( Tomado de la web Plaza Tomada)
De tantos golpes que recibió, el cerebro lo tiene muy separado del cráneo y tiene que usar sombrero de ala ancha para anticipar cualquier tope, que por pequeño que sea, le puede reventar una vena. Ha visto varias veces la película ¡Viva Zapata! con Marlon Brando. Lleva su sempiterna barba bien cuidada, y unas pulseritas de colores le dan un aire festivo a su aspecto. Es una leyenda, lo quieran negar o no. Gran parte de la historia política peruana del siglo XX no puede escribirse sin mencionar su nombre.
TEXTO Y FOTOS: EDUARDO ABUSADA FRANCO (NOTA: ENTREVISTA REALIZADA EN ENERO DE 2015)
Don Hugo, ¿en qué ha andado en los últimos años, que ya estaba un poco desaparecido últimamente?
Sacamos el periódico Lucha indígena. Precisamente ahora en diciembre estamos sacando el número 100. En el exterior ha gustado mucho este periódico. Lo editamos y se imprime en Lima. Y tenemos relación con compañeros del exterior por Skype. Estuvimos en una reunión en Colombia y me programaron para que hable. Me dijeron “¿por qué no hablas de Lucha indígena?”. Me convencieron de que era importante que hable del periódico y hablé de ello. Ellos impulsaron una ‘minga’ (acción colectiva para beneficio colectivo) por Lucha Indígena, y así consiguieron para apoyo para el periódico.
¿Quiénes son nosotros?
En realidad somos cuatro personas los que editamos Lucha indígena. Está Enrique Fernández, un antiguo obrero y dirigente metalúrgico, que es el editor, y dos compañeros que viven en el Cuzco.
No he visto mucho ese periódico, ¿dónde se puede conseguir?
Lo que pasa es en que Lima no hay distribuidores honrados. Reciben el periódico y no devuelven ni un centavo. Con la ayuda económica que tuvimos del exterior hemos alquilado un local, pero recién estamos tratando de conseguir gente que atienda en el lugar.
¿Qué edad tiene ya, don Hugo?
Ochenta.
A pesar de la edad, está bien conservado. ¿Cómo le hace?
Me cuido en la alimentación. Solamente en un extremo recurro a las medicinas. Uso medicina natural y fundamentalmente buena alimentación. Por ejemplo, mi desayuno es agua con harina de coca con cañihua y con kiwicha.
Veo que está al día con la tecnología. Usa celular, sabe del Skype, tiene correo electrónico, usa laptop. ¿Cómo ha hecho para aprender?
Sí pues, he tenido que aprender. Bueno, soy analfabeto digital, pero algo he aprendido. Pregunto y me enseñan.
EL EXESTUDIANTE SINDICALISTA
Cuéntame de su vida, ¿Ud. era campesino o estudiante? Pues lideró los movimientos campesinos, pero también se fue a estudiar a Argentina.
Mi mamá era una pequeña hacendada y mi papá era abogado. Tenía un hermano que estaba estudiando en La Plata. Como me gustaba el campo, yo también fui a estudiar agronomía allá. Mi papá me pagaba. Pero como dice Eduardo Galeano, nací dos veces. El primer nacimiento fue en el que vine al mundo, y el segundo fue cuando era niño, al enterarme de que un hacendado marcó con hierro caliente la nalga de un indígena [fue el hacendado Bartolomé Paz, quien grabó sus iniciales en la nalga de un campesino]. Eso me impactó mucho y marcó mi vida. Cuando tenía 13 años éramos tres hermanos. Mi hermano tenía 19 y mi hermano 17. Yo fui el único que quedé libre, porque ellos, los dos, fueron apresados por apristas. Estaban perseguidos el Apra y el Partido Comunista. Eso también me impactó. Tenía inclinaciones hacia lo indígena porque la revolución de 1910 en México influyó en el Cuzco. (…) Entonces me fui a Argentina y había una realidad obrera. Acá se puede decir que entre estudiantes de secundaria teníamos un grupo de estudios en que leíamos a Haya de la Torre, Mariátegui, Gonzáles Prada, así en desorden. Queríamos que algún universitario nos oriente, pero ellos, por su puesto, tenían recelo de hablar con nosotros; porque como estaban tan perseguidos el Apra y el Partido Comunista, podíamos hablar y sin querer delatarlos. Pero cuando salí allá, recién puede conocer más. Pasé por Bolivia y había bastante literatura revolucionaria. No sabía yo, pero lo que pasa es que el 52 hubo una revolución en Bolivia en que derrocaron a un gobierno militar.
