Crimea y Donbass. Este golpe se produce en el contexto de una gran contraofensiva del ejército ucraniano en las regiones de Kharkiv y Donetsk, y tiene como objetivo justificar la “movilización parcial” anunciada el 21 de septiembre. Si bien este nuevo episodio de la “autodeterminación popular” debería por sí mismo iluminar retrospectivamente lo que sucedió en 2014, algunas voces de la izquierda todavía se levantan para acusar a Ucrania de haber provocado la escalada militar en curso. Este texto repasa los acontecimientos de 2014-2022 para responder a una serie de preguntas que siguen desgarrando a una parte de la izquierda radical y que obstaculizan su solidaridad con la resistencia popular ucraniana. Estas cuestiones se refieren al movimiento separatista y la guerra en el Donbass, los acuerdos de Minsk, la política del gobierno post-Maïdan, el avance de la extrema derecha y las perspectivas para la izquierda en Ucrania.

¿Guerra civil o guerra de agresión?

El 27 de febrero de 2014, días después de la caída de Yanukóvich tras la revolución de Maidán, un grupo de personas armadas tomó el control del Parlamento y del Gabinete de Ministros en Crimea. Al día siguiente, los “pequeños hombres verdes”, soldados vestidos con uniformes militares sin identificación, invaden los aeropuertos de Sebastopol y Simferopol, así como en otros lugares estratégicos de la península. Más de dos tercios de las tropas ucranianas estacionadas en Crimea y el 99% del personal de los servicios de seguridad se pasan del lado de Rusia. Apenas tres semanas después, tras un referéndum apresurado, Putin firma la adhesión de Crimea a la Federación Rusa.

En abril del mismo año, en el este de Ucrania, las fuerzas separatistas tomaron el control de los edificios administrativos en Donetsk, Lugansk y Kharkiv, y llamaron a la organización de referendos sobre la independencia de estas regiones. Si las autoridades ucranianas recuperan rápidamente el control de Kharkiv, no pueden recuperar las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, y la contrarrevolución corre el riesgo de extenderse a otras ciudades del sureste. El gobierno ucraniano responde a la creación de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (que proclaman su independencia en mayo) con el lanzamiento de una “operación antiterrorista” (ATO) con combates que durarán hasta febrero de 2015, fecha de la firma del Acuerdo de Minsk II. Aunque este acuerdo contribuye a la disminución significativa de la intensidad de los combates, conoce, como sabemos, el mismo fracaso que el primer acuerdo de septiembre de 2014. Antes de la invasión de febrero de 2022, la guerra ya había causado más de 13,000 muertos y casi 2 millones de refugiados.

Las preguntas más frecuentes en relación con estos acontecimientos se refieren a la naturaleza del conflicto en el Donbass y la ineluctabilidad de su extensión: ¿se trataba de una guerra civil, una guerra de agresión rusa contra Ucrania o una guerra que podríamos caracterizar de inmediato como interimperialista? ¿Podría haberse evitado la continuación de la guerra en el Donbass y la invasión a gran escala de Ucrania si se hubieran aplicado efectivamente los acuerdos de Minsk?

Si buscamos una respuesta puramente empírica a la primera pregunta, no hay duda de que la guerra en el Donbass puede calificarse de guerra civil, ya que parte de los habitantes locales participa realmente primero en las manifestaciones anti-Maïdan y luego en el movimiento separatista pro-ruso. El hecho de que las partes beligerantes puedan recibir ayuda externa no cambia la validez de esta calificación: las guerras civiles implican en general, de una forma u otra, intervenciones externas. Sin embargo, en el campo político esta cuestión va rápidamente más allá de la dimensión de una simple cuestión empírica o teórica y se convierte en una cuestión partidista, porque están en juego responsabilidades respectivas, que a su vez determinan las posiciones políticas con respecto al conflicto en el Donbass. Putin siempre ha negado la participación militar de Rusia en el Donbass. El término “guerra civil” para describir lo que sucede allí forma parte del arsenal ideológico de la propaganda rusa. Por el lado de Ucrania y las instituciones europeas, que, sin embargo, reconocen la participación de las poblaciones locales en el movimiento separatista, el término “guerra civil” está desterrado. La guerra en el Donbass se califica desde 2014 (y oficialmente desde 2018) como una “guerra de agresión rusa” para subrayar no solo la participación militar de Rusia en una guerra civil ya en curso, sino también y sobre todo su papel determinante en el estallido de la misma. No se niega que la población local se haya unido a las filas de los separatistas, pero se les considera simples marionetas del Kremlin.

