Preguntas sobre Ucrania (1): De la anexión de Crimea a la guerra en el Donbass

<Daria Saburova>

“Creer que la revolución social es concebible sin insurrecciones de las pequeñas naciones en las colonias y en Europa, sin explosiones revolucionarias de una parte de la pequeña burguesía con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas proletarias y semi-proletarias políticamente inconscientes contra el yugo señorial, clerical, monárquico, nacional, etc, es repudiar la revolución social. Es imaginar que un ejército tomará una posición en un lugar determinado y dirá ”“Estamos por el socialismo”“, y que otro, en otro lugar, dirá ”“Estamos por el imperialismo”“, ¡y que entonces de dará la revolución social!”! […] Cualquiera que espere una revolución social “pura” nunca vivirá lo suficiente como para verla. Es solo un revolucionario en palabras que no entiende nada de lo que es una verdadera revolución”.

Lenin, “Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a disponer de sí mismas” (1916).

El 30 de septiembre, Putin aprobó la anexión por parte de Rusia de las regiones de Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia, tras los referendos fantoches celebrados entre el 23 y el 27 de septiembre, repitiendo así el escenario que ya había sido probado en 2014 en Crimea y Donbass. Este golpe se produce en el contexto de una gran contraofensiva del ejército ucraniano en las regiones de Kharkiv y Donetsk, y tiene como objetivo justificar la “movilización parcial” anunciada el 21 de septiembre. Si bien este nuevo episodio de la “autodeterminación popular” debería por sí mismo iluminar retrospectivamente lo que sucedió en 2014, algunas voces de la izquierda todavía se levantan para acusar a Ucrania de haber provocado la escalada militar en curso. Este texto repasa los acontecimientos de 2014-2022 para responder a una serie de preguntas que siguen desgarrando a una parte de la izquierda radical y que obstaculizan su solidaridad con la resistencia popular ucraniana. Estas cuestiones se refieren al movimiento separatista y la guerra en el Donbass, los acuerdos de Minsk, la política del gobierno post-Maïdan, el avance de la extrema derecha y las perspectivas para la izquierda en Ucrania.

¿Guerra civil o guerra de agresión?

El 27 de febrero de 2014, días después de la caída de Yanukóvich tras la revolución de Maidán, un grupo de personas armadas tomó el control del Parlamento y del Gabinete de Ministros en Crimea. Al día siguiente, los “pequeños hombres verdes”, soldados vestidos con uniformes militares sin identificación, invaden los aeropuertos de Sebastopol y Simferopol, así como en otros lugares estratégicos de la península. Más de dos tercios de las tropas ucranianas estacionadas en Crimea y el 99% del personal de los servicios de seguridad se pasan del lado de Rusia. Apenas tres semanas después, tras un referéndum apresurado, Putin firma la adhesión de Crimea a la Federación Rusa.

En abril del mismo año, en el este de Ucrania, las fuerzas separatistas tomaron el control de los edificios administrativos en Donetsk, Lugansk y Kharkiv, y llamaron a la organización de referendos sobre la independencia de estas regiones. Si las autoridades ucranianas recuperan rápidamente el control de Kharkiv, no pueden recuperar las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, y la contrarrevolución corre el riesgo de extenderse a otras ciudades del sureste. El gobierno ucraniano responde a la creación de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (que proclaman su independencia en mayo) con el lanzamiento de una “operación antiterrorista” (ATO) con combates que durarán hasta febrero de 2015, fecha de la firma del Acuerdo de Minsk II. Aunque este acuerdo contribuye a la disminución significativa de la intensidad de los combates, conoce, como sabemos, el mismo fracaso que el primer acuerdo de septiembre de 2014. Antes de la invasión de febrero de 2022, la guerra ya había causado más de 13,000 muertos y casi 2 millones de refugiados.

Las preguntas más frecuentes en relación con estos acontecimientos se refieren a la naturaleza del conflicto en el Donbass y la ineluctabilidad de su extensión: ¿se trataba de una guerra civil, una guerra de agresión rusa contra Ucrania o una guerra que podríamos caracterizar de inmediato como interimperialista? ¿Podría haberse evitado la continuación de la guerra en el Donbass y la invasión a gran escala de Ucrania si se hubieran aplicado efectivamente los acuerdos de Minsk?

Si buscamos una respuesta puramente empírica a la primera pregunta, no hay duda de que la guerra en el Donbass puede calificarse de guerra civil, ya que parte de los habitantes locales participa realmente primero en las manifestaciones anti-Maïdan y luego en el movimiento separatista pro-ruso. El hecho de que las partes beligerantes puedan recibir ayuda externa no cambia la validez de esta calificación: las guerras civiles implican en general, de una forma u otra, intervenciones externas. Sin embargo, en el campo político esta cuestión va rápidamente más allá de la dimensión de una simple cuestión empírica o teórica y se convierte en una cuestión partidista, porque están en juego responsabilidades respectivas, que a su vez determinan las posiciones políticas con respecto al conflicto en el Donbass. Putin siempre ha negado la participación militar de Rusia en el Donbass. El término “guerra civil” para describir lo que sucede allí forma parte del arsenal ideológico de la propaganda rusa. Por el lado de Ucrania y las instituciones europeas, que, sin embargo, reconocen la participación de las poblaciones locales en el movimiento separatista, el término “guerra civil” está desterrado. La guerra en el Donbass se califica desde 2014 (y oficialmente desde 2018) como una “guerra de agresión rusa” para subrayar no solo la participación militar de Rusia en una guerra civil ya en curso, sino también y sobre todo su papel determinante en el estallido de la misma. No se niega que la población local se haya unido a las filas de los separatistas, pero se les considera simples marionetas del Kremlin.

El movimiento separatista: ¿qué implicación de Rusia?

En realidad, hay que reconocer que las dos dimensiones están muy presentes, y la cuestión debe centrarse más bien en la relación entre las dos dimensiones del conflicto. Es cierto que el movimiento separatista no habría logrado establecerse sin un mínimo de apoyo de la población local, o más bien sin la falta de apoyo al poder post-Maïdan y a la operación de liberación del Donbass lanzada por el gobierno ucraniano en la primavera de 2014. No hay encuestas de opinión fiables sobre los territorios bajo control separatista. Pero hay que recordar que en estos territorios el Partido de las Regiones y su líder Yanukóvich, él mismo originario de Donetsk, obtuvieron más del 80% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2010. Una gran parte de la población, en su mayoría de habla rusa, se concibe a sí misma como “rusa étnica”, comparte sentimientos nostálgicos de la URSS, tanto en estos aspectos socioeconómicos positivos como en estos aspectos social y políticamente conservadores, y toda la región depende económicamente de los vínculos con Rusia.

Los acontecimientos de 2014 pueden entenderse como la culminación de un proceso en el que, durante la década anterior, las divisiones identitarias y económicas reales fueron acaparadas e instrumentalizadas políticamente por diferentes fracciones del capital ucraniano. La acentuación de estas divisiones permitió que cada fracción se distinguiera en el juego electoral, relegando a un segundo plano las preocupaciones socioeconómicas y políticas comunes a las clases populares de todas las regiones de Ucrania. No siempre ha sido así. El tema étnico-cultural y lingüístico de las “dos Ucranias” solo se convierte en políticamente central a partir de las elecciones de 2004 que oponen a Viktor Yanukóvich y Viktor Yushchenko. Al mismo tiempo, asistimos a la marginación del Partido Comunista como actor independiente de la vida política y su participacón en coalición con el Partido de las Regiones. A partir de 2004, la vida política ucraniana estará, por tanto, estructurada de forma duradera según la división entre, por un lado, el campo nacional-democrático, liberal y proeuropeo, reclamando una identidad oeste-ukrainiana y, por otro, el campo paternalista, de habla rusa y pro-ruso, reclamando una identidad sud-este-ukrainiana. Esta división también toma la forma de una lucha en torno a la memoria histórica: los unos se reivindican del movimiento de liberación nacional con la figura de Bandera como héroe nacional, mientras que otros destacan la “Gran Guerra Patriótica” contra el fascismo. Cada bando desarrolla una imagen diabólica del otro: los ucranianos occidentales son estigmatizados como herederos de los colaboradores de los nazis, los ucranianos orientales como nostálgicos del estalinismo responsable de la muerte de varios millones de ucranianos durante la hambruna de la década de 1930. Esta dinámica local se acompaña geopolíticamente de un aumento de las tensiones entre Rusia y Occidente que terminan cristalizándose de manera privilegiada en torno a la cuestión ucraniana.

Según las encuestas, la mayoría de la población del Donbass estaba en contra de la firma del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (55,2% de “no”), con preferencia por la Unión Aduanera (64, 5% de “sí”). Según una encuesta realizada en diciembre de 2013, solo el 13% de los encuestados dijo que apoyaba a Euromaïdan, mientras que el 81% dijo que no lo apoyaba. La actitud mayoritaria de los habitantes de Donbass hacia el Maidan iba desde la indiferencia hasta la hostilidad, reforzada por el desprecio de clase que los pro-Maïdan podían mostrar hacia ellos.

Sin embargo, el Maidan tenía el potencial de reunir al país en torno a reivindicaciones comunes. Aunque fueron menos masivas, en el Donbass también hubo manifestaciones pro-Maïdan, manifestaciones contra la corrupción, los abusos del Estado policial y el sistema jurídico disfuncional, y por valores asociados, con razón o sin ella, con Europa, como la democracia, el respeto a la ley, la defensa de los derechos civiles y los derechos humanos, así como por salarios y un nivel de vida más elevados. Pero este potencial se vió sofocado, por un lado, por la entrada en el movimiento de grupos de extrema derecha que han sobredeterminado el Euromaïdan de Kiev por una agenda nacionalista, y por otro lado por el esfuerzo de los poderes locales del Este para desacreditar el movimiento. Al igual que en Kiev, los representantes locales del partido gobernante respondieron con la constitución de milicias para intimidar, desacreditar y dispersar las manifestaciones. Y al igual que en Kiev, organizaron y financiaron manifestaciones anti-Maïdan/pro-gobierno. Finalmente, la radicalización de las manifestaciones en Kiev, que llevaron al derrocamiento del régimen, así como la derogación por parte del gobierno interino de la ley de lenguas regionales aprobada dos años antes, reforzaron la idea, transmitida por los medios de comunicación, de que los nacionalistas ucranianos iban a llevar el desorden al Donbass, oprimir a las poblaciones de habla rusa y, por la reorientación radicalmente proeuropea del país, amenazar los equilibrios socioeconómicos de la región.

Pero eso no significa que hubiera una gran movilización popular desde el principio por la independencia de la región o por su anexión a Rusia, y que la crítica al Maidan inevitablemente evolucionaría en una guerra civil. Las organizaciones separatistas y panrusas (“República de Donetsk”, “Club de fans de la Novorossiya”, “Bloc ruso”, etc.) eran muy marginales antes de 2014. Hasta febrero de 2014, sus manifestaciones condenando el golpe de Estado fascista, llamando a defender a la iglesia ortodoxa rusa y la pertenencia del Donbass a Rusia, solo reunían a unas pocas decenas de personas. La extensión del tema separatista fue más bien obra de las élites locales y las fuerzas separatistas minoritarias apoyadas por Rusia, que supieron explotar el descontento popular difuso contra el nuevo gobierno. Las conversaciones con los ciudadanos de las regiones separatistas revelan sobre todo un sentimiento de impotencia, la impresión de ser rehenes de los juegos geopolíticos que los superan, el resentimiento hacia todas las partes beligerantes y un profundo deseo de volver a la paz. El contraste es sorprendente cuando comparamos este bajo nivel de movilización popular con la resistencia actual de los ucranianos a la invasión rusa, ya que el 98% de los encuestados en las últimas encuestas brindan un fuerte apoyo al ejército ucraniano /1.

Por lo tanto, podemos afirmar que sin la participación de Rusia, la desconfianza de las poblaciones de Donbass en la revolución de Maidan seguramente no se habría convertido en una guerra civil. En primer lugar, está el inmenso papel que desempeñó la propaganda rusa en el descrédito de Maidan como un golpe de Estado fascista orquestado por Estados Unidos. Los medios de comunicación rusos o controlados por las élites locales pro-rusas, principales fuentes de información para la población local, difundieron todo tipo de información falsa y rumores sobre el destino reservado por el nuevo poder de Kiev a las poblaciones de habla rusa: que las y los rusófonos iban a ser despedidos de sus puestos de trabajo en instituciones y empresas públicas, o incluso expulsados del país; que los “Banderistas” iban a venir al Donbass para sembrar el miedo y la violencia; que las minas del Donbass iban a ser definitivamente cerradas y utilizadas por los países europeos para almacenar en ellas residuos radioactivos; que el mercado ukraniano iba a ser sumergido en productos alimenticios modificados genéticamente; que Estados Unidos usaría Ucrania como base para librar la guerra contra Rusia. En la crisis política del invierno-primavera 2013-2014, Rusia es así cada vez más percibida como garante de paz y estabilidad.

Luego hubo la participación directa de consejeros del Kremlin como Surkov y Glazyrev, así como de las fuerzas especiales rusas en las protestas anti-Maïdan y en el levantamiento separatista bajo la bandera de la “Primavera Rusa”. Éste es dirigido por el ciudadano ruso Girkin-Strelkov, que más tarde fue reemplazado por el ciudadano de Donetsk Aleksandr Zakharchenko para dar más legitimidad a la dirección de las nuevas repúblicas.

Finalmente, a partir de junio de 2014, Rusia se involucra en la guerra no solo enviando armas pesadas a los separatistas locales, sino también directamente con la participación de las unidades del ejército ruso en los combates en Ilovaïsk en agosto de 2014, en Debaltseve en febrero de 2015, etc. Esta intervención militar tuvo lugar cuando el ejército ucraniano y los batallones de voluntarios estaban a punto de infligir una derrota decisiva a las fuerzas separatistas. Es la entrada del ejército ruso en la guerra la que cambia por completo las correlaciones de fuerzas, empujando al presidente ucraniano Poroshenko a iniciar el proceso de negociaciones y firmar el alto el fuego conocido como  acuerdos de Minsk.

Los acuerdos de Minsk: ¿una guerra evitable?