¿Qué pasó con la carrera de agronomía… la dejó?
Todavía no. Quería entrar a una organización de izquierda. Ahí trabajábamos con el Centro de Estudiantes Peruanos de La Plata; y mi hermano era el secretario general de la célula aprista de La Plata, porque allá sí funcionaba tranquilamente. Allí conocí a Villanueva del Campo, a Melgar, que fueron deportados. Conocí más a fondo lo que era el Apra, pero ya no me gustó, porque ya estaba comenzando a desviarse. Había leído acá El antiimperialismo y el Apra, por su puesto me gustó, pero después en La defensa continental Haya de la Torre empieza a capitular ante el imperialismo norteamericano. Y del Partido Comunista… bueno, mi hermano se encargaba de hablarme mal y los comunistas de allá no podían desmentirlo. Entonces, anduve en búsqueda de alguna organización y allí es que me conocí con los trotskistas peruanos y él me presentó a los del partido trotskista argentino y me uní a ellos. Estaba en preparación el golpe de Estado pro imperialista —por norteamericano— en la época de Perón. La clase media apoyaba el golpe. Yo no me sentía bien ya en la universidad. Por eso decidí abandonarla e irme de obrero al frigorífico de Berisso, cerca a La Plata.
¿Cuánto tiempo estuvo allí?
Como tres años. Regresé. En ese tiempo el planteamiento que era que el proletariado era la vanguardia, y como en el Cuzco no habían proletarios, vine a Lima a entrar en fábricas. Entré a una fábrica textil, pero yo estaba acostumbrado a estar en fábricas grandes, de 5 mil, 10 mil obreros. No me hallaba en una fábrica con tan poca gente, y uno era ahijado del patrón, el otro era sobrino del capataz, y no había sindicato. No se podía ni formar uno. Entonces salí de la fábrica textil y me fui a una fábrica de metalurgia, pero también era pequeña. Así que me fui a Chanchamayo para aprender soldadura. Después regresé a Lima y por fin encontré una fábrica donde ya había sindicato. Una fábrica de aceite Friol y ahí entré a trabajar. Pero en eso llegó Nixon que era vicepresidente de Estados Unidos al Perú, y entre varios grupúsculos de izquierda, donde no estaba ni el Partido Comunista ni el Apra, preparamos una contramanifestación que resultó mucho más grande de lo que imaginábamos. Y luego vino entonces la represión y tuve que abandonar la fábrica y me fui al Cuzco.
EL CAMPESINO BLANCO Y PROLETARIO Y REFORMISTA
¿Cómo entonces lo eligen a Ud. líder campesino en los levantamientos de La Convención en los 60 si no era campesino?
Había aprendido que el proletariado era la vanguardia y que había que impulsar al proletariado a la toma del poder y que eso resolvería los problemas de todos. Yo me sentía indígena, pero en vista de que el proletariado era la vanguardia, también era proletario. Pero cuando Nixon vino tuve que huir al Cuzco y allí organicé a los canillitas, vendedores de periódicos. Fui delegado de ellos en la Federación de Trabajadores del Cuzco. Vi que no era una federación obrera, sino fundamentalmente artesanal; y vi que la vanguardia eran los campesinos de La Convención. Entonces, pues, cuando el director del periódico del Cuzco me hizo detener [por lo de los canillitas], ahí en la comisaría estuve con un dirigente campesino, que yo ya lo había conocido en la Federación, que me dijo: “A ti te van a soltar mañana, porque no hay orden del juez; pero a mi me van a mandar a la cárcel y me preocupa porque ya tres dirigentes del sindicato estamos presos”. Él era dirigente del sindicato de Chaupimayo, y le dije: “Bueno, yo me voy a Chaupimayo”. «Anda habla con los otros dirigentes a la cárcel», me dijo. Fui, hablé y estuvieron de acuerdo en que yo vaya. Ahí fui a La Convención y comenzó mi vida de campesino.
¿Lo aceptaron?
Me aceptaron porque eran ya tres dirigentes los que estaban presos.
