Informe político de la C. Confederal de Anticapitalistas

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Irailaren 26an, larunbata, Anticapitalistas-en Koordinadora Konfederalak onartutako txosten politikoaren laburpena argitaratu dugu. Txosten honetan, nazioarteko eta estatuko egoeraren azterketa azaltzen da, bai eta ziklo berri honetan erakundeak landuko dituen ildo politikoak ere:


Vivimos unos meses marcados por la crisis del COVID. La pandemia ha condicionado todo el ambiente político y ha servido como factor detonante de una crisis social y económica profunda, cuyas consecuencias aún están por entreverse. En ese sentido, entramos en una fase incierta, pero marcada por un empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría social y que golpeará con dureza a la clase trabajadora. La resolución de la crisis sanitaria puede durar meses y tener de nuevo picos bruscos, agudizados por la debilidad del sistema sanitario público, incapaz de dar una respuesta eficaz ante un reto imprevisto.

La crisis económica mundial no tiene precedente en sus causas y manifestación, pues en esta ocasión se ha debido a una paralización brusca y global de la cadena de valor internacional en un contexto previo en el que, a su vez, se estaba produciendo ya una profunda reorganización de la correlación de fuerzas económica y política a nivel global. En el Estado Español se ha visto agudizada por el tipo de modelo productivo -con gran peso del turismo y la construcción- y actividades subalternas y de bajo valor añadido asignadas por su inserción en la división internacional del trabajo. La crisis se está expresando ya, a través del aumento del desempleo, el cierre de empresas y pequeños negocios, y la concentración bancaria.

A nivel internacional, observamos como las tendencias que preveíamos se continúan desarrollando. En EEUU ha estallado una gran revuelta popular liderada por el movimiento negro, al que se han sumado de forma transversal otras minorías y sectores sociales opuestas a la deriva política impulsada por Trump. Este movimiento ha conseguido aglutinar toda una serie de descontentos, contra el racismo y contra la profunda desigualdad que atraviesa el primer país capitalista del planeta. La derrota de Bernie Sanders ha provocado que la dinámica de la oposición contra Trump se desplace a la lucha social. Estamos ante un movimiento de largo recorrido, que tiene expresiones a nivel político (como el auge de un nuevo movimiento socialista, materializado fundamentalmente en DSA), pero que también se traduce en una renovación del movimiento negro y que se articula con centenares de iniciativas de carácter social que han germinado durante años por abajo. Es posible que la victoria de Joe Biden, si es que finalmente se produce, y la falta de una perspectiva de “poder” ralenticen el movimiento antagonista a corto plazo en EEUU, pero estamos ante algo mucho más profundo: es el inicio y a la vez un paso más en la reconstrucción de una fuerza social impugnadora en el corazón de un país atravesado por una crisis y decadencia de larga duración. Sin duda, es una tarea fundamental estar atentos a lo que sucede en EEUU y considerarlo como una avanzadilla clave en el largo proceso de recomposición del movimiento antagonista. Lo que allí suceda tendrá réplicas en otros países y estará también ligada a la posibilidad del desarrollo de China como nuevo hegemón del capitalismo global.

En ese sentido, la situación global sigue siendo profundamente conflictiva. Todos los gobiernos del mundo se ven enfrentados a esta gran crisis. En algunos países como Líbano o Bielorrusia ya han estallado movimientos que, a pesar de sus características particulares y de sus diferentes composiciones políticas, tienen como objetivo enfrentarse a sus clases políticas gobernantes. En Chile la gran explosión social anti-neoliberal ha dejado un poso político que está por ver como se traduce en los próximos meses. Aunque en la UE la situación política parece ralentizada y congelada por la crisis del COVID y el shock de la incertidumbre económica, estas revueltas avanzan formas de descontento que podrían repetirse en otras partes del globo, tal como ya se podido comprobar en Colombia, cuyas características son: crisis orgánicas y de confianza de las clases populares en sus gobernantes, ambivalentes en su dirección política y con una composición heterogénea.