El movimiento separatista: ¿qué implicación de Rusia?

En realidad, hay que reconocer que las dos dimensiones están muy presentes, y la cuestión debe centrarse más bien en la relación entre las dos dimensiones del conflicto. Es cierto que el movimiento separatista no habría logrado establecerse sin un mínimo de apoyo de la población local, o más bien sin la falta de apoyo al poder post-Maïdan y a la operación de liberación del Donbass lanzada por el gobierno ucraniano en la primavera de 2014. No hay encuestas de opinión fiables sobre los territorios bajo control separatista. Pero hay que recordar que en estos territorios el Partido de las Regiones y su líder Yanukóvich, él mismo originario de Donetsk, obtuvieron más del 80% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2010. Una gran parte de la población, en su mayoría de habla rusa, se concibe a sí misma como “rusa étnica”, comparte sentimientos nostálgicos de la URSS, tanto en estos aspectos socioeconómicos positivos como en estos aspectos social y políticamente conservadores, y toda la región depende económicamente de los vínculos con Rusia.

Los acontecimientos de 2014 pueden entenderse como la culminación de un proceso en el que, durante la década anterior, las divisiones identitarias y económicas reales fueron acaparadas e instrumentalizadas políticamente por diferentes fracciones del capital ucraniano. La acentuación de estas divisiones permitió que cada fracción se distinguiera en el juego electoral, relegando a un segundo plano las preocupaciones socioeconómicas y políticas comunes a las clases populares de todas las regiones de Ucrania. No siempre ha sido así. El tema étnico-cultural y lingüístico de las “dos Ucranias” solo se convierte en políticamente central a partir de las elecciones de 2004 que oponen a Viktor Yanukóvich y Viktor Yushchenko. Al mismo tiempo, asistimos a la marginación del Partido Comunista como actor independiente de la vida política y su participacón en coalición con el Partido de las Regiones. A partir de 2004, la vida política ucraniana estará, por tanto, estructurada de forma duradera según la división entre, por un lado, el campo nacional-democrático, liberal y proeuropeo, reclamando una identidad oeste-ukrainiana y, por otro, el campo paternalista, de habla rusa y pro-ruso, reclamando una identidad sud-este-ukrainiana. Esta división también toma la forma de una lucha en torno a la memoria histórica: los unos se reivindican del movimiento de liberación nacional con la figura de Bandera como héroe nacional, mientras que otros destacan la “Gran Guerra Patriótica” contra el fascismo. Cada bando desarrolla una imagen diabólica del otro: los ucranianos occidentales son estigmatizados como herederos de los colaboradores de los nazis, los ucranianos orientales como nostálgicos del estalinismo responsable de la muerte de varios millones de ucranianos durante la hambruna de la década de 1930. Esta dinámica local se acompaña geopolíticamente de un aumento de las tensiones entre Rusia y Occidente que terminan cristalizándose de manera privilegiada en torno a la cuestión ucraniana.

Según las encuestas, la mayoría de la población del Donbass estaba en contra de la firma del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (55,2% de “no”), con preferencia por la Unión Aduanera (64, 5% de “sí”). Según una encuesta realizada en diciembre de 2013, solo el 13% de los encuestados dijo que apoyaba a Euromaïdan, mientras que el 81% dijo que no lo apoyaba. La actitud mayoritaria de los habitantes de Donbass hacia el Maidan iba desde la indiferencia hasta la hostilidad, reforzada por el desprecio de clase que los pro-Maïdan podían mostrar hacia ellos.

Sin embargo, el Maidan tenía el potencial de reunir al país en torno a reivindicaciones comunes. Aunque fueron menos masivas, en el Donbass también hubo manifestaciones pro-Maïdan, manifestaciones contra la corrupción, los abusos del Estado policial y el sistema jurídico disfuncional, y por valores asociados, con razón o sin ella, con Europa, como la democracia, el respeto a la ley, la defensa de los derechos civiles y los derechos humanos, así como por salarios y un nivel de vida más elevados. Pero este potencial se vió sofocado, por un lado, por la entrada en el movimiento de grupos de extrema derecha que han sobredeterminado el Euromaïdan de Kiev por una agenda nacionalista, y por otro lado por el esfuerzo de los poderes locales del Este para desacreditar el movimiento. Al igual que en Kiev, los representantes locales del partido gobernante respondieron con la constitución de milicias para intimidar, desacreditar y dispersar las manifestaciones. Y al igual que en Kiev, organizaron y financiaron manifestaciones anti-Maïdan/pro-gobierno. Finalmente, la radicalización de las manifestaciones en Kiev, que llevaron al derrocamiento del régimen, así como la derogación por parte del gobierno interino de la ley de lenguas regionales aprobada dos años antes, reforzaron la idea, transmitida por los medios de comunicación, de que los nacionalistas ucranianos iban a llevar el desorden al Donbass, oprimir a las poblaciones de habla rusa y, por la reorientación radicalmente proeuropea del país, amenazar los equilibrios socioeconómicos de la región.