¿Pero, cómo lo aceptan? Porque usted no es precisamente cobrizo…
Bueno, hay muchos campesinos quechua-hablantes que andan descalzos y que son rubios. Con mi hija que ha venido de Suecia fuimos a mi distrito y me dijo “papá, estas campesinas son más blancas que yo”, y es así. Hay sectores donde la gente es rubia. El ser indígena es trabajar la tierra, hablar quechua, no sé el origen de eso [suena su celular y ve un mensaje]. Mis rasgos no son plenamente indígenas pero tengo algunas características.
Ud. habla quechua, además.
Claro, por su puesto, y un poco de castellano también [bromea]. El quechua me parece un idioma más completo que el castellano.
LA LUCHA POR LA TIERRA GRANDE Y LA REPRESIÓN DE BELAÚNDE
«Belaúnde hizo una caricatura de reforma agraria, y Belaunde metió bala a los campesinos. Por eso fue el golpe»
En los levantamientos de La Convención y Lares en los 60, se hace conocido. En ese momento el problema del indio, como lo decía Mariátegui, era el problema de la tierra, ¿si el tema es ahora contra las mineras, el problema sigue más o menos por allí?
Bueno, un periodista dijo que antes yo luchaba por la ‘tierra’ con minúsculas, y ahora lucho por la ‘TIERRA’ con mayúsculas. En quechua no tenemos ese problema porque son dos palabras diferentes. La tierra cultivable es ‘jallpa’ y el planeta tierra es la ‘pachamama’.
Entonces, haciendo un símil y salvando enorme distancias, fue un poco en su tiempo como un Gregorio Santos en su tiempo, ¿cómo lo ve a él? [Nota: esta pregunta fue hecha antes de las sentencias de corrupción y otras que pesan sobre Santos]
En primer lugar, yo no creo en líderes. No me considero líder ni nunca lo he sido. En segundo lugar, siempre he respetado la característica indígena de que la comunidad es la que manda y no el individuo. Inclusive, cuando tomamos las armas, fue la masa la que decidió la autodefensa…
A pesar de que Ud. no se cree líder, la gente sí lo erigió como tal…
[Levanta la voz] Bueno, pues, me ven así porque el sistema nos ha domesticado con que hay gente que nació para mandar y otra para obedecer.
En su momento a Ud. lo mitificaron, las indias llevaban a sus hijos para que Ud. los toque…
Allá todos éramos compañeros. Pero volviendo a Gregorio Santos, entre otras cosas, él no estuvo desde el principio contra Conga, fueron los compañeros quienes le exigieron eso. Y, además, él, por ejemplo, no está en contra de la represa que van a hacer en el Marañón. Es decir, yo lo apoyo a Santos porque sé que está preso por decisión de la minera y el Gobierno, pero también la minera y el Gobierno tienen muchos argumentos para tenerlo preso por toda esa gran cantidad de dinero que había en la cuenta de su mujer y que Santos dice que es la colaboración que hacían las empresas al partido MAS.
En fin, como sea, en esos años se logró la reforma agraria, ¿fue gracias al levantamiento de Chaupimayo que ustedes hicieron?
Fue gracias a la organización del campesinado de La Convención.
¿Era necesario un levantamiento? Belaúnde ya había prometido la reforma y estaba en eso.
Belaúnde hizo una caricatura de reforma agraria, y Belaunde metió bala a los campesinos. Por eso fue el golpe.
¿El que mató no fue el hacendado Luna Oblitas, el que se bajó a siete campesinos…?
Sí, pero la política de Belaúnde era meter bala a los campesinos que tomaban la tierra en el Cuzco. ¿Qué pasó? El campesino de allá se organizó, luchó por la tierra, el Gobierno servía a los ricos como todos los gobiernos hasta el día de hoy, y mandaron la represión. La gente decidió defenderse. Después nos tomaron presos, pero ya vieron que la gente reaccionaba tan bien, que ya no continuaron reprimiendo. Sacaron un decreto de reforma agraria que no pensaban cumplir, pero solamente para La Convención y Lares; pero dos hacendados decidieron que por favor hicieran la reforma agraria en sus haciendas —en Potreros y Aranjuez—. Fueron y se hizo la reforma allí. Como la ley decía, se les dejó la mejor parte a los hacendados. Después los funcionarios del Gobierno fueron donde campesinos de otros lados, y les dijeron “venimos a entregarles la tierra por orden del Gobierno”. Los campesinos les contestaban que “acá no necesitamos la ley de reforma agraria del Gobierno, acá se hace la reforma agraria del campesinado, que dice que ni un palmo de tierra se le deja al hacendado y no se le da ni un centavo”. Solamente en esas dos haciendas se hizo la reforma agraria del Gobierno, en las otras se hizo la reforma del campesinado, cuando nosotros ya estábamos presos.