Tampoco debemos infravalorar el auge y ascenso de opciones políticas reaccionarias. La extrema derecha ha consolidado avances en países clave, como Brasil, Italia, EEUU y Francia (en unos ostentando el poder, en otros encabezando la oposición), surfeando la radicalización de unas clases medias adictas al nacionalismo de Estado, al que ven como salida ante la incierta competencia global. En países como Bolivia han sido capaces de orquestar golpes de estado, sin que la izquierda haya sido capaz de armar una respuesta ante su ofensiva. Todo ello en un contexto mundial que ha virado a derecha, conoce diversas expresiones -pese a su actual crisis- de las políticas neoliberales y donde la mayor parte de la población vive bajo gobiernos muy autoritarios (Filipinas, India o Rusia) cuando no directamente dictatoriales de diverso signo (China o las monarquías petroleras absolutistas). Nos encontramos ante un escenario de profunda crisis económica y ecológica que marcará la próxima década. La extrema derecha parece ser la respuesta de las clases medias radicalizadas; la clase dominante sistémica (progresista o conservadora) se encuentra atrapada en una profunda crisis de legitimidad, dependiente del ciclo económico, pero sin adversarios de envergadura enfrente debida a la profunda debilidad de las fuerzas socialistas.

En ese sentido, como apuesta estratégica y tarea de fondo en el terreno de esta recomposición, apostamos por una política que priorice la independencia política de las fuerzas sociales antagonistas. En este contexto, esa diferencia estratégica atraviesa todo el globo: nos negamos a aceptar la dicotomía entre las fuerzas sistémicas oficiales y la extrema derecha, porque eso borra la posibilidad de una alternativa sistémica. Obviamente, somos conscientes de que en algunas circunstancias concretas son necesarios acuerdos entre fuerzas sociales diferentes: pero a nivel general, la construcción de un movimiento anti-sistémico no debe subordinarse a la lógica del mal menor frentepopulista con el liberalismo. Este es quizás el debate central de nuestra época: dentro del movimiento anti-sistémico hay diferentes estrategias y opciones políticas, pero la constitución de una fuerza social opuesta al poder económico sigue siendo la línea de demarcación fundamental.

En el Estado Español, los primeros meses del gobierno progresista confirman las tendencias que analizamos en su momento, aunque por desgracia, esta confirmación no augura automáticamente posibilidades de contrapesarla. El gobierno ha renunciado a los puntos más avan- zados de su programa, como la derogación de la reforma laboral o el fortalecimiento de los servicios públicos. El PSOE ha iniciado un giro a la derecha al que UP es incapaz de responder. La actitud gubernamental ante la fuga del Rey Juan Carlos, el fracaso estrepitoso del escudo social (desahucios, IMV, despidos), inexistencia de reforma fiscal o la fusión de Bankia son elementos que impiden, más allá de la propaganda oficial, caracterizar a este gobierno como “progresista”, en un sentido de que impulsa reformas y relaciones de fuerza favorables a la clase trabajadora. La pandemia también ha acelerado el proceso de caos en el funcionamiento de la administración estatal y ha puesto encima de la mesa la profunda debilidad de los mecanismos redistributivos del raquítico estado del bienestar español. Solo la existencia de una extrema derecha radicalizada (muy activa, con capacidad de marcar la agenda política del PP, con una fuerte imbricación en diversos sectores de la sociedad y un buen manejo del potencial de las redes sociales, aunque ahora mismo minorizada) sostiene a este gobierno como mal menor.

La desmovilización, pasividad y cierto desencanto de la base social progresista no se traducen en una radicalización hacia la izquierda, sino, más bien, en un paulatino y apenas perceptible retiro de la escena pública de buena parte de la base social de la izquierda. Dicho esto, el gobierno aún tiene margen para aguantar. No existe una alternativa ni política ni aritmética a este gobierno ahora mismo. Está por ver si el PP concreta su famoso “giro al centro”, que le permita situarse como una alternativa creíble al PSOE. Pero ha quedado claro que la estrategia gobernista de UP es un rotundo fracaso: no controla mejor al PSOE y su combinación de propaganda de mala calidad y rabietas públicas les hace perder credibilidad de forma constante. La experiencia de los meses del gobierno de coalición indica que el PSOE determina la orientación en lo fundamental -tanto en el plano político como económico- sin que UP tenga capacidad alguna de modificarla. Aunque UP ha perdido la mitad de su electorado durante los últimos años, ahora entra en proceso de perdida de “adhesiones”: veremos qué repercusiones tiene a nivel político y electoral. Pero la consecuencia más obvia es la recuperación total del social-liberalismo como hegemón en la izquierda.