Por lo tanto, hay que recordar que los acuerdos de Minsk se producen en una situación militar muy desfavorable para el gobierno ucraniano, en un momento en que Rusia revierte la situación en el campo de batalla y amenaza con continuar las conquistas territoriales en el este y el sur de Ucrania, con el desafío de la creación de un corredor terrestre de Crimea a Transnistria. Ya había en ese momento el miedo muy real a una invasión a gran escala del país. Por lo tanto, Ucrania se ve obligada a aceptar los términos de las negociaciones. Para Rusia se trataba de encontrar una manera de mantener una influencia decisiva en la política interna y externa de Ucrania, porque con la pérdida de Crimea y parte del Donbass, Ucrania también ha perdido su electorado más orientado al voto pro-ruso. Para asegurarse el control de su antigua semi-colonia, Rusia tenía, por tanto, más interés en la reintegración por parte de Ucrania de los territorios separatistas bajo condición de la federalización del país, y en que no se pudiera tomar ninguna decisión estratégica sin el acuerdo de todos los miembros de la federación, que en reconocer su independencia o vincularlos definitivamente a Rusia, que era lo que sin embargo los propios líderes separatistas deseaban.

Las negociaciones se llevan a cabo en dos ocasiones: en septiembre de 2014 (Minsk I) y en febrero de 2015 (Minsk II). Los acuerdos de Minsk incluían varios puntos con un componente de seguridad (alto el fuego, retirada de armas pesadas, intercambio de prisioneros, restauración de la frontera ucraniana) y un componente político (amnistía de las personas involucradas en el movimiento separatista, reforma constitucional de Ucrania estableciendo un principio de descentralización del poder, reconocimiento de un estatus especial a las regiones de Lugansk y Donetsk, organización de elecciones locales). Ningún punto de estos acuerdos se aplicó plenamente. Su fracaso se explica por el estancamiento de las negociaciones sobre la parte política. Ucrania reclamaba que las elecciones locales se celebrasen de acuerdo con la ley ucraniana y bajo la vigilancia de instituciones internacionales independientes tras el desmantelamiento y la retirada previa de todas las formaciones militares ilegales (fuerzas separatistas, mercenarios y ejército regular ruso) y la recuperación por parte de Ucrania del control de su frontera. Por su parte, Putin quería que el proceso comenzara con las elecciones locales y la reforma constitucional. El otro punto de desacuerdo se refería a la amnistía para los líderes de las repúblicas separatistas y el reconocimiento de un estatus especial para el Donbass. Este estatus implicaba que las regiones pudieran llevar a cabo una política económica, social, lingüística y cultural autónoma, nombrar fiscales y tener órganos de justicia independientes y, finalmente, formar sus propias “milicias populares”. El texto también sugería que el gobierno central debía contribuir a reforzar la cooperación entre las regiones de Lugansk y Donetsk y Rusia. Concretamente, el texto de los acuerdos tenía como objetivo legalizar el statu quo: los actuales líderes separatistas se convertirían en representantes oficiales del poder ucraniano en los territorios ocupados, sus fuerzas militares se mantendrían y tomarían oficialmente el control de la frontera ruso-ucraniana.

Como resultado, los acuerdos de Minsk eran inaceptables para la opinión pública ucraniana. A lo sumo aseguraban una congelación provisional del conflicto. Estaba claro que, para Rusia, se trataba de adquirir un instrumento permanente de injerencia en los asuntos ucranianos, impidiendo que el país llevara a cabo una política exterior e interna independiente. Además, estos acuerdos no aportaban ninguna solución a la cuestión de Crimea. La aplicación de estos acuerdos por parte del poder ucraniano seguramente habría llevado a una nueva crisis política, a un nuevo Maidan liderado esta vez por la franja más reaccionaria de la sociedad civil ucraniana. Desde el punto de vista de la realpolitik, siempre se podría decir que el gobierno ucraniano podría haber evitado la guerra haciendo concesiones a Rusia. Pero tal afirmación equivale a culpar a la víctima y aceptar que las potencias imperialistas pueden dictar a los pueblos las condiciones de su sumisión bajo presión militar.

4/12/2022

https://lanticapitaliste.org/actualite/international/questions-sur-lukraine-1-de-lannexion-de-la-crimee-la-guerre-dans-le

L’Anticapitaliste n°140 (noviembre 2022)

Traducción: F.E. para antikapitalistak.org

1/ https://www.pravda.com.ua/news/2022/08/11/7362903/

Estrategias y conceptos para mejorar la fuerza estructural del movimiento obrero

 

El capital transnacional ha mundializado la cadena de valorización y obtenido ganancias extraordinarias respecto al resto del capital al sacar provecho de una menor composición orgánica del capital y de los bajos costes de producción que ofrecen nuevas localizaciones productivas. Junto a ello, ha desplegado mecanismos de dilución de su responsabilidad fiscal, laboral, medioambiental y social. Desde luego no ha abandonado, sino al contrario, su agenda lobista con los gobiernos de todo signo, promocionando a unos y zancadilleando a otros, empleando diferentes maniobras –financieras, mediáticas, de lawfare, represivas, etcétera–. Con la concentración y globalización el capital transnacional ha aprovechado la enorme influencia de los grandes grupos empresariales, sobre todo energéticos, de comunicación y financieros, en aras de recuperar negocio y rentabilidad a costa de la explotación del trabajo, el socavamiento del entorno natural y la succión de valor de otras formas de producción subalternas o menos competitivas.

Las estrategias basadas en la relocalización 1/ de empresas y empleo de la fuerza de trabajo, el abaratamiento de costes laborales o la conformación de sofisticadas tramas fiscales para aflorar beneficios en las jurisdicciones fiscales más favorables (hasta un 36% de los beneficios de las empresas multinacionales se trasladan a guaridas fiscales –Zucman et al., 2022–) cobraron forma a través del desarrollo de grupos corporativos transnacionales jerarquizados –con empresas pantalla, sedes y matrices en localizaciones ventajosas, y una red de empresas filiales, subsidiarias y franquicias–. Estas tramas facilitan a las empresas matrices la externalización de los riesgos de mercado y de las actividades con menor rentabilidad. Externalizan a una amplia red de “pymes económicamente dependientes” (Albarracín y Alonso, 2008) mediante formas de control directo o indirecto basadas en marcas, patentes, fuentes de financiación, sistemas de aprovisionamiento, subcontratación de fases de producción no estratégicas o fórmulas de comercialización reservadas; o, en su caso, a una red de falsos autónomos 2/ que sustituyen a las plantillas habituales, frecuentemente recurriendo a sistemas de plataforma bajo control privado, mal llamadas de economía colaborativa. 

Así, se esquivan compromisos de negociación colectiva, se aplican fórmulas de ingeniería contable y de planificación fiscal agresiva, o se establece una nueva relación con el mundo del trabajo, en el que las empresas principales pueden evitar su responsabilidad estando menos expuestas a las luchas colectivas y a la judicialización de los conflictos laborales.

Sin embargo, este proceso ha topado con sus límites y contradicciones ante un contexto de guerra comercial, dislocación del proceso de suministro global, crisis de extracción y suministro de energía y encarecimiento de materias primas esenciales para la industria, sin mencionar las consecuencias de conflictos laborales debido a la devaluación de las condiciones salariales y laborales en general, con especial conflictividad en el nuevo trabajo de plataforma, tanto en Europa como en el Sudeste Asiático (Trappmann et al., 2020). 

Un movimiento sindical y una izquierda bizca
La relación salarial que configura la relación de los propietarios y gestores del capital con el mundo del trabajo se ha extendido, al tiempo que ha complejizado sus formas, manteniendo su sustancia –extrayendo valor del trabajo por encima del coste de la fuerza de trabajo–, no pocas veces modificando su nombre y su gramática. Lo hace aplicando un marco categorial que acentúa el peso del derecho mercantil y societario sobre el laboral, en claro desmedro de los derechos colectivos. Una parte del conflicto entre capital y trabajo, que antes empleaba el lenguaje de los convenios, derechos y salarios, muta sus términos y discurso para usar conceptos referidos al beneficio, los precios y los costes. Siendo el envés de un mismo proceso productivo, el sentido de su significado práctico atrapa a múltiples productores subalternos (autónomos, pequeño empresariado y gerencia de pymes, e incluso, en lo ideológico, a personal asalariado) dentro de la lógica y objetivos que les son propios al capital. Eso es lo que sucede en los conflictos de los autónomos en el transporte, de los pequeños agricultores o de las pymes –dirigidas por lo que antes sería un trabajador cualificado dentro de un departamento de una vieja corporación fordista– que reclaman subvenciones o menor carga fiscal. Se desplaza así el lenguaje propio del mundo del trabajo, que refiere a convenios, derechos colectivos, control del proceso de trabajo y de los objetivos de producción. Con ello, las palabras dejan de nombrar procesos, experiencias y lazos con sentido de utilidad social, cuidado del entorno y de respuesta a necesidades, para solo conjugar los verbos propios del dinero como capital, o de la producción y el trabajo como mercancías.

Han transcurrido varias décadas de retroceso del movimiento obrero, de fuerte involución ideológica y desmovilización sindical, solo ocasionalmente interrumpida. La acomodaticia dirección de los grandes sindicatos, combinada con una fuerte dispersión y fragmentación del sindicalismo combativo, así como el ascenso de prácticas microcorporativas –tanto en los sindicatos minoritarios como en los que apuestan por la concertación social–, han acentuado la incapacidad del movimiento obrero para ser un motor eficaz de promoción de nuevos derechos.

Así, no es de extrañar que se enfrente la cuestión social del trabajo con un bagaje de categorías, conceptos, aspiraciones y estrategias sumamente pobre que viene de experiencias periclitadas.

La crisis de 2008 resquebrajó esa extraña transacción que conciliaba una amplia creación de empleo con costes laborales bajos

La estrategia de los capitalistas se ha adaptado al nuevo contexto, atribuyendo al campo del trabajo términos que le son ajenos (emprendedores, colaboradores, negocio, etcétera). Lamentablemente, el movimiento obrero persiste en operar con referencias inadecuadas, al perder los conceptos que le son propios.

Tradicionalmente, el movimiento sindical perseguía reducir el paro y aumentar el empleo, variables que se resintieron desde la segunda mitad de los 70, especialmente con la reestructuración y ajustes de los años 80. Desde entonces, la ocupación no ha parado de crecer y las tasas de paro de reducirse. Con todo, el Estado español sigue casi triplicando (13,5%) las tasas de desempleo comparadas con la media de la OCDE (5,1% en marzo de 2021, datos del Banco de España). Hacer notar que más empleo no garantiza unas condiciones laborales y de vida mejores, siendo condición sine qua non la degradación de las condiciones de empleo o intensificación del trabajo para aumentar la tasa de explotación y de acumulación capitalista. 

Fue en los años 90 cuando empezó a criticarse el ascenso de la precariedad. En aquel periodo, se asimilaba precariedad y temporalidad del empleo. Enseguida, no pocos, haciendo flaco favor a una perspectiva de clase, en vez de criticar a la minoría capitalista y a los gobiernos, responsabilizaron de la precariedad a las condiciones del empleo indefinido y del funcionariado, o idealizaron un sujeto abstracto llamado precariado. No obstante, desde mediados de los años 2000 las tasas de temporalidad, muy altas, también por encima de nuestro entorno internacional, empezaron a moderarse.

La crisis de 2008 resquebrajó esa extraña transacción que conciliaba una amplia creación de empleo con costes laborales bajos. Pronto el gobierno de Zapatero aceptó las presiones de la UE y del entorno empresarial más influyente. Aplicó fuertes recortes en servicios públicos esenciales y en los salarios indirectos. La rentabilidad de capital se resentía, y se decidió por el ajuste estructural. Tras los recortes en sanidad y educación pública le sucedió la reforma laboral de 2010, que reducía el coste del despido para facilitar la adaptación de las empresas a la crisis de sobreproducción y financiera. La temporalidad estadística se aliviaba, al tiempo que se mermaban las garantías de estabilidad de la condición salarial también entre la contratación indefinida.

Con la llegada del PP, con Rajoy, estas medidas se profundizaron, con nuevos recortes y, especialmente, con una nueva reforma laboral en 2012 que dinamitaba la estructura de la negociación colectiva y profundizaba el abaratamiento, la descausalización del despido y las modificaciones sustanciales de las condiciones de trabajo, entre otras medidas. La priorización del convenio de empresa frente al de sector, o la pulverización del derecho a la ultraactividad de los convenios comportaron las agresiones más relevantes, junto con fuertes reducciones en las indemnizaciones por despido colectivo y en los salarios de tramitación.

Las consecuencias fueron muy graves, al acabar con derechos y garantías colectivas. Esto supuso una pérdida de influencia de los sindicatos que apuestan por la concertación. En torno a un 45% de la clase trabajadora se quedaba sin cobertura convencional (datos 2021 de trabajadores afectados por convenios colectivos y población asalariada, EPA). 

La reforma de finales de 2021 del gobierno de coalición (Albarracín, 2022a), en un principio, amagó con restaurar la arquitectura de la negociación colectiva sectorial, recuperar la ultraactividad y atajar la temporalidad. Eso es lo que, principalmente, se pactó. En cambio, tras las presiones e injerencias del PSOE, las exigencias consentidas de la Comisión Europea y la estrategia adaptativa y conciliadora de la ministra de Trabajo, la cosa quedó en una recuperación parcial de la negociación salarial sectorial, una reforma ambigua de la ultraactividad, que solo la respeta allí donde ya estaba consolidada, incluyendo un sistema de mediación y arbitraje para el resto de convenios, y una reforma del sistema de contratación temporal, que, aunque mejora los tipos de contrato, deja ángulos ciegos y vías de fuga para que la precariedad adopte formas nuevas, con un despido que sigue siendo libre, fácil y barato. 

Puede que la reforma mejore las estadísticas de temporalidad. La media de duración del empleo está aumentando en algunos días (57,3 días por contrato de media, en febrero de 2022, según el SEPE). Aunque, al no mejorar las garantías para el empleo indefinido, al no establecer un control, motivación o indemnización disuasoria ante el despido y al normalizar los ERTE como fórmula de adaptación unilateral de las condiciones de trabajo (jornada y salario) –sin impedir un ERE a posteriori–, en términos globales netos no mejora las condiciones de estabilidad del empleo. 

La precariedad (Albarracín, 2022b) comporta un fenómeno mucho más complejo y amplio que la temporalidad en el empleo (García, 2022: 311). Refiere a qué modo de vida y expectativas provee a quienes están empleados, a la continuidad y estabilidad en el empleo, el nivel de los salarios, la regulación colectiva de las condiciones de trabajo y las garantías ante la eventualidad del despido. A este respecto, la reforma causa mejoras menores a las que le acompañan varios talones de Aquiles. 

Primero, los empleos de menos de tres meses no requieren justificación. Aunque, como hemos apuntado, la media de los empleos temporales aumenta su duración, no superan en media los dos meses, y hasta un 29,1% finaliza antes del primer mes. 

Segundo, los empleados temporales que conviertan sus contratos a indefinidos tendrán un pequeño incremento en la indemnización por despido (lo que suponga pasar de una indemnización de 12 días por año trabajado a 20 –despido objetivo– o 33 si se hace contrato indefinido, para contratos de pocos meses…). 