Belaúnde mató mucha gente, y los militares se inquietaron porque podía provocar una revolución y decidieron tomar el poder ellos para hacer la reforma agraria. En eso también los apoyaba la burguesía industrial que estaba avanzando y que le molestaba la existencia del latifundio semifeudal; y también porque los campesinos con su tierra iban a ser compradores del mercado. O sea, a la burguesía le convenía la reforma agraria y por eso apoyaron a Velasco.
Para terminar con Belaúnde, en su segundo gobierno…
[me interrumpe]… siguió matando campesinos.
Bueno, de acuerdo a la historia, mandó al ‘gaucho’ Cisneros a combatir a los “abigeos”, que eran terroristas, y masacró a los campesinos. Pero, ¿por qué entonces cree que Belaúnde tiene esta imagen de ‘demócrata’?
Porque la burguesía lo hace demócrata. La burguesía los eleva, pues. Los medios de comunicación, el Poder Judicial, las mayorías parlamentaria, las fiscalías, todo está en manos de la burguesía, pues. Entonces, la burguesía nos predica eso de que es el «gran demócrata», entre comillas.
La historia la escriben los ganadores.
Así es pues. Obama también es sirviente de las transnacionales; Ollanta, peor.
Ya llegamos al Gobierno militar. Luego de la caída de Velasco empieza el Plan Cóndor, ¿Ud. también fue víctima de esta política que buscaba eliminar opositores?
Estuve preso cuando entró Velasco y vino una dirigente del Partido Comunista a decirme “tú estás menos de 7 años preso, te falta mucho tiempo para cumplir tus 25 años. Si tú quieres sales mañana mismo de la prisión”. “¿Cómo así?”, le dije. “Si te comprometes a trabajar en la reforma agraria que va a hacer Velasco, sales”, me dijo. Yo sabía que iba a ser una reforma agraria positiva frente a la otra [la de Belaúnde], pero una cosa es ser diputado, senador, parlamentario, regidor, que el pueblo te ha elegido y puedes hacer lo que tú piensas; y otra es ser funcionario de un gobierno, como el exizquierdista Yehude Simon que dijo que la masacre de Bagua estaba bien. Entonces, no iba a entrar de funcionario de un gobierno porque, además, podíamos tener a llegar diferencias como verdaderamente las tuvimos. No pensaba discutir de política con esa señorita y le dije “no gracias, ya me acostumbré acá en la cárcel”. Pero, ¿qué paso? Que otros dos presos políticos sí aceptaron trabajar con Velasco: Béjar y Tauro. Entonces, tuvo que darnos libertad a todos. Cuando estaba afuera seguían machacándome ellos con eso de que yo tenía que trabajar para el Gobierno, sino me me iba a “quedar al margen de la historia”. «La historia no me interesa», les decía. Hasta que ya dije “ganaron, voy a trabajar, pero con una condición: que no se haga la reforma agraria que me dé la gana a mí, pero tampoco la que diga el Gobierno, que se pregunte a cada sector como quieren la reforma; si ellos deciden que se parcele, se parcela; si ellos dicen comunidad, se hace comunidad; si dicen cooperativa, se hace eso; etc.”. Santo remedio, uno no le va plantear a un gobierno militar que sea democrático y me prohibieron salir de Lima y luego me deportaron a México. Por eso, cuando me preguntan cuál ha sido el mejor gobierno del Perú, digo que el menos malo es el gobierno que me deportó, el de Velasco.
Pero hablábamos del Plan Cóndor, ¿estuvo en la mira?
