El PSOE, ¿aliado o mala compañía?.-

PSOEPODEMOSPablo Iglesias y la dirección de Podemos insisten en señalar al PSOE como potencial aliado en un gobierno de “cambio”. La mayoría de los miembros de PODEMOS aceptan este llamamiento, muchos de ellos porque lo consideran simplemente una táctica para desenmascarar a este partido, convenciendo a su base de que no puede confiar en él como un agente de cambio. También desde diversas perspectivas se ven estos llamamientos a la alianza y al cogobierno como “maniobras” para aumentar las contradicciones internas del PSOE.

Si realmente esa alianza no fuera una apuesta sincera sino de mera táctica comunicativa, sería necesario hacer algunas precisiones que ya he manifestado con ocasión de otras situaciones similares.  Desde mi punto de vista, la primera y fundamental es que una táctica debe ser la aplicación de una estrategia y unos principios políticos y que no se puede fundar solo en su oportunidad circunstancial. La justificación de este requisito no es solamente ética, sino que tiene que ver con apostar por la efectividad a medio y largo plazo. Por otro lado, cualquier mensaje comunicativo relativamente aislado tiene efectos impredecibles, ya no se puede garantizar cómo lo va a interpretar la audiencia , dentro de qué “relato” lo va situar y qué influencia va a tener en sus posiciones y acciones. Así una operación destinada a crear contradicciones en un partido determinado puede de hecho favorecer su unidad y unas propuestas dirigidas a poner de relieve su alejamiento de intereses de los sectores populares, pueden actuar de “facto”  como legitimadoras (creo que en el debate de investidura de Sánchez y con posterioridad hemos visto ambos fenómenos)

En este texto no me voy a referir a ese aspecto sino a recordar la naturaleza política y social del PSOE. Este partido es parte de una corriente política en crisis abierta, lo que en teoría abriría la posibilidad de rupturas y de aparición de sectores que cuestionen su actual política y liderazgo en clave “transformadora”, como ha sucedido en el Reino Unido. Hay que recordar no obstante que no estamos viendo indicios en ese sentido en nuestro país, Izquierda Socialista es meramente testimonial y decorativa y las batallas internas del PSOE se reducen a escaramuzas en clave de ambiciones personales.

Entre las numerosas transformaciones que ha producido el neoliberalismo se encuentra la propia Socialdemocracia, que ha visto cómo las bases sociales y materiales del “reformismo clásico” en el que se colocaba han sido socavadas. Se trata de unos Partidos ligados a la idea de las “reformas sociales”  pero que las únicas reformas que emprenden se sitúan, como estamos viendo estos días en Francia, en un “reformismo de corte socioliberal”.

Hoy día la estructura orgánica de los partidos socialdemócratas no tiene ningún vinculo con sectores populares, salvo quizás con un sector de la burocracia sindical con la que mantiene, además, una relación conflictiva, y ahora no se podrían  considerar la expresión política de esa burocracia. Además sus dirigentes y militantes influyentes han llevado a cabo una creciente integración en puestos decisivos de los aparatos del estado, empresas públicas y también se encuentran en los órganos dirigentes de las grandes empresas industriales y financieras privadas. Las privatizaciones de empresas del estado, que han protagonizado, han servido para que bastantes de sus cuadros se fusionaran con el gran capital privado como gestores. En cierta medida han entrado a formar parte de los equipos políticos de la oligarquía e incluso en algunos casos se podían considerar como los representantes más consecuentes de los intereses globales y comunes del “establishment”.

Su militancia de base, como la votación del acuerdo con C’s puso de manifiesto, tampoco se puede considerar un apoyo para una política de cambio transformador . En primer lugar por su escuálida dimensión, posiblemente no lleguen a 50.000 los participantes con un mínimo de actividad en el Estado Español. En segundo lugar porque muchos de ellos son cargos electos o funcionarios y trabajadores del propio partido (que si se mueven no salen en la foto). Por lo tanto, la vida partidaria de estas organizaciones depende casi exclusivamente de la relación con instituciones y no con la sociedad y sus movimientos y organizaciones.

Nos queda el tema de su base electoral. parece que hay un sector de trabajadores humildes no despreciable en su seno, así como una parte de las nuevas clases medias sobre todo asalariadas. Esto significa que poner en pie una estrategia politico-comunicativa para ganar esos sectores es esencial, una estrategia que debe ser global y meditada. Pero ganar a sectores de la población que apoyan otras opciones no es una cuestión de marketing exclusivamente, sino requiere construir conciencia desde la experiencia.