Ahora bien, los empleos indefinidos van a tener un mayor número de despidos y mayor rotación en los primeros años, debido a que en ese periodo el coste del despido es todavía bajo. Con datos del primer trimestre de 2022 (EPA-INE), el 19,2% de los empleos indefinidos no supera los tres años, el 16,7% tiene una duración entre 3 y 6 años, y el 64,2% dura más de 6 años, apuntando un deterioro de la continuidad del empleo indefinido, al no encontrar peores registros de continuidad en el empleo desde 2011. Notemos que conviene dar más tiempo para evaluar este aspecto de la reforma. Pero, previsiblemente, los contratos temporales de muy corta duración pasarán a ser de corta duración y los indefinidos tendrán una mayor tasa de despidos o rotación en los tres primeros meses tras su celebración.

A su vez, están aumentando los empleos a tiempo parcial procedentes de contratación temporal, pero también de primera contratación, y empleos provenientes de los ERTE. Esto permite optimizar el coste laboral ganando productividad por hora, con la consiguiente merma de ingresos salariales, especialmente de mujeres y otras personas que realmente desearían trabajar más horas para cobrar más (el 51,1% quisiera más jornada; esto es, se trata de empleo parcial involuntario –4º T 2021, EPA-INE–, porcentaje que se incrementa desde 2007, que estaba en el 31,4%). Esto es compatible con la tendencia mundial general, en la que la clase y familias trabajadoras aumentan el número medio de horas de trabajo, pero de una manera dual, combinando un modelo de un empleo a tiempo completo con cada vez más horas y otros a tiempo parcial con horarios flexibles focalizados en la disponibilidad y en la intensificación del trabajo (Roberts, 2022b).

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Por último, aunque desde proporciones de partida muy bajas (2,2% de la población asalariada –1er T 2022 EPA-INE–), también se está recurriendo al empleo fijo-discontinuo para reemplazar parte del trabajo temporal estacional de una duración mayor a tres meses (De la Fuente y Bernat, 2022: 220), que no necesitan justificar su temporalidad. Como decimos, para presionar a que los salarios crezcan por debajo de la inflación y no se acumule demasiada antigüedad ante una posible indemnización por despido, en los primeros años de duración rotará más proporción de contratos indefinidos, presionando al aumento del rendimiento de cada puesto (ver tabla en página siguiente).

En resumidas cuentas, si de lo que se trata es de mejorar las condiciones de vida, el indicador no es la temporalidad, sino la estabilidad y las condiciones para poder organizar un proyecto de vida basado en la continuidad, así como las garantías de derechos en las condiciones de empleo y del despido. Para eso, resulta fundamental regular el despido colectivo e individual, con su causalización y aprobación por la Inspección de Trabajo, con indemnizaciones disuasorias. Y si de lo que se trata es de evitar las discriminaciones, complementariamente, hay que regular el momento de selección de nuevo personal con una preselección por parte de los servicios públicos de empleo, estableciendo criterios objetivos de entrada, en la promoción y en el acceso a la formación. Para cerrar el círculo con dos reivindicaciones esenciales: la reducción del tiempo de trabajo sin reducción de los salarios reales, directos o indirectos.

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Claves para mejorar la correlación de fuerzas del sindicalismo ante el capital
Las reformas laborales expresan una correlación de fuerzas entre capital y trabajo labradas con anterioridad, en la que desempeña un papel decisivo la lucha de clases en los ámbitos social, sindical y político. 

De los tres ámbitos, en lo social, tras la desactivación del movimiento 15-M, o su asimilación por la dinámica partidario-electoral e institucional, en la que prevalece una orientación subalterna o cooptada por el gobernismo neoliberal compasivo, encontramos una parálisis importante. 

En el campo de lo sindical, se observa una tendencia decreciente al conflicto, a pesar de la explosividad de casos puntuales, que no han contrarrestado el protagonismo de la concertación a través del diálogo social abierto por el gobierno de coalición, encargado de aislar reclamaciones de calado y una conflictividad amplia más eficaz y consistente. Las excepciones son los avances y buenas resistencias que han tenido lugar en el País Vasco o Cádiz, por ejemplo. Cabe preguntarse si el retroceso de los salarios reales y la ampliación del periodo de cómputo de las pensiones pueden propiciar el conflicto general en algún momento. 

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La izquierda gobernista ha primado una estrategia modernizadora, con una alianza con la burguesía alejada de la derecha extrema, intercalando reformas de mínimos compasivos y, a lo sumo, avances parciales en derechos civiles, sin cuestionar la gestión neoliberal del PSOE. Vale decir, en el campo de la representación política solo ha interpuesto un dique menor al neoliberalismo, siendo incapaz de mejorar las condiciones de vida, las expectativas y las perspectivas de la mayoría.

La izquierda gobernista ha primado una estrategia modernizadora, con una alianza con la burguesía alejada de la derecha extrema

Conviene tener presente que la correlación de fuerzas favorable se gana antes en la sociedad, en los espacios sociales, productivos y culturales-ideológicos. Las elecciones son un simple reflejo de lo anterior. Sin embargo, se ha preferido considerar la fuerza social con la que se cuenta como un factor externo dado, al que adaptarse, y no como algo a construir. Si se pensaba que los derechos ganados iban a cambiarlo, estos resultan testimoniales a la luz de la experiencia de las clases trabajadoras, más aún en un contexto repleto de adversidades a las que no quiere hacerse frente de raíz.

No entraremos aquí en cómo construir subjetividad antagonista organizada. Por el contrario, fijaremos la atención en el campo propio del movimiento obrero: las dinámicas de reproducción de la vida y de la producción en general.

Las posibilidades de avance sindical obedecen, en lo interno, a una lógica multifactorial. Fundamentalmente dependen de las direcciones sindicales y de su orientación. También de su estrategia ante reivindicaciones y conflictos para trascender el hecho conflictivo concreto dando una respuesta más amplia, extensiva y sociopolítica. También estriba en la política de afiliación, así como en la suma de representantes sindicales acompañando los procesos de organización con experiencias de solidaridad y logros colectivos, o el avance en la formación sindical y política de sus nuevos miembros. Se suele tratar, o profundizar menos, en las formas de implantación y organización a lo largo de la cadena de valor capitalista y sus nuevas formas empresariales, siendo en este proceso histórico un factor decisivo. 

Como apuntamos al comienzo, el capital ha adoptado nuevas formas en su despliegue, tanto para valorizar su producción en el mercado como para reducir la fuerza estructural del movimiento obrero, fragmentándolo, debilitándolo y aislándolo. Esto afecta, principalmente, a la lógica de organización, solidaridad y representación del mundo del trabajo.

Por un lado, las corporaciones transnacionales toman la forma de empresa-red para abarcar los segmentos claves de su cadena de valor, diseñada de manera jerárquica, con centros y periferias, desarrollando empresas matrices, filiales, redes de subcontratas o franquicias. De manera conjunta, a la gestión de las plantillas, también jerarquizadas internamente o por su tipo de contratación, se le añade una legión periférica de autónomos económicamente dependientes.

En estas estructuras, los trabajadores cooperan bajo el dominio del capital, en general sin conocerse entre sí. Colaboran para poner la producción en marcha, pero con dificultades para estrechar lazos de solidaridad, para negociar, parar la producción o imaginar su orientación distinta.

Otras unidades de agrupación territorial de empresas y trabajadores son lo que en su día Alfred Marshall (1890) llamó distritos industriales. Se trataría de localizaciones concretas de trabajadores, mayormente empleados por pequeñas y medianas empresas, especializados en determinados tipos de actividad. Estos pueden ser del sector primario, del sector del transporte y de la logística, del sector industrial (polígonos industriales), del sector comercial (centros y calles comerciales, o de servicios (polígonos de oficinas, zonas de ocio y destinos turísticos). Empleados en empresas formalmente independientes, están vinculados a procesos productivos ligados entre sí. Frecuentemente pueden tener servicios comunes o intereses colectivos propios de su localización o proceso de producción.

En este sentido, las lógicas de representación legal y las dinámicas de organización sindical no concuerdan con las formas empresariales, y, por tanto, no están en buenas condiciones de abarcar la cadena de valor (para parar, variar su orientación o negociar sobre sus condiciones).

En primer lugar, las posibilidades de representación y obtención de recursos y delegados están sujetas a un marco legal en el que la pequeña empresa, aparte del paternalismo que la envuelve, levanta numerosos obstáculos a las plantillas. Para tener representación, si una asamblea de un centro de trabajo (en términos administrativos) así lo determina, se requiere entre 6-10 trabajadores o trabajadoras, o, al menos, 10 si lo promueve un sindicato sectorial representativo, participando en las elecciones solo quienes cuenten, al menos, con un mes de antigüedad. 

Las lógicas de representación legal y las dinámicas de organización sindical no concuerdan con las formas empresariales

En segundo lugar, los sindicatos mayoritarios se organizan por ramas de actividad. Estas federaciones de rama, aunque con honrosas excepciones, no suelen aplicar una coordinación de clase adecuada para llevar una estrategia común de ramas vinculadas, sino que se limitan a operar en los centros de trabajo donde tienen fácil representación, sin enlazar los intereses comunes de las y los trabajadores de la empresa principal con los de las subsidiarias, de las y los indefinidos con los temporales, o del funcionariado con el personal interino o el personal laboral público. A su vez, los sindicatos minoritarios, aun sin ser necesariamente corporativos, acaban operando en empresas aisladas o, fragmentariamente, en sectores delimitados, sin poder conseguir cuotas de representación suficiente para que sus criterios tengan influencia o para que sus luchas trasciendan conflictos particulares. 

En tercer lugar, aunque existan los comités de empresa europeos, estos apenas tienen competencias más allá del intercambio de información. No logran coordinar la acción sindical en el seno de las empresas transnacionales. Las oficinas de atención al trabajador, y las y los delegados sectoriales, así como los autobuses de atención sindical móvil son testimoniales y brilla por su ausencia cualquier órgano de colaboración de trabajadores en los mencionados “distritos laborales” (Albarracín, 2015).

En cuarto lugar, pero no menos importante, los sindicatos deben tener presente que su acción ha de conectar mejor con el territorio y la población vinculada con la fuerza de trabajo. En este sentido, el sindicalismo requiere una estrategia social de arraigo en los lugares de residencia, para organizar actividades en las comunidades de convivencia de los y las trabajadoras con las personas que dedican su tiempo al cuidado –doméstico, de crianza–, y facilitar la cooperación en la provisión de servicios comunes (comedores y servicios comunitarios, actividades de soberanía alimentaria y de proximidad, escuelas infantiles, espacios de uso compartido de equipamientos domésticos colectivos, instalación de equipamientos energéticos renovables compartidos, etc.). Habilitar estructuras y espacios de este tipo permitiría una mayor conexión con las dinámicas de reproducción de la vida cotidiana, estrechar lazos de clase y estar en condiciones de afrontar conflictos duraderos con mayor solidez (complementarios a las cajas de resistencia), ofreciendo una respuesta comunitaria, de cuidados y ecosocial, asociada a la mejora de las condiciones de vida y trabajo.

Lo anterior es tan importante como contar con un programa reivindicativo y de lucha más sólido –salarios, reducción del tiempo de trabajo, reparto del trabajo, derechos sociales–. Esto supone, a partir o independientemente del marco legal, poner en pie asambleas que traten y organicen a los y las trabajadoras reales –asalariadas, falsas autónomos, de cuidados, etc.– a varias escalas: a través de coordinadoras y redes transnacionales de los y las trabajadoras de una misma línea sectorial y cadena de valor global, o a través de asambleas territoriales localizadas en distritos laborales de alta concentración de personas trabajadoras de todo tipo.

En suma, sobre la cuestión social del trabajo no podremos avanzar ni en derechos ni negociarlos bien, si nuestro arraigo e implantación no se adapta a la forma de la cadena de valor del capital; no podremos ni soñar cambiar algún día la orientación y la dirección de la producción, para satisfacer necesidades sociales y transformar el modelo productivo para circunscribirlo a los límites de la biosfera, si no estamos en condiciones de pararla.

Daniel Albarracín es economista y sociólogo. Actualmente es consejero de la Cámara de Cuentas de Andalucía. Es militante de Anticapitalistas

Notas:

1/Empleamos aquí relocalización como traslado territorial de un proceso productivo, siendo un término más apropiado que el de deslocalización, que refiere a un no lugar de los procesos productivos, y que solo tiene un sentido relativo en referencia a trabajos hechos telemáticamente o susceptibles de ser teletrabajables.

2/En los países del Sur, el proceso de crecimiento del trabajo autónomo cobra una forma extendida más grave, que se basa en la expansión del trabajo informal, que aquí también se da en menor grado.

3/ No se incluyen datos sobre la huelga del sector Administración Pública y sector interinos docentes enseñanza no universitaria de 8 de junio de 2010, la huelga de educación pública y privada de 22 de mayo de 2012 y las huelgas generales de 29 de septiembre de 2010 y 29 de marzo y 14 de noviembre de 2012, la huelga de la enseñanza pública y privada de 9 de mayo de 2013, la huelga del sector del Contact Center de los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 2016 y la huelga de fiscales, magistrados y jueces de los meses de abril y mayo de 2018. Tampoco se incluyen datos de huelgas generales.

Referencias

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Albarracín (2022a) “Reforma laboral a lo Zapajoy: ni pequeño avance, ni en dirección contraria”, viento sur, pp. 107-115 (accesible en https://vientosur.info/reforma-laboral-a-lo-zapajoy-ni-pequeno-avance-ni-en-direccion-contraria/ ).

vicentDe la Fuente, Mikel y Bernat, Jon (2022) “La reforma laboral de 2021 en España, cambio de tendencia en la regulación de la contratación temporal”, Revista Crítica de Relaciones de Trabajo. Laborum, 3, pp. 199-223.

García González, Guillermo (2022) “La contratación temporal en la reforma laboral: Reflexiones críticas sobre su conformación jurídica”, Deusto, V. 70/1, pp. 285-314 (accesible en https://revista-estudios.revistas.deusto.es/article/view/2503/2943).

Marshall, Alfred (1890) The principles of Economics. Londres: MacMillan.

Roberts, Michael (2022a) “El futuro del trabajo (1): el teletrabajo” (accesible en: https://www.sinpermiso.info/textos/el-futuro-del-trabajo-1-el-teletrabajo).

(2022b) “El futuro del trabajo (2): trabajar mucho y muchas horas” (accesible en: https://www.sinpermiso.info/textos/el-futuro-del-trabajo-2-trabajar-mucho-y-muchas-horas).