Yo estaba deportado por Velasco. Cuando Morales hace el golpe, era un golpe de la derecha. Pero por demagogia, dice que los deportados pueden regresar. Yo regresé y me andaban siguiendo, hasta que me deportó Morales a Suecia esta vez. Después, cuando hubo el paro del 19 de julio que estremeció al país, el gobierno de Morales retrocedió y llamó a elecciones para Asamblea Constituyente. Mis compañeros acá me pusieron como candidato. Regresé y también por demagogia dijeron que iba a haber espacio libre por televisión para que hagan propaganda política los distintos partidos. A mí me tocó el espacio justamente después de que hubo un ‘paquetazo’ y que la CGTP había llamado a un paro de dos días. Entonces, fui al espacio gratuito, y ahí dije: “Bueno, compañeros, acabamos de sufrir un terrible ‘paquetazo’. Que voten por mí o cualquiera da lo mismo, esto no se va a arreglar con las elecciones, esto se arregla con la acción directa de la gente. La CGTP ha llamado a un paro para los días 27 y 28; así que es obligación de todos nosotros estar como un solo puño en este paro. No se olviden, esa es nuestra obligación”. Fue todo lo que hice. Como el espacio gratuito no era para hacer propaganda al paro, sino propaganda electoral, a las 5 horas ya estuve preso. Se aprovecharon de eso y agarraron a otros izquierdistas como a Ledesma y Javier Diez Canseco. Nos metieron a un avión y nos mandaron a Jujuy como parte del Plan Cóndor para que nos desaparezcan allá. Al bajar, un general nos dijo “ustedes son prisioneros de guerra”; pero afortunadamente un periodista sacó una foto del avión, y la publicaron, y no podían desaparecernos.
LA PRISIÓN, LA REVOLUCIÓN, LA VIDA…
¿Qué tanto le enseñaron los años de prisión? ¿Cómo la pasó allí?
El “demócrata” Belaúnde, atropellando las leyes que dicen que el inculpado es un presunto inocente, me tenía absolutamente incomunicado durante tres años. Tenía que estar en la cárcel del Cuzco, pero me mandaron a Arequipa. Cualquier cosa que me escribía con mis familiares inclusive, tenía que pasar por la censura. Cuando iba mi familia a visitarme siempre había un sargento escuchando ahí, solo podían entrar familiares muy cercanos. Cuando mi madre fue a visitarme, como el castellano es un idioma pobre afectivamente, yo le hablaba en quechua y el sargento me lo prohibía.
Algo tuvo que aprender en la cárcel.
Por su puesto. Cuando estuve en El Frontón estuve más relajado. Allí no podían tenerme vigilado porque si me revisaban la correspondencia, mandaba con otro preso. Para que la cosa se relaje tuve que hacer una huelga de hambre, porque también me querían aislar. Sí aprendí mucho en la cárcel. Leía las publicaciones de los camaradas de otros países y todo eso.
De otro lado, en estas luchas un tanto guerrilleras…
[Nos interrumpe] Eso de “guerrillas”, sí y no. Porque si guerrilla es un grupo armado móvil, sí he sido guerrillero; pero no estoy con la doctrina del ‘foco’: que para hacer la revolución hay que unirse unos cuantos valientes que van a comenzar la lucha armada y el pueblo los va a seguir. En eso también soy democrático, creo que es la gente la que tiene que decidir. Allá fue la asamblea de la Federación Provincial de Campesinos la que decidió defenderse en forma armada; y fue la asamblea general la que me propuso a mí y la que unánimemente votó para que yo organice la autodefensa.
Bueno, a Ud., años después, hasta se le le vinculó al MRTA.
Bueno, pues, si voy a estar contestando cada acusación que me hacen…
Pero Ud. era amigo del padre de Polay Campos.
Sí, claro, pero él era aprista, no emerretista. Inclusive, yo he discrepado con el MIR y con el ELN que se levantaron cuando yo estuve preso. De la Puente fue a visitarme cuando estuve en Chaupimayo fugitivo, y me dijo: “¿Cuándo revientan ustedes?”. «No sé —le dije— eso lo decidirá la gente». “No debe ser así, es el partido el que debe decidir”, me decía. Yo le dije que lo respetaba mucho, pero precisamente esa es la diferencia que tenemos, «tú dices que el partido, para mi el partido puede proponer, pero quien decide es la gente». Así fue la conversación que tuvimos con él; y resultó que nosotros reventamos antes.
Hay que reconocer que De la Puente murió en combate, fue un valiente.
No combatió. Lo mataron sin que dispare un solo tiro. Lo agarraron, lo rodearon, lo capturaron vivo y lo asesinaron, igual que al Che.
¿Y Ud. ha llegado a matar alguna vez?