Pero eso no significa que hubiera una gran movilización popular desde el principio por la independencia de la región o por su anexión a Rusia, y que la crítica al Maidan inevitablemente evolucionaría en una guerra civil. Las organizaciones separatistas y panrusas (“República de Donetsk”, “Club de fans de la Novorossiya”, “Bloc ruso”, etc.) eran muy marginales antes de 2014. Hasta febrero de 2014, sus manifestaciones condenando el golpe de Estado fascista, llamando a defender a la iglesia ortodoxa rusa y la pertenencia del Donbass a Rusia, solo reunían a unas pocas decenas de personas. La extensión del tema separatista fue más bien obra de las élites locales y las fuerzas separatistas minoritarias apoyadas por Rusia, que supieron explotar el descontento popular difuso contra el nuevo gobierno. Las conversaciones con los ciudadanos de las regiones separatistas revelan sobre todo un sentimiento de impotencia, la impresión de ser rehenes de los juegos geopolíticos que los superan, el resentimiento hacia todas las partes beligerantes y un profundo deseo de volver a la paz. El contraste es sorprendente cuando comparamos este bajo nivel de movilización popular con la resistencia actual de los ucranianos a la invasión rusa, ya que el 98% de los encuestados en las últimas encuestas brindan un fuerte apoyo al ejército ucraniano /1.

Por lo tanto, podemos afirmar que sin la participación de Rusia, la desconfianza de las poblaciones de Donbass en la revolución de Maidan seguramente no se habría convertido en una guerra civil. En primer lugar, está el inmenso papel que desempeñó la propaganda rusa en el descrédito de Maidan como un golpe de Estado fascista orquestado por Estados Unidos. Los medios de comunicación rusos o controlados por las élites locales pro-rusas, principales fuentes de información para la población local, difundieron todo tipo de información falsa y rumores sobre el destino reservado por el nuevo poder de Kiev a las poblaciones de habla rusa: que las y los rusófonos iban a ser despedidos de sus puestos de trabajo en instituciones y empresas públicas, o incluso expulsados del país; que los “Banderistas” iban a venir al Donbass para sembrar el miedo y la violencia; que las minas del Donbass iban a ser definitivamente cerradas y utilizadas por los países europeos para almacenar en ellas residuos radioactivos; que el mercado ukraniano iba a ser sumergido en productos alimenticios modificados genéticamente; que Estados Unidos usaría Ucrania como base para librar la guerra contra Rusia. En la crisis política del invierno-primavera 2013-2014, Rusia es así cada vez más percibida como garante de paz y estabilidad.

Luego hubo la participación directa de consejeros del Kremlin como Surkov y Glazyrev, así como de las fuerzas especiales rusas en las protestas anti-Maïdan y en el levantamiento separatista bajo la bandera de la “Primavera Rusa”. Éste es dirigido por el ciudadano ruso Girkin-Strelkov, que más tarde fue reemplazado por el ciudadano de Donetsk Aleksandr Zakharchenko para dar más legitimidad a la dirección de las nuevas repúblicas.

Finalmente, a partir de junio de 2014, Rusia se involucra en la guerra no solo enviando armas pesadas a los separatistas locales, sino también directamente con la participación de las unidades del ejército ruso en los combates en Ilovaïsk en agosto de 2014, en Debaltseve en febrero de 2015, etc. Esta intervención militar tuvo lugar cuando el ejército ucraniano y los batallones de voluntarios estaban a punto de infligir una derrota decisiva a las fuerzas separatistas. Es la entrada del ejército ruso en la guerra la que cambia por completo las correlaciones de fuerzas, empujando al presidente ucraniano Poroshenko a iniciar el proceso de negociaciones y firmar el alto el fuego conocido como  acuerdos de Minsk.

Los acuerdos de Minsk: ¿una guerra evitable?

