EL ANARQUISTA JUSTICIERO

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OPINION   

  <<Mauricio Rodríguez-Gastaminza>>

         A galopar

              a galopar

              hasta enterrarlos en el mar

              (Rafael Alberti)

Bombardeo de Bilbao ( Robert Capa )

    Bilbao, 4 de enero de 1937, son las doce del mediodía y por las calles se nota un importante trajín de gente de todo tipo, sobre todo mujeres y niños. No se ven apenas hombres jóvenes, sólo milicianos muy maduros y adolescentes, apilando sacos terreros en la entrada de los edificios más importantes. En la Plaza del Arenal es día de mercado, y es hora punta. La gente recorre los puestos buscando algo decente que llevar a casa para alimentar a sus familias, sus caras reflejan el miedo y la falta de sueño y sus cuerpos son el vivo retrato de la desnutrición. De repente suena un toque de corneta que avisa de la proximidad de aviones fascistas. Todo el mundo se pone a cubierto como puede, unos se refugian debajo de los puentes, otros en los sótanos de las viviendas, los más experimentados en túneles cercanos, y los más desesperados entran en las iglesias cercanas, pensando, que como los sublevados son católicos sus bombas las van a respetar. Desde el monte Archanda y desde el Pagasarri las pocas baterías antiaéreas allí instaladas abren fuego, pero los Junkers alemanes vuelan a gran altura y la aviación republicana apenas tiene cazas para hacerles frente. Lo que si tienen es coraje, orgullo y la autoridad moral de representar la legalidad democrática, pero es poca munición para vencer a la barbarie.

Tres toques de corneta alertan ahora que los aviones ya están sobrevolando la ciudad y que el bombardeo es inminente. Todo el mundo cobijado espera con el corazón encogido y el oído alerta a que las bombas no elijan su refugio para impactar y las madres, en la oscuridad, palpan a sus hijos para asegurarse de que están todos. Cuando terminan de caer las bombas, con un saldo de ocho muertos, las gentes van saliendo poco a poco a la calle, con la mirada fija en el cielo y el terror en sus semblantes.

    En las sedes de los sindicatos, CNT y UGT, se empiezan a arremolinar los milicianos con el gesto contraído por la rabia y la frustración. Las oficinas anarquistas están en plena ebullición, milicianos y milicianas con pañuelo rojo y negro al cuello, fusíl al hombro y los comisarios pistola al cinto, están hablando de venganza y de ir a la cárcel cercana a ejecutar a todos los fascistas allí detenidos.

De entre todos los allí reunidos destaca un hombre joven y fornido, de mediana estatura, que pistola al cinto, da cortos pasos en círculos como un león enjaulado. No habla con nadie, hasta que se le acerca un camarada que le susurra unas palabras al oído. La cara del joven miliciano

cambia de repente de color, primero se pone lívida de estupor y luego torna a roja de cólera.

¿Qué le había dicho su compañero al miliciano de la CNT/FAI?

    El padre del anarquista era maestro del pequeño pueblo alavés de Gordoa, una pequeña escuela unitaria con apenas una docena de niños y niñas. El aula estaba en la planta baja, y en el primer piso vivían, el maestro, su mujer y los siete hijos que compartían. Este maestro era amigo y contertulio de los maestros de los pueblos vecinos de Galarreta y Zalduendo. Les unía su profesión y, sobre todo, su laicismo y sus convicciones republicanas.

    El 9 de agosto de 1936, las tropas requetés de la vecina Navarra, al mando del general Mola, entran a sangre y fuego en la comarca y comienzan a detener a sindicalistas, políticos republicanos y nacionalistas y cualquier sospechoso de simpatizar con la legalidad vigente. Los tres maestros citados son señalados por el cura de Salvatierra como rojos peligrosos y son detenidos por los sublevados. Los meten en un camión, junto a otras personas denunciadas, y les conducen a la vecina Sierra de Urbasa, donde en plena noche les fusilan, sin ningún tipo de juicio previo, y posteriormente los arrojan a una profunda sima cerca de allí, llamada Otxoportillo.