(2022c) “El futuro del trabajo (3): la automatización” (accesible en: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-futuro-del-trabajo-3/).

Trappmann, Vera; Bessa, Ioulia; Joyce, Simon; Neumann, Denis; Stuart, Mark; Umney, Charles (2020) “Conflictos laborales globales en las plataformas: El caso de las trabajadoras y los trabajadores de la entrega de comida”. Friedrich Ebert Stiftung (accesible en https://library.fes.de/pdf-files/iez/16939.pdf ).

Zucman, Gabriel; Torlov, Thomas; Wier, Ludvig (2022) “The mission profit of nations”.

Para cambiar la sociedad, hay que romper con la propiedad capitalista

20/10/2022
Adrienne Buller et Mathew Lawrence
Adrienne Buller es miembro de Common Wealth, directora del programa Green New Deal y coautora de Owning the Future: Power and Property in an Age of Crisis (2022).

 

Matthew Lawrence es director de Common Wealth, un nuevo grupo de reflexión con sede en el Reino Unido que diseña modelos de propiedad para la economía democrática.

Traducción: Marc Casanovas

A lo largo de la pandemia y del periodo de sufrimiento económico que trajo consigo, las noticias han estado marcadas por una serie de catástrofes crecientes. El apartheid mundial de las vacunas, resultado de la negativa del Norte a permitir que se comparta de forma no exclusiva la tecnología de las vacunas, supuso que a finales de 2021 el 80% de los adultos de la Unión Europea estuvieran totalmente vacunados, pero solo el 9,5% de las personas de los países de bajos ingresos hubieran recibido una sola dosis.

Mientras la riqueza de la vivienda se disparaba, los inquilinos sufrían una inseguridad permanente. Mientras que 500 millones de personas cayeron en la pobreza extrema y los ingresos del 99% de la población mundial disminuyeron entre marzo de 2020 y octubre de 2021, la riqueza de los diez hombres más ricos del mundo se duplicó hasta alcanzar los 1,5 billones de dólares, surgiendo un nuevo multimillonario cada 17 horas.

Desde entonces, la espiral de precios de la energía ha provocado una inflación extremadamente dolorosa en gran parte del mundo y las proyecciones sugieren que dos tercios de los hogares del Reino Unido podrían encontrarse en situación de pobreza energética el año que viene, incluso mientras los productores y proveedores de energía obtienen enormes beneficios.

En este contexto, las emergencias climáticas y medioambientales han continuado desarrollándose a un ritmo asombroso: sequías sin precedentes están afectando a las regiones agrícolas de Europa; las temperaturas en algunas partes de Inglaterra están superando los 40 grados centígrados; los incendios están arrasando los sitios de «compensación de carbono» en todo el mundo, echando por tierra la promesa de la captura de carbono.

Ninguno de estos acontecimientos es aislado. Más bien, son los frutos de un determinado acuerdo social y económico. Las crisis a las que nos enfrentamos hoy se solapan y se sienten de forma desigual, pero todas tienen un hilo conductor esencial: la forma en que se organiza actualmente la propiedad. La pandemia fue una revelación explosiva de una crisis que se ha ido acumulando durante décadas en las que se han privilegiado los derechos de propiedad por encima del bienestar colectivo.

El poder está determinado por la distribución y la naturaleza de los derechos de propiedad. Por lo tanto, cómo se lleva a cabo nuestra economía, y en interés de quién se ejerce ese poder, determina decisivamente nuestras sociedades y nuestras vidas.

Este punto puede parecer obvio: las relaciones de propiedad y la distribución de la misma siempre han sido fundamentales para determinar cómo se estructura una economía y a qué intereses sirve. La propiedad señorial de la tierra dio forma al feudalismo, la desposesión colonial apuntaló la acumulación del imperio, la propiedad de esclavos permitió una riqueza y una violencia extraordinarias en las sociedades esclavistas, e incluso hoy en día son los intereses de los propietarios los que dictan en gran medida cómo se gestionan nuestras economías y se organizan nuestros recursos. Estas estructuras han evolucionado con el tiempo; no son neutrales ni fijas. Las normas que rigen los derechos de propiedad reflejan el flujo y reflujo del poder dentro de una sociedad.

Esta es una constatación esperanzadora. La propiedad no es el único factor determinante de los resultados sociales y económicos, pero es un hilo conductor que une los inmensos retos a los que nos enfrentamos, y las muchas maneras en que podríamos esforzarnos por superarlos reimaginándola y transformándola.

Un sistema de propiedad al servicio de los propietarios

El Reino Unido se encuentra actualmente sumido en una crisis del coste de la vida, marcada por una inflación galopante alimentada en gran medida por la subida de los productos básicos de la vida, como el combustible, la energía o los alimentos. Al mismo tiempo, los accionistas de las grandes empresas de servicios públicos, así como los productores de combustibles fósiles que suministran el gas que distribuyen, siguen beneficiándose de enormes dividendos y recompras de acciones.

La propiedad es aquí doblemente crucial. En primer lugar, se trata de un entorno inflacionista en el que los hogares más pobres podrían ver incrementados sus costes en un 18% debido a su mayor gasto relativo en los productos esenciales (alimentos, energía y alquiler) más afectados por la subida de precios. En segundo lugar, se está utilizando un régimen de propiedad particular para justificar los enormes pagos a los accionistas en medio de este sufrimiento, sobre todo por su papel en el bloqueo de los pensionistas en el sistema financiero, lo que permite a los responsables políticos y a los comentaristas justificar los dividendos récord y las recompras en la (falsa) suposición de que pagan los ingresos de los pensionistas.

Pensemos en la crisis energética. Si la causa inmediata es la explosión de los precios al por mayor del petróleo y el gas, la forma en que se ha refractado en la sociedad, haciendo que unos pocos ganen y muchos pierdan, está inextricablemente ligada a la forma en que se posee nuestro sistema energético y a la lógica que impone el modelo de propiedad corporativa con fines de lucro.

Este año, BP, Shell, ExxonMobil, Chevron y Total han obtenido beneficios de casi 100.000 millones de euros en el primer semestre de 2022, el triple que en el mismo periodo de 2021. En cierto sentido, distribuir las ganancias a los accionistas podría ser mejor desde la perspectiva del clima que gastar más dinero en nuevas infraestructuras de combustibles fósiles. Pero esto implica imaginar un futuro en el que los gigantes de los combustibles fósiles simplemente se extinguen, lo que se contradice directamente con sus planes futuros publicados y su inversión continua en la extracción y exploración.

ExxonMobil gastó en 2020 más del doble en la remuneración de sus ejecutivos que en el gasto de capital con bajas emisiones de carbono en el último año. En un momento en el que las facturas de energía están por las nubes, podrían reducir sus márgenes para aliviar la presión sobre los hogares y las empresas. En cambio, los gigantes de la energía están utilizando la crisis para transferir una enorme riqueza de los hogares y las empresas a los accionistas.

Sin embargo, no debemos esperar otra cosa: el alfa y el omega de estas empresas es maximizar los beneficios de sus accionistas, extraer la riqueza de muchos en beneficio de unos pocos.

La crisis tampoco supone un cambio particular en este modelo de empresas energéticas orientadas a los intereses de los ricos poseedores de activos a costa de los trabajadores de a pie. Entre 2010 y 2020, por ejemplo, BP y Shell gastaron más de 147.200 millones de libras esterlinas en recompra de acciones y dividendos, mientras que las cinco grandes empresas petroleras y de gas estadounidenses pagaron más de 200.000 millones de dólares a los accionistas entre 2015 y 2020.

Si bien las empresas energéticas difieren en escala, el funcionamiento de la economía en su conjunto no es muy diferente. Dondequiera que nos dirijamos, desde el creciente dominio del capital privado sobre la atención social de los mayores, hasta la financiarización de la vivienda, pasando por la presión sobre los salarios reales incluso cuando los beneficios de las empresas se disparan, vemos el mismo patrón. Los modelos de propiedad extractiva alimentan las desigualdades de la economía de activos, en la que los que trabajan producen riqueza para los que poseen.

Una agenda alternativa

En muchos sentidos, el sistema capitalista contemporáneo es despiadadamente eficiente, haciendo precisamente aquello para lo que fue diseñado: acumular, encerrar, concentrar y expandir el beneficio de los que poseen. Ha generado una riqueza extraordinaria, pero en el proceso ha hecho de la pobreza su sello en medio de una abundancia sin precedentes. Hoy en día, los mismos procesos de concentración, cercamiento y extracción incorporados en su diseño están empezando a agotar las mismas fuentes de riqueza social y ecológica en las que se basan las economías capitalistas para reproducirse.

Frente a esto, un programa alternativo que desafíe las desigualdades de la economía de activos debe tener una orientación sistémica: las instituciones de la economía extractiva deben ser democratizadas, desde la empresa hasta los mercados de capitales, a través de nuevas herramientas de planificación pública y propiedad inclusiva; la omnipresente extracción de rentas, desde los servicios públicos hasta la vivienda, debe ser desafiada por una ola expansiva de desmercantilización que sustituya el acceso financiarizado a lo esencial de la vida por una oferta pública. A la privatización de los espacios hay que responder con una nueva era en la que se compartan la tierra, la naturaleza y la tecnología.

En resumen, para desafiar la primacía de la propiedad, debemos democratizar la producción, desmercantilizar lo esencial de la vida y defender los bienes comunes.

La primacía de la propiedad ha sido establecida por una agenda política dirigida por el Estado que no sólo ha privatizado y externalizado, sino que ha utilizado la política fiscal y monetaria para priorizar e inflar la riqueza de los propietarios de activos. Invertir esta tendencia es esencial para redefinir el papel de la propiedad en nuestras sociedades.

Si el lema de la revuelta del capital en los años 70 era «Estabilizar los precios, aplastar el trabajo, disciplinar el Sur», el lema (ciertamente más pesado) de la orientación política para poner fin a su reinado debería proclamar en cambio: «Democratizar la economía, desmercantilizar los fundamentos de la vida, defender los bienes comunes». Ahora tenemos los recursos y las capacidades para garantizar la seguridad material y las bases de una buena vida para todos los habitantes del planeta.

No hay necesidad de esperar a una futura liberación tecnológica, ni de justificar ese paso. La democratización de la propiedad puede redistribuir el poder y las ganancias de la empresa colectiva; la desmercantilización de la provisión de los bienes e infraestructuras que necesitamos puede liberarnos de la dependencia del mercado al tiempo que garantiza el acceso de todos a las necesidades de la vida; y la defensa y expansión de los bienes comunes puede llevar a que los activos se gestionen de forma compartida para el bien común.

En última instancia, se trata de un proyecto de democracia: la extensión de los principios y las relaciones democráticas a los espacios actualmente gobernados por la propiedad privada.

Si el neoliberalismo es un proyecto de poder estatal para defender la propiedad frente a las demandas populares de una reorganización más equitativa, el contramovimiento insiste, en cambio, en que la economía es una entidad hecha socialmente que el poder democrático puede reestructurar. Una economía democrática es aquella en la que los principios de la democracia que conocemos se extienden más allá del sistema político y llegan a nuestros lugares de trabajo y comunidades, y en la que redistribuimos el control común sobre el funcionamiento de la economía para ampliar la libertad humana.

La libertad de unos pocos no puede basarse en la explotación de otros, ni puede ejercerse mediante jerarquías injustificables. Por lo tanto, es incompatible con los regímenes privados de poder que generan las relaciones de propiedad capitalistas.

Por el contrario, la libertad es un proyecto compartido: la libertad individual está garantizada por la emancipación colectiva. Esto requiere una orientación política que se comprometa a reimaginar nuestros sistemas de propiedad y control.

No hay ningún partido, tradición o movimiento que pueda o deba hacerlo solo. Necesitamos un frente popular de masas que abarque a diversos grupos.

La historia que hay que contar es clara: el extraordinario potencial de muchos está siendo frenado por las instituciones que dan forma a nuestras vidas y comunidades, instituciones que consolidan la riqueza y el poder al tiempo que infligen violencia a las comunidades y al mundo natural al priorizar la propiedad sobre las necesidades urgentes. La derecha política defiende y reproduce esta configuración. Para superarlo, un nuevo bloque debe desafiar y reimaginar las instituciones de propiedad y control para construir una sociedad alternativa, inclusiva y plenamente democrática.

El establecimiento de un control democrático en todas las esferas de la vida puede ayudar a contrarrestar la justificada desilusión con el sistema político y sus representantes que muchas personas sienten hacia el ámbito político. Para ganar, es urgente pasar de una crítica moral del presente a una oposición a las fuerzas e instituciones que generan estas injusticias, con un plan creíble para desmantelarlas y construir algo nuevo en su lugar. Es hora de que nos hagamos cargo del futuro.

Vigencia del ecosocialismo: la propuesta anticapitalista para el siglo XXI

<Fuente : V. SUR>

Dedicado in memoriam a Oscar Torres López, amigo entrañable y compañero de la causa ecosocialista.

Pandemia, especulación financiera y “genocidio de mercado”

El Wall Street Journal al reseñar hacia finales de agosto la última reunión de Jackson Hole1 utilizó el siguiente título en página editorial. “Los ricos son cada vez más ricos y las tasas de interés cada vez más bajas, una buena síntesis de la implementación de la política monetaria expansiva (flexibilización cuantitativa ad infinitum) de la Reserva Federal norteamericana (FED) desde cuando se oficializó la pandemia del Covid 19. Efectivamente en este período la FED ha emitido el 40% aproximado de los dólares que circulan en la economía mundial los cuales vienen siendo utilizados en la compra de títulos del Tesoro, de pasivos corporativos y en la oferta de liquidez a las cadenas internacionales de valor y suministro con bajas tasas de interés. La mayor parte de esa emisión pasa por el filtro de un sistema financiero altamente monopolizado y controlado por los grandes grupos financieros (Bancos de Inversión, Inversionistas institucionales) cuyos dueños al obtener ese dinero a bajo costo compran y recompran activos financieros propios en el mercado de capitales valorizándolos artificialmente con poco riesgo.

La cantidad de dólares que actualmente emite la Fed y los bancos centrales de los países con economías más desarrolladas 2 constituye una masa de circulante mucho mayor a la del crecimiento de la producción de bienes y servicios. El escenario de la “estanflación” (recesión acompañada de inflación) que conoció la economía internacional en los inicios de la década del setenta vuelve a salir a la superficie aun cuando ahora con una masa mayor de capital ficticio circulando y con las fórmulas de solución transitorias que han venido implementándose desgastadas.