Sí. La policía se decidió, por orden del gobierno, reprimir la reforma agraria de La Convención. Yo estaba escondido en Chaupimayo, y escuché por radio que ellos mismos dijeron que primero iban a reprimir el Cuzco y mataron campesinos, y después La Convención y luego Chaupimayo. En La Convención prohibieron las asambleas; en los sindicatos que quedaban cerca a las carreteras, entraban a las asambleas y a culatazos disolvían las reuniones y todo eso. En uno de esos atropellos un hacendado fue con un policía a capturar al secretario general del sindicato. No lo encontró y estaba un niño de trece años al que le preguntó dónde estaba su papá. El niño le dijo que no sabía, y le pidió al guardia que había ido con él su arma y amenazó al niño a corta distancia: “¡Si no hablas dónde está tu papá, te mato!”. El chiquito como no sabía se puso llorar. Disparó, pero varió el arma y le rompió el brazo al niño. Eso fue en presencia del policía que le había dado el arma. Ese campesino vino a mí a quejarse. Me preguntó a qué autoridad podía quejarse, pero todas las autoridades estaban con ellos. Le dije que se queje a sus compañeros y la asamblea acordó mandar gente para que le pida cuentas al hacendado. Decidieron mandar un grupo armado y que lo encabece yo. Teníamos que atravesar dos puestos policiales antes de llegar. A uno logramos eludirlo, pero el segundo ya no. Les dije a los compañeros que primero pasaríamos un grupo con arma corta y si nosotros pasamos, ellos también. Estaba pasando y vi que un guardia estaba en la puerta del puesto leyendo el periódico así con la nariz bien metida. Ya nos había visto. Le dije que iba a hablar con él y le conté lo que había pasado en la hacienda Cayara. Le dije: “Nos están mandando para pedirle cuentas al hacendado ese, pero como ese anda armado y nosotros no tenemos armas suficientes, estamos viniendo a sacar las armas de acá”. Mientras le iba diciendo eso, iba sacando el revolver y le iba apuntando. “Así que Ud, levante las manos. Vamos a sacar las armas, no va a haber ningún herido, y nos vamos”, dije. Pero lo que yo no sabia era que él era el guardia que había ido con el hacendado. De eso me enteré después. El hombre metió la mano al bolsillo para sacar su arma y le disparé. El alcanzó a disparar pero la bala se fue al techo. Un segundo más y era yo el muerto.
¿Y los otros policías del puesto?
Después de eso le arrebaté el arma, y comenzaron a salir disparos de otro cuarto. Salimos todos y mis compañeros rodearon el puesto. Les dije: “Ustedes tienen techo de paja, nosotros tenemos fósforos, ríndanse”. No se rendían. Hice que metieran un cartucho de dinamita a la esquina, pero tampoco se rendían. Hice que metieran una granada de mano hecha en lata de leche Gloria, y empezó a llegar gente; y el guardia salió. Yo dije “no lo toquen, un prisionero es sagrado”. Trajeron al guardia y me dijo que solo eran dos guardias y que lo deje atender a su compañero. Vi que mis compañeros ya estaban saliendo con las armas. El otro todavía estaba herido y pedí que trajeran al sanitario del pueblo, pero no querían venir; y dije que vayan con el guardia desarmado y que si se necesitan medicinas me pidan, pero lo que nos pidieron fue una vela. Yo había ido afeitado para que no me reconozcan, pero como había caído un hombre me despedí del guardia diciéndole “yo me llamó Hugo Blanco, he sido yo el que ha disparado”, para que no estén haciendo cacería de brujas. Y nos fuimos a la hacienda.
¿Y para qué querían la vela, para velarlo?
Yo no sé, esa ya es tu interpretación.
Ud. si mal no me han contado y según he leído, en las épocas que formaron el PUM, coincide con Nicolás Lucar, el periodista.
Acá formamos el PRT [Partido Revolucionario de los Trabajadores], y allí estaba Lucar; y el PRT decidió entrar al PUM.
¿Cómo lo ve a Lucar ahora, su excompañero de partido?
Todos cambian pues. Yehude Simon también ha cambiado.
Pero hay una foto incluso en que Lucar lo carga a Ud. en hombros. ¿Con ocasión de qué fue esa foto?
No se pues, allí estábamos en momento.
Pero vamos, ¿cree que Lucar ha traicionado las ideas de ese tiempo?
[Ríe] No creo, eso lo sabe cualquiera. Hasta la derecha sabe.