Por lo tanto, hay que recordar que los acuerdos de Minsk se producen en una situación militar muy desfavorable para el gobierno ucraniano, en un momento en que Rusia revierte la situación en el campo de batalla y amenaza con continuar las conquistas territoriales en el este y el sur de Ucrania, con el desafío de la creación de un corredor terrestre de Crimea a Transnistria. Ya había en ese momento el miedo muy real a una invasión a gran escala del país. Por lo tanto, Ucrania se ve obligada a aceptar los términos de las negociaciones. Para Rusia se trataba de encontrar una manera de mantener una influencia decisiva en la política interna y externa de Ucrania, porque con la pérdida de Crimea y parte del Donbass, Ucrania también ha perdido su electorado más orientado al voto pro-ruso. Para asegurarse el control de su antigua semi-colonia, Rusia tenía, por tanto, más interés en la reintegración por parte de Ucrania de los territorios separatistas bajo condición de la federalización del país, y en que no se pudiera tomar ninguna decisión estratégica sin el acuerdo de todos los miembros de la federación, que en reconocer su independencia o vincularlos definitivamente a Rusia, que era lo que sin embargo los propios líderes separatistas deseaban.

Las negociaciones se llevan a cabo en dos ocasiones: en septiembre de 2014 (Minsk I) y en febrero de 2015 (Minsk II). Los acuerdos de Minsk incluían varios puntos con un componente de seguridad (alto el fuego, retirada de armas pesadas, intercambio de prisioneros, restauración de la frontera ucraniana) y un componente político (amnistía de las personas involucradas en el movimiento separatista, reforma constitucional de Ucrania estableciendo un principio de descentralización del poder, reconocimiento de un estatus especial a las regiones de Lugansk y Donetsk, organización de elecciones locales). Ningún punto de estos acuerdos se aplicó plenamente. Su fracaso se explica por el estancamiento de las negociaciones sobre la parte política. Ucrania reclamaba que las elecciones locales se celebrasen de acuerdo con la ley ucraniana y bajo la vigilancia de instituciones internacionales independientes tras el desmantelamiento y la retirada previa de todas las formaciones militares ilegales (fuerzas separatistas, mercenarios y ejército regular ruso) y la recuperación por parte de Ucrania del control de su frontera. Por su parte, Putin quería que el proceso comenzara con las elecciones locales y la reforma constitucional. El otro punto de desacuerdo se refería a la amnistía para los líderes de las repúblicas separatistas y el reconocimiento de un estatus especial para el Donbass. Este estatus implicaba que las regiones pudieran llevar a cabo una política económica, social, lingüística y cultural autónoma, nombrar fiscales y tener órganos de justicia independientes y, finalmente, formar sus propias “milicias populares”. El texto también sugería que el gobierno central debía contribuir a reforzar la cooperación entre las regiones de Lugansk y Donetsk y Rusia. Concretamente, el texto de los acuerdos tenía como objetivo legalizar el statu quo: los actuales líderes separatistas se convertirían en representantes oficiales del poder ucraniano en los territorios ocupados, sus fuerzas militares se mantendrían y tomarían oficialmente el control de la frontera ruso-ucraniana.

Como resultado, los acuerdos de Minsk eran inaceptables para la opinión pública ucraniana. A lo sumo aseguraban una congelación provisional del conflicto. Estaba claro que, para Rusia, se trataba de adquirir un instrumento permanente de injerencia en los asuntos ucranianos, impidiendo que el país llevara a cabo una política exterior e interna independiente. Además, estos acuerdos no aportaban ninguna solución a la cuestión de Crimea. La aplicación de estos acuerdos por parte del poder ucraniano seguramente habría llevado a una nueva crisis política, a un nuevo Maidan liderado esta vez por la franja más reaccionaria de la sociedad civil ucraniana. Desde el punto de vista de la realpolitik, siempre se podría decir que el gobierno ucraniano podría haber evitado la guerra haciendo concesiones a Rusia. Pero tal afirmación equivale a culpar a la víctima y aceptar que las potencias imperialistas pueden dictar a los pueblos las condiciones de su sumisión bajo presión militar.

4/12/2022

https://lanticapitaliste.org/actualite/international/questions-sur-lukraine-1-de-lannexion-de-la-crimee-la-guerre-dans-le

L’Anticapitaliste n°140 (noviembre 2022)

Traducción: F.E. para antikapitalistak.org

1/ https://www.pravda.com.ua/news/2022/08/11/7362903/

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