Mientras las elites financieras aumentan sus ingresos al ritmo febril de las emisiones de los Bancos centrales en plena pandemia la pobreza afecta a millones de seres humanos en el planeta. “Las consecuencias de la crisis social y económica del coronavirus empujarán a la pobreza a unos 115 millones de personas, y aquellas que ya vivían con menos de dos dólares al día, más de 700 millones, serán afectados aún más profundamente. La ONU pide que se utilicen mecanismos de protección social para aliviar su situación…” 3

Adicionalmente otro segmento del excedente de liquidez apropiado por los grupos financieros transnacionales (principalmente los fondos de inversión) ha sido colocado en los mercados emergentes en la compra de bonos soberanos lo que viene incrementando el endeudamiento público en los países atrasados lo que conforme a las reglas de la actual “arquitectura financiera internacional” significa la ejecución de planes de ajuste en contra de las poblaciones impulsados por las IFIS y las calificadoras de riesgo. Una investigación reciente realizada por Eurodad 4 sobre el contingente de acreedores internacionales de bonos soberanos mediante el “ desglose de monedas, cupones, vencimientos, leyes vigentes, presencia de Cláusulas de Acción Colectiva (CAC), suscriptores y tenedores de bonos identificados a través de bonos soberanos…” confirma que “ sesenta y dos países de ingresos medianos y bajos han emitido quinientos cuarenta y nueve bonos soberanos por un valor nominal excepcional de US$ 691 millardos ..”, e incluye las siguientes conclusiones “ 1) Los países en desarrollo deberán pagar 330 mil millones de dólares sobre el servicio de la deuda de estos bonos durante los próximos cinco años. 2) Los tenedores de bonos identificados están compuestos por un grupo de 501 inversores institucionales de 31 países. Estas firmas tienen un total de US $ 169 mil millones en tenencias de bonos soberanos. 3) Los 25 principales inversores en bonos soberanos, encabezados por gestores de activos con sede en EE. UU. Como BlackRock, PIMCO y AllianceBernstein, tiene un total de 42,7 billones de dólares en activos 4) En gestión. Esta cifra es equivalente a cuatro veces el PIB de los 62 emisores de bonos soberanos cubiertos en este informe…” 5 Diagnóstico con cifras escalofriantes.

El endeudamiento público, constituirá a no dudarlo, el debate central tanto en política económica como en política social en los países periféricos y en Colombia en particular durante los próximos años.6

Esta gestión económica de la pandemia del Covid 19 que terminó por enriquecer aún más al segmento del 1% de los superricos de la población mundial al tiempo que condenó a la pobreza a millones de seres humanos en el planeta grafica el funcionamiento de la globalización financiera y el control de las elites financieras sobre los Estados

Las reformas neoliberales incluyeron la mercantilización de la salud y la pandemia de confirmó lo nefasto de sus alcances. A pesar de los casi cinco millones de fallecidos que ha producido el virus desde cuando se oficializó la pandemia en marzo del 2020 los dueños de las grandes empresas farmacéuticas (“big pharma”) mantuvieron los derechos exclusivos de producción y venta de las vacunas reconocidos en patentes. Adicionalmente la desigualdad en la distribución de las mismas entre los países metropolitanos y periféricos relegó a éstos últimos a demorar los planes de vacunación con un costo humano considerable. La pobreza endémica a la que vienen siendo sometidos millones de seres humanos acompañada de la imposibilidad de obtener atención médica a causa de la privatización de los sistemas de salud incrementó de manera absurda el número de fallecidos La gestión neoliberal de la pandemia puede calificarse como un “genocidio de mercado”, otra de las manifestaciones de la barbarie a la que el capitalismo ha condenado a la humanidad.

La sempiterna dominación Imperialista: El tal “capitalismo Nacional” no existe:

Contrario a la cantaleta que sin fundamento teórico repite la izquierda que reivindica un programa de unidad estratégica con el liberalismo la posibilidad de consolidar un proyecto de “capitalismo nacional” nunca existió Desde finales del siglo XIX y a causa de las transformaciones económicas que ocurrieron después de la crisis económica de 1873 (segunda revolución tecnológica, aumento de las inversiones en el área de los bienes de capital, ampliación de los mercados de capitales y surgimiento de los grupos monopólicos) los grandes inversionistas de las metrópolis encontraron en la exportación de capitales una forma de organizar la acumulación de capital a escala internacional integrando de manera desigual a la periferia al conjunto del sistema capitalista.

La exportación de capitales, en un primer momento, privilegió el área de las materias primas respondiendo a una de las exigencias de la acumulación capitalista cual es la de obtener un volumen mayor de estos recursos en la medida en que la composición orgánica de capital aumenta en las empresas y por ende la productividad del trabajo.”7Este cuadro inicial de la división del trabajo metrópoli/periferia cambió durante la segunda post guerra cuando quedó en evidencia un incremento en el sector de los bienes de capital en las empresas productoras de materias primas al punto que hicieron poco llamativo la contratación del trabajo barato periférico en esta área del procesamiento de recursos naturales. La consecuencia fue el desplazamiento de la producción de materias primas a la metrópolis iniciando la elaboración masiva de materias primas sintéticas. Este giro espacial en las inversiones abrió el camino en América Latina al modelo de “sustitución de importaciones” que incluyó a la industria manufacturera 8

Independiente al reacomodo entre las clases sociales periféricas que produjo el modelo sustitutivo, al surgimiento en algunos países de movimientos populistas-desarrollistas y a las transformaciones políticas y económicas que lo acompañaron (protección arancelaria, fomento empresarial mediante políticas fiscales y monetarias) la dominación imperial no fue transgredida.; la transferencia de valor a los centros imperiales no fue interrumpida. 9

Las limitaciones estructurales del modelo sustitutivo (“monopolización congénita” del sector de los bienes de capital, salarios bajos como consecuencia de la necesaria sobre explotación del trabajo con el consecuente achatamiento de la demanda interna, productividad baja y déficits crónicos en las balanzas comerciales para citar las más relevantes) lo llevaron a una encrucijada desde los inicios de la década del ochenta. Gabriel Misas Arango realizó un buen resumen de esas limitaciones en el caso colombiano, “Los altos niveles de protección, al mismo tiempo que hacían posible la producción nacional de una amplia gama de bienes, le impedían una mayor Articulación al comercio mundial. El poco reconocimiento que la elite le otorgó a las clases subalternas en cuanto consumidores, de sus productos quedó reflejado en el tardío desarrollo que tuvo el crédito de consumo en nuestro medio”. “Esta ausencia de sistema de crédito, acompañada de salarios bajos achataron a demanda interna necesaria para que el sector moderno obtuviera las ventajas de la economía de escala.” Por lo que terminamos presenciando “una escasa división social del trabajo, así, por ejemplo el escaso desarrollo de buena parte de las ramas industriales, y el poco capital por trabajador, ha dado lugar a una baja o reducida productividad de la fuerza laboral y en consecuencia a bajos ingresos laborales, lo cual se ha reflejado en el modo de vida de los asalariados. La canasta de consumo de los asalariados presenta una proporción relativamente baja de bienes manufacturados…”, termina afirmando que los intentos de crear una tercera demanda por parte del Estado mediante empleos y subsidios a las capas medias fracasó cuando llegó la hora de los déficits fiscales. 10

En los inicios de la década del ochenta el modelo sustitutivo entró en estado terminal y las imposiciones que el capital financiero logró utilizando el mecanismo del endeudamiento externo terminaron en el catálogo de imposiciones sintetizadas en el llamado “Consenso de Washington” que dictaminó la inclusión forzada de Latinoamérica en la globalización financiera.

A escala internacional la dominación imperialista tomó la forma de un control corporativo por parte de los grandes grupos financieros mediante la organización de cadenas de valor y de suministros La obtención de plusvalía mediante inversiones en diversos espacios nacionales condicionadas a la reducción de salarios vertebran el funcionamiento de estas cadenas..” Las cadenas de valor-trabajo implican una forma de intercambio desigual basado en una jerarquía mundial de salarios, en la que el capital global (empresas con sede en el Norte global) captura el valor del Sur a través de la súper o excesiva explotación del trabajo de los trabajadores que fabrican los bienes. En esencia, se obtiene más mano de obra por menos. Las multinacionales oligopólicas aprovechan los costos laborales unitarios diferenciales dentro de un sistema imperialista de valor mundial; controlan gran parte del mercado mundial a través de sus operaciones internacionales” 11

Este cuadro transnacional explica en Colombia la regresión laboral oficializada normativamente en el país desde la ley 50 de 1990 que elimino la contratación laboral a término indefinido, pasando, por la ley 789 del 2003 que suprimió la mayoría de los derechos laborales, hasta la oficialización reciente de la contratación por horas. Explica igualmente la reducción sistemática del nivel de vida de los trabajadores y la privatización de la seguridad social.

En el universo de esta organización corporativa de la producción y la distribución de bienes y servicios por parte del capital globalizado, América Latina quedó destinada a la producción de bienes primarios, al extractivismo, que incluye la agroindustria, destruye los territorios, desplaza poblaciones y contamina el ambiente. En Colombia ese extractivismo se ha focalizado en la explotación de petróleo. Es el renglón de la economía que recibe la mayor parte de la Inversión Extranjera Directa-IED- en el contexto de un de un aumento creciente de la dependencia financiera. “La tasa de retorno de activos/pasivos externos -transferencia de riqueza financiera en el lapso 1990-2020- fue de USD 215.mil millones equivalente al 80% del PIB (tomando como referencia el del 2020)”. 12

La sobre explotación del trabajo que realiza en la periferia el capital globalizado queda en evidencia con la captura del trabajo precario tipo maquila. Tal es el caso de los miles de trabajadores amontonados en los llamados “barcos fébrica” en la “alta mar” del océano pacífico autorizados por el gobierno chino. Para seguir citando ejemplos, en Bangladés, a las afueras de Dakar, en Abril del 2013 1130 trabajadores, de la industria textil, mayoritariamente mujeres, murieron y 2000 quedaron heridos al desplomarse el edificio “Rana Plaza” , en el que laboraban subcontratados por cinco empresarios locales que abastecían a una treintena de marcas internacionales. 13 La crueldad laboral en la industria textil volvió confirmarse en Marruecos, . en febrero de este año cuando murieron 25 trabajadoras en un taller clandestino en Tánger. “Barrios enteros de Tánger -comenta un empresario local- son una sucesión de sótanos dedicados informalmente a la fabricación de material textil, de zapatos o de lavado de automóviles, con conocimiento de todo el mundo. Estas unidades más o menos clandestinas carecen de las más mínimas normas de seguridad en el trabajo…”14

En ciudad Juárez, al Norte de México, aproximadamente 320 empresas multinacionales contratan a cerca de 300.000 trabajadores, En los meses iniciales de la pandemia y a pesar de los decretos de emergencia gubernamental que exigían el cierre de las empresas éstas se negaron a hacerlo causando muertes y agravando la crisis sanitaria,15En esa misma ciudad la industrialización empujada por fábricas maquiladoras beneficiadas por la normatividad del TCLAN opera el feminicidio como una práctica recurrente . Desde 1993 mujeres pobres que provienen de zonas rurales o migrantes centroamericanas aparecen asesinadas skn que se conozcan los autores. Los registros oficiales contabilizan 2632 asesinatos desde el 2009 la mayoría de ellos quedan en la impunidad.

El patriarcado con un origen histórico previo al capitalismo pero prolongado en su funcionamiento cotidiano, constituye el telón de fondo de estos feminicidios, una práctica inhumana desafortunadamente generalizada. “Con una tasa de 1,6 por cada 100.000 habitantes, América Latina es la segunda región más letal para las mujeres después de África según un informe publicado por Naciones Unidas El mismo reporte revela que 137 mujeres son asesinadas cada día en el mundo por un miembro de su familia. Y que dos de cada tres asesinatos de mujeres son cometidos por las parejas o familiares. En resumen: el hogar es el sitio predilecto para los feminicidas…”16

En Colombia según datos de la Fiscalía Durante el año 2018 se registraron 320 asesinatos. Para 2019, se reportaron 321 casos. En 2020, el total fue de 294. 17 Ese patriarcado marginaliza y condena igualmente a la población LGBTI, “En el mundo 72 países siguen criminalizando al colectivo al colectivo LGTBI y en Arabia Saudí, Irak, Irán, Nigeria, Siria, Somalia, Sudán y Yemen la homosexualidad se castiga con pena de muerte. Por sentir y amar diferente, se enfrentan a detenciones arbitrarias y violencia, se les niegan derechos de reunión, expresión e información, sufren discriminación en el empleo, la salud y la educación. Según la Organization for Refugee, Asylum & Migration (ORAM) más de 175 millones de personas LGTBQ viven en condiciones de peligro o violencia en todo el mundo, pero se estima que menos de 3.000 reciben protección internacional cada año…18 Estos ejemplos constituyen manifestaciones de la crisis civilizatoria y la barbarie a la que nos ha sometido el capitalismo.

 Ecosocialismo o barbarie

En el análisis de las causas que produjeron la pandemia del Covid-19 John Bellamy Foster 19 vida” a estas condiciones naturales “como elementos de una nueva formación [social]”, generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una forma alienada, dominada por el va­lor de cambio antes que por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal…”. Esta tesis es de suma importancia en la explicación de la crisis ecológica contem­poránea. J.B. Foster, “Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza”, Revista Herramientahttps://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2177] aceptando la tesis ya anotada de la dominación imperialista actual organizada en cadenas de valor y suministro para la obtención de plusvalía mediante inversiones es espacialidades desiguales añade que esa reestructuración corporativa “también fue impulsada en parte por un arbitraje global de tierras que tuvo lugar simultáneamente a través de corporaciones multinacionales de agro negocios.”. El estímulo a las inversiones en el “sur global” parte de la diferencia entre el precio y la renta de la tierra, por lo que incorporar nuevas tierras aumenta las ganancias. “Las oportunidades de arbitraje de tierras surgen al traer nuevas tierras, con una renta atractiva, al mercado mundial de tierras, donde las rentas pueden capitalizarse realmente”. 20 El inicio de esta práctica extensiva fue la “revolución ganadera” propiciada hace algunas décadas la cual convirtió al ganado en un producto globalizado basado en corrales de engorde gigantes y monocultivos genéticos. 21

Esta práctica extensiva denominada eufemísticamente “reestructuración territorial” continúa señalando Foster, produjo el despojo masivo por parte de las grandes multinacionales del “agro business” de miles de agricultores de subsistencia y pequeños propietarios rurales, así como la deforestación y la destrucción de los ecosistemas boscosos. El alza pronunciada del precio de los alimentos que ocurrió después de la crisis financiera del 2008 aumentó las apetencias por las tierras periféricas “El resultado fue la mayor migración masiva en la historia de la humanidad, con personas expulsadas de la tierra en un proceso global de descentralización, alterando la agroecología de regiones enteras, reemplazando la agricultura tradicional con monocultivos…”22

Lo ocurrido con el COVID-19 y la amenaza de nuevas pandemias en el futuro inmediato son el resultado de esta imposición imperial que terminó por desestabilizar no tan solo los ecosistemas sino también “ las relaciones entre especies, creando una infusión tóxica de patógenos” que a su vez remite a la existencia de “un sistema de valorización global basado en el tratamiento de la tierra, los cuerpos, las especies y los ecosistemas como tantos «obsequios» para ser expropiados, independientemente de los límites naturales y sociales…” 23 Una mercantilización globalizada de la vida impuesta por lo que ha sido caracterizado como Imperialismo Ecológico.La expansión planetaria de la inversión transnacional bajo la forma de cadenas de valor y suministro agroindustriales remite igualmente a las reglas de juego de la acumulación de capital y al tema de los recursos naturales. Efectivamente, el incremento de la composición orgánica de capital disminuye la tasa de plusvalía y por ende la tasa de ganancia No ocurre lo mismo con el volumen de las mercancías que se obtienen en el mismo ciclo productivo y que exigen un volumen creciente de materias primas. A sui vez, el decrecimiento de la tasa de ganancia puede compensarse en un ciclo posterior de inversiones, manteniendo la tasa de plusvalía, con “masa de plusvalía·” mediante el aumento del capital variable (una mayor contratación de trabajadores) 24 lo que obliga a la utilización de materias primas en una escala superior.