Aunque habría que disponer de más datos para analizar su composición y sus posiciones político-ideológicas, también podría ser cierto que esta base electoral tiene grandes ilusiones sobre las posibilidades del sistema y considera que la solución son reformas de escaso calado. Si los electores del PP han comprado la idea de que los sacrificios para salir de la crisis eran necesarios, los del PSOE pueden pensar que hay que modificar aspectos de esa política sin cuestionar el fondo de esta. No hay que olvidar que las condiciones de existencia de los trabajadores y los sectores populares generan inseguridad, a su vez esta lleva al conformismo y a ilusiones sobre la posibilidad de mejoras dentro del sistema y no tanto transformándolo. Tendríamos como plantearnos como superar esas expectativas de un cambio “suave” y de “alcance limitado”, poco factible en la situación actual por la profundidad y el carácter sistémico de la crisis que vivimos. Esta superación pudiera requerir la experiencia directa de los limites de ese cambio y de la falacia de los argumentos de los que lo defienden.

Pero en todo caso, esta claro que para el PSOE mantener su base electoral y su partido como un aparato de poder son objetivos de primer orden y constituye una posible presión para adoptar más políticas “socialmente avanzadas”. Este es el sentido de ciertos discursos llamando a poner limites al neoliberalismo y la defensa de algunas propuestas de corte neo keynesianismo o más bien keynesianismo neoclásico. Pero un giro real en ese sentido aparece como muy problemático, porque implicaría poner en cuestión las políticas Europeas y el modelo de construcción de la UE de la que estos partidos son parte integral.  Una estrategia económica de estimulo de la demanda acompañada de una política fiscal claramente redistributiva, la recuperación y reforzamiento de los sistemas de protección social, la instauración del control público del BCE y la mejora de los servicios públicos, constituyen medidas en las que el PSOE en particular y los partidos socialdemócratas en general, es poco probable que adopten como propias, a pesar de ser medidas mínimas y probablemente insuficientes para revertir el estancamiento secular en el que se encuentra la economía europea.

Por lo tanto, sin pretender reducir a una lógica del todo o nada las posibilidades de evolución y el margen de maniobra del PSOE, en estos momentos tenemos que ser muy conscientes de el carácter político y social de quién la dirección de PODEMOS ha designado como su aliado predilecto.

Koldo Smith

 

Madrid 19-21 de febrero ¿Un plan B para Europa?

Entre los días 19 y 21 de febrero se desarrollarán en Madrid unas jornadas por un Plan B para Europa. Un llamamiento que, encabezado por gente como Varoufakis, Ada Colau, Lola Sanchez y Miguel Urbán entre otros muchos, pretende construir una alternativa por una Europa alternativa. En este evento convergerán iniciativas como la Conferencia Plan B organizada por Jean Luc Mélenchon, Oskar Lafontaine y otros en París, y también el DieM25 lanzado por Yannis Varoufakis el 9 de febrero en Berlín.

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El órdago de Pablo Iglesias al PSOE, más allá del efectismo mediático.

Podemos (We Can) party leader Pablo Iglesias (R) has his microphone adjusted by a technician as Socialist party (PSOE) leader Pedro Sanchez stands before a live debate hosted by Spanish media group Atresmedia in San Sebastian de los Reyes, near Madrid, Spain, December 7, 2015. REUTERS/Sergio PerezLa sorpresiva propuesta de Pablo Iglesias de una alianza de gobierno con el Partido Socialista aceptando la presidencia de Sanchez, ha cosechado numerosas expresiones de admiración y recibido abundantes elogios calificándola de  jugada “magistral”. En esta apreciación puede influir tanto la cuidada puesta en escena con que se realiza su anuncio, como la percepción de la propuesta como una maniobra destinada a desenmascarar al PSOE más que una voluntad  “seria” de alianza.

Esta claro que el efecto inicial ha sido crear un desconcierto tanto en el PSOE como en el resto de partidos, pero sus efectos a largo plazo son más inciertos  ya que dependen en gran medida de la reacción de los destinatarios de la propuesta, del resto de agentes políticos y sobre todo de su impacto en los diferentes sectores de la opinión pública, un impacto siempre impredecible. Sin embargo, creo que la supuesta “maestría” de la oferta al PSOE, no es la cuestión más importante, sino las concepciones políticas y sobre todo organizativas de Pablo Iglesias y de la dirección de Podemos, que ésta pone de relieve. Asimismo la “audacia” de la maniobra puede ocultar un error en la valoración de las implicaciones que puede tener plantearse gobernar con un partido, hasta ayer considerado un pilar del régimen, que de la noche a la mañana hemos situado como protagonista del “cambio”.

Está meridianamente claro que la incorporación a un gobierno presidido por el PSOE significa una ruptura con la línea seguida hasta ahora. Las redes sociales se han llenado de recordatorios de las declaraciones de Pablo Iglesias en las que “garantizaba” que no participaría en un Gobierno que no estuviera presidido por él mismo. Este giro de 180º se ha hecho sin ninguna consulta, no solo con las bases, sino con los dirigentes locales y autonómicos.