En ese sentido, la crisis de la izquierda afecta también a los movimientos sociales y sindicales. CCOO y UGT, rehenes de su fallida estrategia de concertación social a toda costa, se encuentran completamente entregados a la dinámica gubernamental, paralizados y sin voluntad ni capacidad de movilizar. Los sindicatos radicales, pese a su actitud combativa, carecen de una estrategia de movilización y convergencia con otros sectores sociales, así como de implantación y arraigo suficientes para contrarrestar la hegemonía de los mayoritarios. Los movimientos que han sido la vanguardia en el ciclo anterior (feminista, ecologista, vivienda) se hayan desarticulados organizativamente y bloqueados políticamente, incapaces de ser alternativa sistémica, pero tampoco de presionar en temas concretos a los poderes públicos.

Es obvio que la pandemia ha acelerado procesos que ya venían de antes y que se relacionan con una cuestión poco tenida en cuenta: las derrotas políticas afectan también a los movimientos sociales, sobre todo cuando generacionalmente tienen la misma composición de clase. Desde luego, sigue siendo central para nosotras participar y seguir presentes en ellos, con una perspectiva resistencialista (movilizar lo que queda) y a la vez de apertura (ser conscientes de la necesidad de un nuevo impulso). Pero también debemos iniciar un proceso de reflexión autocrítica: existe una tendencia en ver a los movimientos como algo alternativo a lo político y, en realidad, la configuración está tan profundamente imbricada que es difícil pensarlos, más allá de lo conceptual, como esferas separadas. Sin proyecto político, no hay movimiento, y viceversa.

La única excepción a esta crisis de la izquierda se da en las naciones sin estado. Hablamos de izquierdas socialdemócratas (con excepción de la CUP), pero con una fuerte base social y capacidad electoral. Nuestra apuesta por Adelante Andalucía trata de empalmar con este proceso y dotarlo de un contenido anticapitalista: proceso que se puede acelerar en todo el Estado ante el evidente caos de las administraciones. La crisis nacional-territorial será uno de los ejes centrales durante los próximos años y una gran oportunidad por construir opciones políticas centradas en el auto-gobierno, entendido como la emancipación directa de la gente trabajadora que vive en un territorio concreto. Auto-determinación, en definitiva, como el gobierno de las fuerzas sociales subalternas sobre un territorio, con un horizonte que huya de los repliegues identitarios propios de los nacionalismos de Estado. Se trata de fortalecer y adaptar nuestro proyecto confederal-republicano a las realidades existentes.

En definitiva, nos enfrentamos a un año particularmente duro, en donde la crisis del COVID se entrecruzará con la materialización de una profunda crisis social y económica (y política, como hemos podido ver con el escándalo de la monarquía) que se traducirá en el aumento del paro y la pobreza. El gobierno del PSOE-UP seguirá su senda social-liberal con una UP cada vez más achicada e insignificante, pero con poco margen para romper con el gobierno en buenas condiciones. La debilidad y crisis de la izquierda social seguirá magnificando a Vox mientras el PP trata de recolocarse como partido de gobierno. No descartamos a medio plazo explosiones sociales o de corte anti-político. Estas ya no serán hegemonizadas por la ex-nueva izquierda. En el caso de las primeras, pueden dar lugar a fenómenos progresivos como los chalecos amarillos. En el caso de las segundas, al auge de populismos de extrema derecha que trasciendan el tradicionalismo de Vox. El anticapitalismo debe reorientarse en este escenario y actualizar sus consignas desde la lucha de clases, el feminismo, el ecologismo y la radicalidad democrática, viendo si, por ejemplo, ponemos encima el horizonte (a construir y no a proclamar) de una huelga general en casos como la Comunidad de Madrid. Es decir, se trata de proponer formas de lucha que combatan la debilidad e impotencia estructural del poder político. Hemos entrado en una fase en la que, ante el fracaso evidente de la izquierda institucional, es necesario impulsar formas de lucha que saquen la política de los límites de lo parlamentario, pero también empezar a (re)construir una perspectiva política que recupere el eje “abajo vs arriba” (aunque adopte nuevos lenguajes) frente a una clase política totalmente dependiente o sumisa ante los poderes económicos.

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