Luego, existe una contradicción entre el funcionamiento de la acumulación de capital que le posibilita a los capitalistas una potencialidad ilimitada en la obtención de riqueza y los límites de los recursos naturales, los cuales son finitos.

La denominada “huella ecológica” o “huella ambiental” entendida como “la superficie ecológicamente productiva necesaria para producir los recursos consumidos por un individuo, así como la necesaria para absorber los residuos que genera”, confirma estadísticamente los alcances de esta contradicción, “La huella ecológica de cada ser humano es de 2.7 hectáreas. Sin embargo, nuestro planeta tan sólo es capaz de otorgar a cada uno de sus habitantes cerca de 1.8 hectáreas (WWF2012). Esta diferencia indica que cada uno de nosotros utiliza más espacio para cubrir sus necesidades de lo que el planeta puede darnos…” 25

Esta situación continúa acentuándose con graves consecuencias, “No se puede soportar este crecimiento con los recursos que hay. Si haces cuentas, ves que la población aumenta con una tasa del 1% anual. Y que la depredación de recursos crece más, hasta un 3%. No solo hay más gente, sino que la gente que hay quiere más. En una generación habremos consumido tanto como en toda la historia del ser humano. Está clarísimo que esto estallará de alguna forma. Ya estamos viviendo estas consecuencias; los microchips son solo una muestra. Pero realmente todas las materias primas están sufriendo subidas brutales, porque la demanda sube de manera exponencial y no hay fábricas que sean capaces de dar abastecimiento ni recursos suficientes para proveerlas. Tenemos un problema serio que hay que abordar inmediatamente.”26

El otro aspecto a tener en cuenta en la explicación de la crisis ecológica contemporánea es el de la asociación entre el incremento de la productividad en la historia del capitalismo con la utilización intensiva de energía fósil. “Entre 1850 y 2007, la productividad (aquí medida por el PIB mundial por habitante) se multiplicó por 9,5. En ese mismo periodo, las emisiones globales de CO2 se multiplicaron por 155, pasando de 54 millones de toneladas a 8.365.” 27. Debe resaltarse el caso del petróleo y sus derivados que a partir de la segunda post-guerra además del papel convencional energético que venía desempeñando en el transporte y en las empresas devino en el soporte de las “materias primas sintéticas”.28 aumentando considerablemente la contaminación ambiental.

La elaboración de “materias primas sintéticas” constituye otro elemento compensatorio “al aumento del valor de las materias primas dentro del valor producto de las mercancías” siempre y cuando aumente la productividad del trabajo, tesis que ya hemos reseñado como parte del acervo teórico del marxismo. Interpretándola en términos de temporalidades ello significa que el incremento de la capacidad productiva del trabajo precipita un tiempo cada vez más reducido en la producción de mercancías el cual antagoniza con el tiempo más lento que la naturaleza requiere para elaborar los recursos naturales. Producir materias primas en laboratorio, lo cual ha sido caracterizado como la construcción de una “segunda naturaleza”, acompasa de manera forzada esos tiempos desiguales, pero contaminando y destruyendo la naturaleza.

Encasillar la naturaleza en los estándares de la producción eficiente de la acumulación de capital lo que conlleva consecuencias perjudiciales puede graficarse igualmente en el caso de la industria transnacional de los alimentos en el segmento de las carnes que con la manipulación genética de los animales para obtener “razas mejoradas” ha condenado a la extinción al 30% aproximado de los animales domésticos y en el caso de la agroindustria alimentaria con los transgénicos. La “fractura metabólica” entre la sociedad capitalista y la naturaleza llevada a niveles superlativos.

La utilización intensiva del petróleo y su derivados está llegando a su límite. . “En 1971, [el geofísico M. King] Hubbert previó que el pico llegaría en 2005. Eso no quiere decir que se acabaría todo el petróleo. Efectivamente, en 2005 se llegó al máximo de la producción del petróleo crudo convencional: lo certificó la Agencia Internacional de la Energía en su informe de 2010 (..) Entre 1998 y 2014 las compañías multiplicaron por tres su esfuerzo para buscar nuevos yacimientos. Desde el 2014, viendo que estaban perdiendo muchísimo dinero, redujeron drásticamente su inversión, un 60%. La Covid lo ha acelerado. En EEUU hay una avalancha de quiebras en el sector del ‘fracking’: veo imposible que se recupere. El World Energy Outlook de 2020 de la Agencia Internacional de la Energía prevé que la producción podría llegar a caer hasta un 50% dentro de 2025, en el peor escenario…29

La alternativa energética que proponen las elites capitalistas preservando los mecanismos del mercado (impuestos verdes, subsidios presupuestales, derechos de emisión intercambiables) y aumentando el uso de la biomasa dentro de lo que ha sido presentado como “capitalismo verde” no es viable. La utilización generalizada de este tipo de energía reduciría la productividad del trabajo quitándole al capitalismo uno de sus ejes de funcionamiento cual es el de las ganancias por productividad. de la acumulación de capital. “El capitalismo verde” es un oxímoron. Por ello las conclusiones de las cumbres climáticas de Naciones Unidas han quedado reducidas a discursos declarativos que incluyen los diagnósticos ya suficientemente conocidos sobre las nefastas consecuencias del cambio climático por el aumento de los gases “efecto invernadero”, la desertificación de áreas enteras del planeta que han conllevado desplazamientos poblacionales masivos, la erosión de los casquetes polares que al expulsar enormes bloques de hielo amenazan con un alza del agua en los océanos que amenaza con inundaciones a la mayoría de las ciudades costeras, el crecimiento inusitado de la morbilidad respiratoria causadas por la contaminación ambiental, etc., pero, sin derroteros fiables de acción tal y como acaba de ocurrir en Glasgow con la cumbre del COP 26, la cual fue rechazada en las calles por movimientos ecologistas y organizaciones campesinas e indígenas provenientes de los distintos rincones del planeta. Comentario aparte merece la simulación caricaturesca del presidente Duque en la cumbre, intentando conseguir recursos y proyectos verdes, al declararse “defensor del “medio ambiente” mientras en el país asesinan el mayor número de líderes ambientales en el planeta y el gobierno que dirige promociona el fracking, la minería a cielo abierto y las inversiones para la producción de gas y petróleo “mar adentro”.Incluso, se ha negado a firmar el acuerdo de Escazú.

Quienes se han favorecido con este tipo de reuniones son los grandes grupos financieros dado que la emisión de “bonos verdes” hace parte de esta política justificada en la reducción de emisiones de CO2. Estos títulos han terminado por convertirse en un segmento importante del mercado de capitales. En Glasgow los voceros de los grupos financieros que asistieron manifestaron disponer en sus arcas de un monto aproximado de US$130 billones para ejecutar proyectos ambientales. El interés por este tipo de proyectos cuenta con el aliciente de mejores comisiones bursátiles comparándolas con las de los no sostenibles. Estas Inversiones mayoritariamente quedan en la esfera de la especulación financiera. o en las empresas asociadas a la energía fósil. Taric Fancy quien fuera el primer director global de Blackrock (uno de los mayores fondos de inversión con cobertura internacional) durante los años 2018 y 2019 en el área de las “inversiones verdes” lo ha reconocido públicamente, “Las empresas cuentan con unas pocas iniciativas verdes que cumplen los requisitos (ESG) que pueden financiar a través de bonos verdes; sin verse obligados a cambiar mínimamente su plan estratégico». (…) «Nada les impide llevar a cabo actividades claramente no sostenibles con sus otras fuentes de financiación». Por lo que, concluye, se trata de «un peligroso placebo que perjudica el interés público».30.Sobran los comentarios.

El círculo del neoliberalismo se cierra sobre sí mismo. Financiarización parasitaria y destrucción de la naturaleza y la vida entrecruzados en el movimiento incesante de la forma contemporánea de la acumulación de capital que condena a la humanidad a la barbarie en las décadas iniciales del siglo XXI. Solamente una transición ecosocialista podrá sacarnos de esta encrucijada.

Daniel Libreros Caicedo, docente de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Director del Centro de Pensamiento de Política Fiscal, Universidad Nacional de Colombia. Es militante del Movimiento Ecosocialista.