¿Pero uno no tiene derecho, acaso, a cambiar su opinión política?
Por su puesto, todo el mundo tiene derecho. [No se extiende en el tema]
Hablando de gente que ha cambiado, Ud. estuvo en la constituyente del 79, ¿cómo veía a Haya de la Torre para ese año?
Ah no, yo desde que tenía 19 años ya me decepcioné del Apra. Mi hermano fue el secretario de la célula aprista de La Plata, pero luego se desvinculó. Con Villanueva del Campo estuvimos en una comisión y me dijo “tú también fuiste simpatizante aprista”. “Sí, don Armando —le dije— gracias a ustedes que no llegué a ser militante”.
¿Pensó que podía ser presidente del Perú?
[Se ríe] Imposible. Nosotros, los trotskistas, participamos en las elecciones para aprovechar la campaña electoral para difundir nuestras ideas. No voy a soñar con ser presidente, es una estupidez plantear que un revolucionario va a llegar a presidente.
Ha pasado con Mujica en Uruguay.
¿Qué revolucionario es él, si ha dado una ley de minería sin consulta? Hay gobiernos progresistas a los cuales nosotros apoyamos, que se enfrentan contra el imperio, contra la agresión externa, como Evo Morales, Chávez, Correa, etc., pero cuando se enfrentan con el pueblo, estamos por su puesto a favor del pueblo.
¿Cree que podemos hablar de la izquierda peruana actualmente con todas las divisiones, sub divisones, alianzas, contraalianzas, etc.?
Hace tiempo no tengo relación con la izquierda peruana, yo estoy relacionado con las luchas que hay. Por ejemplo, con la lucha anti Conga, con la lucha en Espinar contra la minería, como en la lucha que hay también en La Convención, etc. Estoy con las luchas populares.
¿Aún ejerce su derecho su voto?
No… como ya soy viejo.
¿Y a quién le gustaría ver de candidato en el 2016?
Cuaquiera de ellos. Todos son la misma porquería. A Castañeda votó la gente con eso de que “bueno, roba pero hace obra”. ¿Quién no roba? Todos están metidos con la mafia.
¿Qué hay de Humala? ¿Sintió una esperanza con él?
Yo ya sabía quién era Humala, pero me alegré cuando ganó. Cualquiera de los otros cuatro que hubiera ganado, la gente hubiera dicho “pucha, otra vez nos ganaron”. Pero con Humala sintieron que ganaron y este los traicionó y hubo la marcha del agua. Con ninguno de los otros iba a haber la marcha del agua.
¿Cómo sabía quién era ya Humala, lo intuía?
Al principio, cuando la rebelión de Locumba, pucha yo era hincha de Humala. La señora que está acá [la casa donde vive] había sido profesora de Antauro, conocía a los padres, y fui donde ellos a presentar mi solidaridad. Después de eso, con Antauro me encontré una vez en Trujillo en una emisora y le dije “tú dices que eres etnocacerista, pero ¿tú sabes que Cáceres traicionó a los campesinos guerrilleros que lucharon junto con él?”. Él me contestó: “No solo los traicionó, los hizo fusilar”. Y así él era etnocacerista. O sea que el indio tiene que ir mandado por el militar, y si un indio se sale de la raya hay que meterle bala. Luego escribí algo y dije que los Humala eran progresistas pero hasta ahí nomás. Y me contestó Antauro en el periódico que sacaron y me dijo “¿Qué es eso de democracia? Si hubiera habido democracia hasta ahora no se hubiera producido el levantamiento de Locumba”. Eso me sorprendió a mí, porque creía que Humala había arengado a los soldados y que ellos decidieron levantarse contra la dictadura. Me puse a buscar en Internet y encontré lo que cualquiera de ustedes puede encontrar, lo de Montesinos, quien lo hizo nombrar allí en Locumba. (…) Estuvo paseándose por Arequipa, Toquepala, Mollendo… un levantamiento contra el Gobierno y ¡no hubo ni un rasguñado!
Sí, pues, con el tiempo se ha visto un poco raro lo de Locumba.
Él se jactó de que cuando estaba en Madre Mía sus superiores lo felicitaron. ¿A quién felicitaban los superiores durante la guerra interna si hubo militares que tuvieron que huir del país para que no los maten a ellos porque no quisieron matar inocentes? Su hoja de servicios se perdió, y ahora el que la perdió está en un alto puesto.