Quizás el carácter poco participativo de la toma de decisiones en Podemos que esta propuesta pone de relieve, sea el aspecto más grave, pero tampoco hay que olvidar que refleja una forma de entender la política. Se prioriza el efecto mediático inmediato sobre una estrategia de ir creando un discurso social alternativo, un discurso que ponga sobre la mesa no solo la necesidad de un nuevo gobierno, sino una forma diferente de gobernar y una política clara y contundente en favor de los perdedores de la gestión de la crisis. Porque lo que puede de verdad descolocar al PSOE es una población activa que demanda una nueva política y una “democracia real”. Poner el acento en gestos mediáticos y no en la acción social como “desestabilizador” de los partidos del régimen, refuerza la visión de la acción política como un juego de ajedrez teatralizado, una concepción en la que a la gente se le despoja de cualquier papel protagonista y se le confina, además de votar cuando corresponda, a ejercer de espectadores y “aplaudidores” de las genialidades de sus dirigentes.

La realidad es que a pesar de que la propuesta se presenta con aureola de ganadores, su contenido son concesiones al PSOE. Se le concede la dirección del Gobierno del cambio y se abandona la reivindicación de que solo se participaría en un gobierno en el que se tuviera la mayoría y se presidiera. Situar al PSOE como un partido de “cambio” no solo significa “traicionar” a los planteamientos previos, sino darte “legitimidad” al partido de Sánchez y Susana Diaz. Es verdad que el emplazamiento a constituir un gobierno alternativo al PP puede agudizar las contradicciones del PSOE y generar inestabilidad en el régimen y preocupación en el Ibex 35, pero había que valorar cual era el precio de esa inestabilidad transitoria.

El ofrecimiento de Pablo Iglesias de incorporarse a un Gobierno encabezado por Sánchez se relaciona con una presión social real, reflejada no solo en los resultados del 20D sino en las encuestas, que señalan que sectores sociales amplios priorizan echar a Rajoy y a su partido del gobierno. El problema es que tenemos que responder a esa presión sin a la vez comprometernos con las políticas que el PSOE seguramente va a plantear. Las condiciones programáticas (rescate social, reforma constitucional…) que se defienden para participar en el gobierno de cambio, aunque sean importantes, no son un programa de gobierno y sobre todo no se plantean como “líneas rojas” sino como ofrecimientos sujetos a negociación. La presión unitaria existente para echar al PP  puede convertirse en una presión contra PODEMOS para que baje el listón de exigencias.  En suma al final puede ser PODEMOS el que sufra las contradicciones creadas en su propia carne.

A diferencia del acuerdo programático, la dirección de Podemos hace más énfasis en la necesidad de entrar al gobierno para garantizar que el PSOE no traiciona el acuerdo, participación que de momento si aparece como línea roja (aunque con la dirección de podemos hay siempre que aplicar el titulo de la película “nunca digas nunca jamás”). De nuevo se considera que la única manera de evitar la adopción de políticas antipopulares es la presencia de ministros de PODEMOS en el Gobierno (no se puede negar que cuando es oportuna esa presencia puede ayudar) y no la vigilancia que puede ejercer desde el parlamento con el apoyo de una población activa y reivindicativa. Hay que recordar que tanto el Bloco como el PC portugués han descartado entrar en el gobierno de Partido Socialista, manteniéndose vigilantes en el parlamento y en la sociedad, llegando incluso en alguna ocasión a votar en contra del Gobierno.

Como se ha dicho antes, la lectura de la maniobra como una genialidad se apoya en el impacto producido por la propuesta que incluye la “forma” en que se ha realizado. El rechazo por parte del PSOE se ha escudado precisamente en esas formas. Aunque se pretendiera provocar ese rechazo del partido de Sánchez para desenmascararle, el modo de presentarla le puede servir de excusa ante su electorado y otros sectores sociales (Mostrar actitudes que pueden ser catalogadas de  prepotentes es muy peligroso). Incluso se podría elucubrar sobre si el momento elegido era el adecuado.

Nadie se opone a la necesidad de una táctica imaginativa ni siquiera al  efectismo mediático si sirve para visualizar una estrategia, pero cuando la sustituye y se convierte en si mismo en la estrategia, las posibilidades de errores de calculo se multiplican. Como ejemplo puede servir la “ocurrencia” de Errejon hace unas semanas pidiendo un gobierno presidido por un independiente. Los giros y cabriolas de la dirección de Podemos también ponen de manifiesto los limites y contradicciones de la estrategia “populista” que reivindican, pero esta cuestión queda para otro comentario

Koldo Smith