Publicado en Correspondencia de prensa, 24/11/2021

Notas

  1. Desde 1981 Paul Volker quien fuera presidente de la Reserva Federal y quien jugó un papel de primer orden en el rediseño del sistema financiero internacional escogió a Jackson Hole, un pueblo situado en el Estado de Wyoming, para realizar reuniones de diagnóstico y propuestas de ‘política monetaria’ por su afición a la pesca. Cada año, y en secuencia que se repite cerca a la finalización de la estación de verano en el hemisferio norte, banqueros centrales, ministros de Finanzas y académicos acuden a ese lugar a presentar sus planteamientos. Durante los dos últimos años y obligados por la pandemia del Covid 19 las sesiones han sido virtuales. Por razones obvias el gerente de la FED, actualmente Jeremy Powel, protagoniza las discusiones. En la última realizada entre el 23 y el 25 de agosto del año en curso los grandes inversionistas financieros se encontraban en “estado de alerta” por un posible anuncio de Powel de frenar la llamada “flexibilización cuantitativa” (compra masiva de títulos de deuda pública) y un alza en las tasas de interés como respuesta al incremento internacional de la inflación. ↩
  2. Esta política monetaria expansiva ya la venían aplicando los bancos centrales de las economías más importantes del mundo, el Banco Central Europeo, el de Japón y el de China, y al igual que la FED la profundizaron inclusive durante la pandemia del Covid 19. ↩
  3. “La pandemia de COVID-19 representa una “doble crisis” para los más pobres”, Noticias ONU, 17 octubre 2020, en https://news.un.org/es/story/2020/10/1482552 ↩
  4. Daniel Munévar, “ Sleep now in the Fire , Sovereing bonds and the Covid-19 debt crisis”, Eurodad, 26 de mayo del 2021: https://www.eurodad.org/sovereign_bonds_covid19 ↩
  5. Ibid. ↩
  6. Para el caso de América Latina, “Mientras que, en el año 2019, la deuda pública representaba 68,9 % del PIB de la región, al cierre del año pasado se alcanzaron niveles de 79,3 % del PIB regional, es decir, más de diez puntos porcentuales, de acuerdo con las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI)…”. La deuda pública de América Latina llegó a 79 % del PIB de la región el año pasado…”, Diario La República, 1 de marzo del 2021, en https://www.larepublica.co/globoeconomia/deuda-publica-de-latinoamerica-represento-79-del-pib-de-la-region-durante-el-2020-3132452. La deuda pública total en Colombia, según las estadísticas del Ministerio de Hacienda, ascendió en mayo de este año al 63 % del PIB, una cifra equivalente a $668 billones, lo que significó un crecimiento del 14 % frente al monto reportado en mayo de 2020. “Deuda interna del Gobierno colombiano llega a 61 % del PIB en mayo”, Forbes portal web, 22 de junio del 2021, en https://forbes.co/2021/06/22/economia-y-finanzas/deuda-interna-del-gobierno-colombiano-llega-a-61-del-pib-en-mayo/ ↩
  7. “Por consiguiente, en la proporción en que se desarrolla la capacidad productiva del trabajo, nos encontramos con que el valor de la materia prima forma una parte integrante cada vez mayor del valor del producto- mercancía (..) porque en cada parte alícuota del producto total van reduciéndose constantemente la parte que repone el desgaste de la maquinaria y la que constituye el trabajo aña¬dido. Y como resultado de esta curva descendente aumenta relativamente la otra parte del valor que forma la materia prima, siempre y cuando que este aumento no se vea contrarrestado por la correspondiente disminución de valor de la materia prima, derivada de la creciente productividad del trabajo empleado en su propia producción, Carlos Marx, “El Capital – Tomo 1”, citado por Ernest Mandel en ”El Capitalismo Tardío”, Ediciones Era, México, 1972, p. 28. ↩
  8. El inicio de la “sustitución de importaciones” en América Latina estuvo acompañado de transformaciones en los regímenes políticos. Los gobiernos de corte populista que surgieron en México, Brasil y Argentina apoyados en movimientos de masas estatizaron los ingresos de la exportación, lo que posibilitó una ampliación de la capacidad del Estado para incidir en la formación bruta de capital, para subsidiar a las empresas y para elevar los salarios y mejorar el nivel de vida de los trabajadores integrando a las organizaciones sindicales al funcionamiento estatal. En Colombia, por el contrario, la transformación sustitutiva dejó en manos de la Federación de Cafeteros la renta exportadora. La llamada “revolución en marcha” de López Pumarejo respetó el “estatus quo” anterior, el concordato y el latifundio. El mito de la reforma agraria codificada en la ley 200 de 1936 carece de fundamento. El análisis documentado y reconocido de Catherine Legrand lo desnuda: “La Ley de Tierras atacó la confusión legal entre dominio público y privado, en la cual se habían originado los conflictos. Pero no condujo a la realización de una nueva política agraria, sino más bien a lo contrario. Es cierto que al adoptar el concepto de la función social de la propiedad, la Ley 200 buscaba estimular la explotación de la tierra. Pero la ley era opuesta a la desintegración de los latifundios, clave de la reforma agraria. No abocó el problema de la desigualdad en la distribución de la propiedad territorial en Colombia. Tampoco impidió la Ley 200 la continua apropiación de baldíos en las regiones de frontera. Conscientes de la realidad histórica de la usurpación de baldíos, los legisladores sin embargo parecen haber estado ciegos frente a ese proceso continuo…” “Colonización y Protesta campesina en Colombia-1850-1950”, Universidad Nacional, Bogotá, p. 203. ↩
  9. “Theotonio dos Santos calcula que para el periodo 1946-1968 hubo una salida de 15 mil millones de dólares de América Latina a Estados Unidos en la forma de dividendos, intereses, etcétera, sobre inversiones de capital extranjero. El nuevo capital realmente exportado de Estados Unidos a América Latina sumó sólo 5 mil 500 millones de dólares neto y fue, por tanto, mucho menor que el drenaje de plusvalía…”, Citado en Ernest Mandel, Ibidem, p. 30. ↩
  10. Gabriel Misas Arango, “La Ruptura de los Noventa,”, Universidad Nacional –sede Bogotá, mayo de 2002, en http://www.fce.unal.edu.co/media/files/CentroEditorial/catalogo/Libros_Digitalizados/L_rup-tura-90.pdf  ↩
  11. Intan Suwandi, La morada oculta de la producción global, Viento Sur, 7 de marzo de 2020, en https://vientosur.info/la-morada-oculta-de-la-produccion-global/. Sobre el tema John Foster constata: “Los costos laborales unitarios en India en 2014 fueron del 37 por ciento del nivel de EE. UU., mientras que los de China y México fueron del 46 y 43 por ciento, respectivamente. Indonesia fue mayor con costos laborales unitarios al 62 por: https://monthlyreview.org/2020/06/01/covid-19-and-catastrophe-capitalism/ ↩
  12. “Integración Financiera subordinada y Efecto de la crisis pandémica en Colombia” , Manuel Martínez Presentación – resumen de tesis como Estudiante, PHD en Desarrollo económico UNICAP (Brasil) y ELADES -CEPAL (Chile), julio de 2021. ↩
  13. Más de 1000 muertos en el derrumbe en Bangladés, Radio Canadá internacional, 10 de mayo de 2013, https://www.rcinet.ca/es/2013/05/10/mas-de-1000-muertos-en-el-derrumbe-en-bangladeh-encuentran-una-sobreviviente/ ↩
  14. “Mueren al menos 25 trabajadores en un taller textil clandestino en Marruecos”, https://www.rcnradio.com/internacional/mueren-al-menos-25-trabajadores-en-un-taller-textil-clandestino-en-marruecos ↩
  15. “Las Maquiladoras de Ciudad Juárez van cesando su actividad a golpe de muertos”. El País digital, 23 de abril de 2020, en https://elpais.com/internacional/2020-04-23/las-maquiladoras-de-ciudad-juarez-van-cesando-su-actividad-a-golpe-de-muertos.htm ↩
  16. “Una mujer es asesinada cada dos horas en América Latina por el hecho de ser mujer”, France-24 en https://www.france24.com/es/20200303-dia-de-la-mujer-feminicidios-latinoamericano-violencia-genero ↩
  17. “Que ser mujer no nos cueste la vida”, Portal Radiónica en https://www.radionica.rocks/analisis/panorama-feminicidios-colombia ↩
  18. “Los Perseguidos LGBTI, El País, Madrid 25 de Marzo del 2019, en https://elpais.com/elpais/2019/03/25/planeta_futuro/1553517984_827632.htm ↩
  19.  John Belamy Foster y Intan Suwandi, “COVID-19 y el capitalismo catastrófico. Cadenas de pro­ductos básicos y crisis ecológica-epidemiológica-económica”, Monthly Review, 1 de junio de 2020, en https://monthlyreview.org/2020/06/01/covid-19-and-catastrophe-capitalism/Foster es un reconocido ecologista-marxista que ha recuperado para los debates actuales sobre crisis ambiental el pensamiento ecológico en Marx y Engels. Para ello, ha venido resca­tando el sesgo interpretativo que Marx definió como la “fractura metabólica entre sociedad y naturaleza”, partiendo del papel del proceso de trabajo en su relación con la naturaleza, el cual constituye “la relación metabólica entre la humanidad y la naturaleza”. “Este metabolismo necesariamente tomó una forma mediada socialmente, abarcando las condiciones orgánicas comunes a toda vida, pero también tomando un carácter claramente humano-histórico a través de la producción. (…) “el rompimiento del ciclo de la tierra en la agricultura capitalista industrializada constituía nada menos que “una fractura” en la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza …”. Recuerda Foster que mientras Marx estudiaba el problema de la renta de la tierra leyó autores que ya venían analizando las consecuencias de la agricultu­ra industrial y que fue impactado por la obra de Justus von Liebig (su reflexión teórica es más importante que la de todos los economistas juntos, le alcanzó a escribir a Engels), quien en su obra mayor “Química orgánica y su aplicación a la agricultura y a la fisiología” “había diagnosti­cado que el problema se debía al agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos nutrientes esenciales de la tierra iban a parar a las ciudades cada vez más pobladas, donde contribuían a la contaminación urbana…”. La universalización de esa “fractura metabólica entre sociedad y naturaleza, según Marx, hace parte del “metabolismo universal de la naturaleza”, asociándola al “vasto ámbito natural en el que surgió la sociedad humana, y en el que existía necesariamente…”, constituye “la condición universal para la interacción entre la naturaleza y el hombre, y como tal, una condición natu­ral de la vida humana”. La humanidad, a través de su producción, “extrae” sus valores de uso naturales de este “metabolismo universal de la naturaleza”, al mismo tiempo “insuflando una [nueva ↩
  20. John Belamy Foster y Intan Suwandi citan a Eric Holt-Giménez autor del libro referenciado en “A Foodie’s Guide to Capitalism”, en https://foodfirst.org/a-foodies-guide-to-capitalism-understanding-the-political-economy-of-what-we-eat/ ↩
  21. “La mejora genética animal hacia “razas mejoradas” ha tenido consecuencias devastadoras para los animales domésticos. “La FAO estima que al menos el 30% de las razas de animales domésticos están en grave riesgo de extinción, ello supone la desaparición de 3 razas cada 2 semanas. Especialmente grave resulta la situación de zonas donde la RG está claramente implantada: Europa representa el 75% de esa y afecta al 73% de las razas europeas, mientras que en zonas donde la RA todavía no ha llegado plenamente como en África el % baja al 7%…”, Veterinarios sin fronteras en http://www.uco.es/zootecniaygestion/img/pictorex/26_11_41_7._la_revolucion_ganadera.pdf ↩
  22. John Belamy Foster y Intan Suwandi, “COVID-19 y el capitalismo catastrófico” Ibidem. En ese mismo artículo los autores saludan el surgimiento de la escuela de interpretación de la etiología de la enfermedad llamada Structural One Health, la clave es determinar cómo las pandemias en la economía global contemporánea están conectadas a los circuitos de capital que están cambiando rápidamente las condiciones ambientales. Un equipo de científicos, incluidos Rodrick Wallace, Luis Fernando Chaves, Luke R. Bergmann, Constância Ayres, Lenny Hogerwerf, Richard Kock y Robert G. Wallace…” ↩
  23. Ibid ↩
  24. “La masa del plusvalor producido es, por tanto, igual al plusvalor que suministra la jornada laboral del obrero individual, multiplicada por el número de obreros utilizados. Pero, además, como la masa de plusvalor producido por el obrero individual estando dado el valor de la fuerza de trabajo, se determina por la tasa del plusvalor, tendremos entonces: la masa del plusvalor producido es igual a la magnitud del capital variable adelantado multiplicada por la tasa del plusvalor, o bien se determina por la razón compuesta entre el número de las fuerzas de trabajo explotadas por el mismo capitalista y el grado de explotación de cada fuerza individual de trabajo” Carl Marx, “Tasa y Masa del Plusvalor”, El Capital, Tomo 1, capítulo 9, Fondo de Cultura Económica, México, 1972. (subrayados en el original) ↩
  25. “Que es la huella ecológica”, Gobierno de México, en https://www.gob.mx/semarnat/articulos/que-es-la-huella-ecologica?idiom=es   Estadística-mente está comprobado que desde 1980 la “huella ecológica” llegó al 100 % de la superficie del planeta y que en 1999 la excedió. ↩
  26. Tomado de Alicia Valero, experta reconocida en temas energéticos en la Unión Europea en la entrevista titulada “No Encontrar lo que buscamos en las tiendas será el pan de cada día”, https://www.elcritic.cat/entrevistes/alicia-valero-no-encontrar-lo-que-buscamos-en-las-tiendas-sera-el-pan-de-cada-dia-104301.  En esa misma entrevista recuerda el tema ya reiterado de la desigualdad en el uso energético ente metrópolis y periferia: “Se estima que del 20 al 30 % de la población mundial consume el 70-80 % de los recursos extraídos cada año de la biosfera. Por tanto, es de este 20 a 30 % que el cambio debe venir, es decir, en su mayor parte, los pueblos de América del Norte, Europa y Japón. Es una condición para los países del Sur, que se enfrentan ellos también en la crisis ecológica…”. ↩
  27. M. Husson, “El capitalismo en 10 lecciones”, Editorial Caña verde, Cali, 2017, p. 64. ↩
  28. El giro hacia la producción de materias primas en los países metropolitanos que inició una nueva división internacional del trabajo coincidió con la elaboración a gran escala de materias primas sintéticas. “He aquí algunas cifras relativas al aumento en la producción de materiales sintéticos en comparación con las materias primas naturales. La participación de la producción de fibras sintéticas en la producción mundial de textiles aumentó del 9.5 % en 1938 y el 11.5 % en 1948 al 27.6 % en 1965. El porcentaje ocupado por el hule sintético en la producción mundial total de hule natural y sintético aumentó de 6.4 % en 1938 al 25.9 % en 1948 y al 56 % en 1965”. Véase Paul Bairoch, Diagnostic de l’évolution économique du Tiers-Monde, 1900-1966, París, 1967, p. 165. La producción de plásticos en el mundo capitalista se elevó de 2 millones de toneladas en 1953 a 13 millones de toneladas en 1965: más del total de la producción mundial de metales no ferrosos. Bairoch también informa de una economía mucho mayor en el consumo de materias primas (menor cantidad de materia prima empleada para obtener la misma cantidad de producto final) como resultado del progreso técnico…” Ernest Mandel, “El capitalismo Tardío”, Ibidem, p. 162. ↩
  29. Antonio Turiel, “Las consecuencias del pico del petróleo se nos echan encima”, en https://www.elperiodico.com/es/entre-todos/20210111/antonio-turiel-consecuencias-pico-petroleo-11434959 ↩
  30. El Economista.com, “Un ex/director de Blackrock califica la Inversión sostenible de peligroso placebo para la opinión pública”., en https://www.eleconomista.es/mercados-cotizaciones/noticias/11369722/08/21/Un-ex-director-de-Blackrock-califica-la-inversion-sostenible-de-peligroso-placebo-para-el-interes-publico.html ↩