LAS DEL ESTRIBO
De otro lado, cuando estaba en el parlamento, ¿era verdad que iba con su soguilla en lugar de correa?
A pesar de que ahora se puede falsificar fotos, no hay ni una foto de eso.
Ya se compró correa [le bromeamos].
Cuando más he perdido el tiempo fue de congresista, porque la prensa precisamente decía que «no se baña, que usa ojotas, que usa soga», pero no transmitían nada de lo que yo hablaba.
Otra cosa, Ud. era hincha de Independiente cuando estaba en Argentina creo.
Como eran los ‘diablos rojos’, y acá el Cienciano eran los ‘diablos rojos’ también, era hincha de Independiente. Mi hermano me llevó una vez a la cancha de Boca para ver un partido y ganó el Independiente, y hubo una masacre. Y como yo no soy religioso, sino ateo, y vi que el fútbol es una religión, desde esa vez ni más con el fútbol. En realidad, no he sido hincha de nada.
Dígame, a su edad, habiendo estado varias veces cerca de la muerte, ¿piensa en ello, le da miedo?
Nunca he temido a la muerte. Cuando estaba en la cárcel de Arequipa en que me tuvieron tres años incomunicado, decían “ya lo hemos ablandado a este”. Dijeron que iba a haber audiencia, que debió ser en el Cuzco pero la llevaron a Tacna. “Usted está entre los 25 años y la pena de muerte”, me dijeron. “Sí, mi abogado me ha dicho”, contesté. Me dijeron que había una forma en que me salve haciéndome el enfermo y ellos me deportarían al país que elija. “Gracias, gozo de perfecta salud”, dije. No me iba perder esa audiencia donde había que desenmascarar lo que era el latifundismo, el rol de la Policía y todo eso. No me dejé sobornar. En la audiencia hacían propaganda por radio de que se iba a juzgar a los “criminales”. En el cuartel de la Guardia Civil fue la audiencia. Ya a mis compañeros les habían dicho: “Para ustedes es fácil salir. Lo único que tienen que decir es que ‘somos campesinos semianalfabetos y el comunista Hugo Blanco nos ha engañado”. Cuando entré a la sala de audiencia y vi a mis compañeros después de tres años grité: «¡Tierra o muerte!», y ellos contestaron: «¡Venceremos!» O sea, que se fue a la mierda eso de echarme la culpa. El Tribunal estaba compuesto por oficiales de la guardia Civil. Nuestro choque había sido con ellos, así que eran juez y parte. Yo me paré y dije: “En esta sala los únicos criminales que hay son los que están sentados como Tribunal. No solo son criminales, sino también cobardes, porque no se han atrevido ellos a combatir sino que han mandado a los cholitos”. ¡Siéntese!, me gritaban, y entre dos guardias no podían hacerme sentar porque yo era Tarzán… pero los mismos guardias cuando se retiraba el capitán me decían «grítales de nuevo ‘tierra o muerte’». (…) Yo les dije que si los cambios sociales de la La Convención merecen la pena de muerte, entonces que me maten pero que sea “éste el que me mate con su propia mano, que no ensucie con mi sangre las manos de los guardias civiles y republicanos porque ellos son hijos del pueblo y por lo tanto mis hermanos”. Lo dije señalando al que pidió la pena de muerte. La última que vez que grité «¡tierra o muerte!», no solo mis compañeros, sino toda la sala contestó «¡venceremos!”. Y no se atrevieron a sentenciarme a muerte. Luego volvieron a pedir la pena de muerte, y escribí a mis familiares y compañeros que por favor, si me sentencia a muerte, que nadie pida clemencia, porque Belaúnde quería hacerse el ‘perdona vidas’. Mis compañeros dijeron que “si lo que Blanco ha hecho merece la pena de muerte, que nos fusilen a notros también, porque eso no lo ha hecho él solo, eso ha sido una acción colectiva”. No se atrevieron.
En fin, ¿cómo le gustaría que le llegue la muerte?
En primer lugar, no me gusta morir. Por eso es que mi cuarto exilio fue voluntario, pues acá estaba sentenciado a muerte por el Servicio de Inteligencia y por Sendero Luminoso. Decidí salir del país y me fui a México a estar con mis hijos. Yo quiero vivir porque hay que terminar con el sistema actual para que la especie humana sobreviva. Pero cuando llegue, llegará pues, y listo.