    Lo que su compañero de armas le había susurrado al oído era, que sabía de buena tinta que el cura de Salvatierra llevaba unos días detenido en la vecina cárcel de Larrinaga.

    Mientras tanto desde las sedes de los sindicatos se habían formado dos columnas de milicianos y milicianas que, indignados y con ganas de revancha, se dirigían a la prisión. El anarquista de esta historia, al que llamaremos Manuel, reclutó allí mismo a unos cuantos compañeros armados y también enfiló hacia la cárcel, pero Manuel iba hacia allí con un claro y único objetivo.

   La columna de la UGT cogió la calle Iturribide y la cenetista la calle Zabalbide, las dos convergieron casi al mismo tiempo en las puertas de la prisión, donde los guardias que la custodiaban apenas opusieron resistencia, tal era la superioridad de la masa armada. Los milicianos entraron en tromba y ejecutaron allí mismo a 220 fascistas detenidos.

    Entretanto, ¿Dónde estaba nuestro joven anarquista? Entre el tumulto, los disparos y la lógica confusión, había localizado la celda donde se encontraba el cura. Indicó a sus compañeros que esperasen fuera y abrió la puerta de la celda. Se encontró al clérigo de espaldas a la puerta, de rodillas y hablando en latín, como si rezase. Se había dado cuenta de la situación y estaba temblando como una hoja, esperando lo peor. Manuel se dirigió a él, le agarró de la parte posterior de la sotana y le soltó estas palabras, como un latigazo:

    – ¿Sabes quién te va a matar?, el hijo del maestro de Gordoa- acercó el cañón de su pistola a su nuca y le descerrajó dos tiros. Salió de la celda, reunió a sus compañeros y se marchó.

    A veces sólo unos milímetros pueden cambiar totalmente el desenlace de una historia. Le había disparado a pocos centímetros de la cabeza, pero no le mató, le dejó gravemente herido y ciego para siempre.

    El 19 de junio de ése mismo año, 1937, Bilbao cae en poder de los rebeldes fascistas, se producen detenciones en masa, torturas y fusilamientos indiscriminados. Manuel es detenido. La policía política trae al cura ciego para que le identifique como su agresor, pero el clérigo dice que no le pudo ver la cara y tampoco se la puede ver ahora. Además, para más confusión, el maestro asesinado tenía tres hijos varones. El hermano mayor estaba en el frente de Catalunya como suboficial del ejército republicano y el pequeño con apenas 18 años con su madre viuda y sus cuatro hermanas. Pero eso la policía no podía saberlo. Manuel es torturado salvajemente durante días, pero no logran sacarle una confesión. No se sabe muy bien porqué, pero ante la duda sobre su culpabilidad, es trasladado al penal de Santoña, donde permanece encarcelado durante varios años.

    Mientras tanto, el resto de su familia, su madre viuda y sus seis hijos restantes se trasladan al cercano pueblo de Salvatierra, ya que les expulsan de la casa-escuela, donde también vivía el cura ciego junto a su hermana, que tenía una pequeña mercería en los bajos de la casa.

    La historia a veces tiene ironías desconcertantes. La familia de Manuel alquiló una vivienda justo frente a la casa del cura y de su hermana. Casi todos los días se tropezaban con el cura, que del brazo de su hermana daba un paseo vespertino. Todos, menos el clérigo, se miraban de reojo cuando se cruzaban, unos con miedo, los vencidos, la hermana con odio en la mirada y el rostro altivo, y el cura sin expresión.

    Cuando Manuel salió de Santoña, se trasladó a vivir a Salvatierra con su familia, se casó con una chica de un pueblo cercano y posteriormente se afincaron en Bilbao. Tuvo un hijo y murió en noviembre de 1976, rodeado de su familia.

     Como me lo contaron os lo he contado.

      A mi abuelo y a mi tío, “in memorian”.

 

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