Estado, partido y estrategia en el actual periodo histórico

<Fuente: Democracia Socialista>

Pese a ser un colectivo político joven, Democracia Socialista fue protagonista de varios debates en el seno de la izquierda. Esto responde, en parte, al tipo de actividad que nos propusimos. Consideramos que transitamos un periodo histórico que le exige a la izquierda revolucionaria encarar un proceso de rearme teórico y estratégico. Con esa tarea en mente, intentamos realizar una modesta contribución al debate local: formulando un balance autocritico de la «izquierda social» de la que provenimos, criticando los rasgos sectarios y dogmáticos que reconocemos en la izquierda política de nuestro país, traduciendo e introduciendo autorxs marxistas contemporáneos que se conocen poco y mal en nuestro medio (Ernest Mandel, Daniel Bensaïd, Michael Lowy, Antoine Artous, entre otrxs). Esta actividad teórica o ideológica se desarrolló en paralelo a nuestra actividad práctica, ya sea en diferentes trabajos de base o en la participación en las últimas elecciones. Nuestra actividad ha tenido una buena acogida por parte de colectivos militantes, activistas y referentes políticxs, tanto en nuestro país, como en el  exterior. Mayormente ha suscitado debates productivos y nos permitió estrechar vínculos militantes duraderos. Sin embargo – y como era de esperarse – hemos recibido también ataques y polémicas que nos obligan, antes que a un debate honesto,  a clarificar lo que pensamos, despejando malas interpretaciones y acusaciones abusivas. Como es habitual en el tipo de literatura sectaria, unx tiene que aclarar expresiones que se le atribuyen abusivamente o rechazar forzadas adjetivaciones. Así, por ejemplo, el PTS rechazó nuestras propuestas electorales (y las de Pueblo en Marcha) hacia el FIT afirmando su rechazo a frentes con corrientes frentepopulistas, reformistas, pequeñoburguesas o populistas[1], así como otrxs nos han acusado de reproducir los «argumentos del partido Comunista argentino en los 1970»[2],  o de adscribir a un reformismo «poulantziano» que pretende «mejorar el Estado» (!) y buscar una «vía pacífica» al socialismo[3]. Aprovechemos estos señalamientos críticos para clarificar nuestras opiniones sobre la estrategia socialista, el Estado y las tareas de la izquierda revolucionaria en el actual periodo histórico.
Nuevo periodo histórico
Nuestra orientación estratégica debe partir de la especificidad del período histórico que transitamos. Debemos constatar que el nuevo siglo es correlativo al fin de todo un ciclo histórico y político del movimiento obrero: la desarticulación del “campo socialista” constituyó el epílogo de una derrota de alcance histórico que sufrió la clase trabajadora en las últimas décadas del siglo XX. Este episodio cerró una etapa completa de la lucha de clases, aquella correspondiente a lo que lxs historiadorxs denominan “corto siglo XX” iniciado con la guerra mundial y la revolución de Octubre. Los grandes enunciados estratégicos de la tradición marxista datan del periodo de formación de este ciclo histórico,  anterior a la Primera Guerra Mundial: el «análisis del imperialismo (Hilferding, Bauer, Rosa Luxemburgo, Lenin, Parvus, Trotsky, Bujarin), de la cuestión nacional (Rosa Luxemburgo de nuevo, Lenin, Bauer, Ber Borokov, Pannekoek, Strasser), de las relaciones partidos-sindicatos y del parlamentarismo (Rosa Luxemburgo, Sorel, Jaurés, Nieuwenhuis, Lenin), de la estrategia y los caminos del poder (Bernstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky).»[4]
A este periodo inicial, previo a la primera gran guerra, hay que agregar la etapa de tres décadas de guerras y revoluciones que se inicia con Octubre y culmina en la conquista del poder por la revolución china de 1948, la cual condensa lo que podemos denominar las dos hipótesis estratégicas del siglo XX, la huelga general insurreccional (el “modelo” ruso de 1917) y la guerra popular prolongada (el “modelo” chino de guerra de guerrillas y de dualidad territorial de poderes). Las experiencias posteriores pueden, en buena medida, ser analizadas a partir de estos dos parámetros – desde las luchas de guerrilla de los movimientos de liberación nacional hasta las insurrecciones urbanas. Ejemplos como los de las revoluciones cubana y nicaragüense, en 1959 y 1979, muestran que las dos hipótesis pueden combinarse.
A su vez, la suerte de las experiencias revolucionarias pasadas obliga a volverse también sobre los peligros que afectan desde dentro a las aspiraciones emancipatorias. Extraer las lecciones del siglo XX, exige poner en primer plano algunas cuestiones subestimadas por lxs pionerxs del socialismo: los “peligros profesionales del poder”, la cuestión de la democracia y la importancia del pluralismo político; la autonomía de los movimientos sociales respecto al Estado y los partidos; la combinación de la ciudadanía social y la ciudadanía política.
El mundo ha cambiado y mucho desde que escribieron y vivieron lxs clásicxs del socialismo (Marx, Engels, Lenin, Trotsky, etc.). Pretender que eso no afecte de modo decisivo nuestras coordenadas teóricas y estratégicas no es más que un gesto de dogmatismo teórico, conservadorismo político y  pereza intelectual.
Orfandad estratégica
Desde la entrada de lxs sandinistas a Managua, hace casi cuarenta años, que vivimos en un mundo sin triunfos revolucionarios. A su vez, nunca hemos presenciado revoluciones socialistas en democracias consolidadas o Estados «hegemónicos». Es evidente, en este punto, la necesidad de reconocer una cierta «orfandad estratégica». No tenemos por el momento una hipótesis revolucionaria equivalente a la huelga general insurreccional de Octubre o a la guerra popular de la Revolución China.
Atravesamos entonces un nuevo periodo histórico que obliga a un trabajo de redefinición programática y estratégica. Esto no significa que haya que hacer tabula rasa con el pasado o que no haya lecciones duraderas de las experiencias revolucionarias del siglo XX. En particular, un punto común decisivo entre ayer y hoy sigue siendo la imposibilidad de fundar una estrategia de cuestionamiento del sistema capitalista en base a una estrategia parlamentaria. Las lecciones de todas las experiencias revolucionarias confirman la necesidad de destruir el aparato de represión de las clases dominantes. Y nosotrxs entendemos por ello al núcleo duro del Estado –ejército, policía, justicia, aparato administrativo central –, incluso en el caso de que esas instituciones pueden fragmentarse y dividirse bajo la presión de los acontecimientos revolucionarios (por ejemplo, con comités o consejos de soldados). Sin una movilización social revolucionaria que rompa la columna vertebral de la dominación capitalista –el Estado– y que substituya la propiedad capitalista por la apropiación pública y social, los mecanismos de producción y de reproducción del capital continuarán dominando.
Este enfoque mantiene una de nuestras diferencias fundamentales con el reformismo. Una transformación radical de la sociedad no puede hacerse dentro del cuadro de las instituciones burguesas, manteniendo confianza en las elecciones parlamentarias por una acumulación radical de reformas y de conquistas de posiciones. No pensamos –a diferencia de ciertas tesis austro-marxistas, “eurocomunistas” o “reformistas de izquierda”– que se pueda conquistar el poder combinando simplemente “poder popular” y “conquista gradual de una mayoría electoral”. La toma del poder político necesita desembarazarse de las viejas instituciones y construir otras nuevas. Esto, a decir verdad, nos parece elemental y no nos parece necesario repetirlo a fin de cada párrafo.
Esta estrategia no excluye la formación, en una cierta etapa, de «gobiernos de izquierda». Un gobierno en el marco de un Estado burgués no es necesariamente un gobierno de la burguesía. Por eso vale la pena valorar la hipótesis de que un «gobierno de izquierda», en el marco de un Estado capitalista, pueda cumplir un rol progresivo, llegando eventualmente a ser el inicio de rupturas más decisivas con el capitalismo. Esta idea, en rigor, no es ninguna novedad «posmoderna»: es la hipótesis que empezaron a valorar lxs revolucionarixs de los años veinte (en el 3er y 4to congreso de la Internacional Comunista), ante el reflujo del ciclo insurreccional de 1917-1921, y que Trotsky denominó como el posible «inicio parlamentario de la dictadura del proletariado». Esta hipótesis nos parece plausible, sobre todo en los países de lo que Gramsci denominaba «Occidente» (hoy día, casi todos los países capitalistas del mundo) donde «la existencia del Estado parlamentario constituye el cuadro formal de todos los otros mecanismos ideológicos de la clase dirigente», como escribe Perry Anderson.
En ese sentido Ernest Mandel intentará perfilar una tipología de las revoluciones futuras, en las notas de su libro El capitalismo tardío: “La tipología futura de las revoluciones socialistas en los Estados fuertemente industrializados es muy probable que se parezca más a las crisis revolucionarias de España de los años 30, de Francia de 1936 y 1968, de Italia en 1948 y 1966-70, de Bélgica en 1960-61 que a las crisis de hundimiento tras la Primera Guerra Mundial”. Mandel distinguía las crisis de desfondamiento (posteriores a la guerra de 14 por ejemplo) y las crisis revolucionarias que se desarrollan con un debilitamiento más lento del Estado.
Creemos que la noción de crisis revolucionaria, como momento inevitable en la lucha por el poder, sigue siendo un elemento clave; y ligado a esto, la noción de «doble poder» mantiene pertinencia a condición de no concebir la emergencia de este nuevo poder en pura exterioridad al existente. En efecto, así como no es realista pensar que la superación del capitalismo pueda evitar la confrontación violenta con el Estado existente, del mismo modo es implausible que las nuevas formas de poder que emerjan se desarrollen en total exterioridad en relación a las instituciones políticas del «estado parlamentario». Incluso la construcción de un nuevo Estado posterior a una ruptura revolucionaria, una democracia socialista autogestionaria, no supone una ruptura completa con los aspectos más avanzados de las instituciones representativas actualmente existente (y que fueron, más allá de sus límites, conquistas populares productos de movimientos de masas a los largo de la historia). Los derechos civiles, el Estado de derecho, el multipartidismo, las asambleas legislativas representativas (como la asamblea constituyente de la revolución rusa y de los debates entre Lenin y Rosa), son parte fundamental de un nuevo Estado que no puede simplemente empezar a disolverse en el «momento en que estatiza los medios de producción» ni puede reducirse a una gran asamblea de asambleas basadas en la «democracia directa».
No podemos prever cómo serán las formas futuras de un proceso revolucionario. En la emergencia de nueva formas de poder popular, el acento prioritario debe, por supuesto, estar puesto sobre la movilización y la autoorganización. Esto, para nosotrxs, es elemental. Y si las corrientes sectarias fueran lectoras más atentas, podríamos evitar repetir lo obvio y enfocarnos en los problemas serios que afrontamos lxs revolucionarixs en el actual periodo. Pero esto no quita que haya disputas a dar al interior del Estado actualmente existente, lo que incluye la posibilidad de que un “gobierno de izquierda”, conquistado electoralmente, juegue un rol progresivo en la acumulación revolucionaria.
Ante esta situación las lecciones de la historia son inapelables: cuando se forma un gobierno que es portador de las aspiraciones y las reivindicaciones del mundo del trabajo, no hay más que tres escenarios posibles: o bien este gobierno estimula la movilización social y se apoya sobre ella para asumir la prueba de fuerza inevitable con el capitalismo internacional y los órganos estatales de las clases dominantes; o bien es derribado por la reacción (como el gobierno de la Unidad Popular en Chile, en 1973); o bien se alinea con lo que es aceptable por el Capital y traiciona a aquellos a los que representa (como el gobierno de Syriza en Grecia).
Todas las experiencias de radicalización social y política de las últimas décadas (la UP de Allende, la Revolución de los Claveles en Portugal, la Venezuela bolivariana, incluso la breve experiencia de Syriza antes de la capitulación) sugieren – de manera incompleta y aproximativa – los contornos de lo que puede ser una ruptura revolucionaria en el actual periodo histórico.
El Estado como «campo estratégico de disputa»
La idea de que la lucha revolucionaria incluye explotar las contradicciones internas del Estado capitalista suele asociarse al pensamiento de Nicos Poulantzas y a la estrategia que él denominó «vía democrática al socialismo». Esto exige alguna clarificaciones.
Dice Poulantzas: “Una lucha interna dentro del Estado, no simplemente en el sentido de una lucha encerrada en el espacio físico del Estado, sino de una lucha situada en el terreno del campo estratégico que es el Estado, lucha que no trata de sustituir el Estado burgués por el Estado obrero a base de acumular reformas, de tomar uno a uno los aparatos del Estado burgués y conquistar así el poder, sino una lucha que es, si quieres, una lucha de resistencia, una lucha de acentuación de las contradicciones internas del Estado, de transformación profunda del Estado; Y al mismo tiempo, una lucha paralela, una lucha fuera de los aparatos y las instituciones, engendrando toda una serie de dispositivos, de redes, de poderes populares de base, de estructuras de democracia directa de base, lucha que, aquí también, no puede estar dirigida a la centralización de un contra-Estado del tipo de doble poder, sino que debe articularse con la primera” (Poulantzas, 1977).
A pesar de ciertas lecturas apresuradas, la concepción de Poulantzas, más allá de ciertas limitaciones,  es irreductible a cualquier «vía pacífica» o exclusivamente electoral al socialismo. El autor griego (analizando los procesos de salida de las dictaduras de los países del sur de Europa, así como la experiencia de Allende en Chile) percibe la posibilidad de un acceso electoral al gobierno que preceda a los choques revolucionarios, no que los reemplace. Este es el caso, por ejemplo, de la UP chilena. Lejos de cualquier «vía pacífica», el acceso electoral al gobierno por parte de Allende fue el punto de inicio de dos años de golpes revolucionarios y contra-revolucionarios, que incluyeron la acumulación político-militar por parte de sectores de la izquierda revolucionaria que defendían el gobierno (como fue el caso del MIR). Hasta aquí nuestro acuerdo con el pensamiento y la propuesta estratégica de Nicos Poulantzas.
Sin embargo, que no pueda ser reducido a un vulgar parlamentarismo no quita que la teorización de Poulantzas contiene algunas ambigüedades o limitaciones que lo exponen a subestimar la necesidad de una ruptura decisiva con el Estado capitalista. Una confrontación seria con el pensamiento de Poulantzas, uno de los puntos más altos de la teorización marxista del Estado, excede a las posibilidades de este texto. Establezcamos, sin embargo, algunas consideraciones que van directo a nuestros problemas estratégicos.
Si es difícil imaginar procesos importantes de transformación sin rupturas significativas en el seno de las instituciones políticas actualmente existentes, esto no significa, como afirmamos más arriba, soslayar la polarización propia de la dinámica del doble poder. Éste último debe entenderse en el sentido general de batallas entre dos centros de decisión política bajo formas diversas, y no la simple oposición ente un poder popular, estructurado por la base y exterior al Estado, y el poder político-institucional. En el pensamiento de Poulantzas pareciera que la estrategia revolucionaria se bifurcara en dos líneas paralelas, que no se cruzan sino bajo la figura de la presión de uno sobre otro. «Lo que puede muy bien traducirse en la práctica en un compromiso entre el “abajo” y el “arriba”, o dicho de otro modo, por un vulgar lobby del primero sobre el segundo, que quedaría intacto«[5] (el subrayado es nuestro).
Más en general, la conocida fórmula de Poulantzas sobre el Estado como «condensación material de relaciones de fuerza entre las clases y fracciones de clase» es un punto de ruptura con una visión instrumental del Estado. Pero a su vez corre el peligro de soslayar el lugar integrante del Estado mismo en estas relaciones de fuerza y el rol desigual, asimétrico, que las clases traban con él.  El carácter de clase del Estado capitalista, pone siempre un límite a las posiciones que pueden conquistarse a su interior. Poulantzas es consciente de esto pero cierta imprecisión de sus fórmulas y definiciones abre un terreno de ambigüedad al respecto.
En términos estratégicos, esta comprensión del Estado nos lleva a que sea conveniente, tal vez, hablar de una “preparación democrática de la ruptura” antes que de una “ruptura democrática con el capitalismo”. La idea de preparación democrática de la ruptura socialista implica una discusión (esbozada más arriba) tanto con las estrategias puramente duales como con las ingenuamente institucionales. Frente a las estrategias puramente duales (que desconocen el rol del Estado en los procesos de acumulación de fuerzas de la clase trabajadora) vindicamos la necesidad de trabajar en el seno de la forma política estatal y la democracia representativa (sin relegar la tarea de construir, por fuera del Estado, órganos propios y prefigurativos de la clase), durante todo un largo período, que genere condiciones para una ruptura socialista. Esto de ninguna manera implica descartar la necesidad de choques insurreccionales o confrontaciones violentas con el núcleo del Estado burgués. Frente a las visiones ingenuamente institucionales, que desconocen la necesidad de la ruptura con el Estado capitalista y su aparato represivo, no vemos la posibilidad de construir el socialismo por una simple acumulación de reformas parlamentarias (ni siquiera si vienen combinadas con el “poder popular” organizado desde abajo). Si las estrategias puramente duales fracasan a la hora de medirse con Estados hegemónicos, con fuertes capacidades de integrar el conflicto de clases; las estrategias ingenuamente institucionales tienden a desconocer las limitaciones estructurales de los Estados capitalistas, que a mediano o largo plazo constriñen sus posibilidades de acción y fuerzan retrocesos, agotamientos y crisis.
La construcción partidaria en la actualidad
Hemos sostenido en otros trabajos la necesidad de afrontar un balance crítico de las formas organizativas heredadas de la «izquierda independiente» y la necesidad de recuperar en una clave democrática a la forma-partido[6]. Contra la proliferación de micro-caudillismos propia de la denominada «nueva izquierda», creemos que la recuperación de la forma partido no solo apunta a una mayor eficacia sino que también tiene un valor anti-burocrático. En otros trabajos hemos explicado nuestra interpretación de la teoría marxista del partido, donde señalamos la complementariedad entre la construcción de organizaciones de cuadrxs y la de partidos amplios, movimientos anticapitalistas o reagrupamientos que van más allá de la simple unidad de lxs revolucionarixs marxistas[7]. Retomemos aquí algunas precisiones.
La historia del movimiento obrero pone en evidencia con claridad que los partidos revolucionarios de masas no son el producto de un proceso lineal de crecimiento gradual a partir de una pequeña liga de militantes marxistas. Los partidos revolucionarios solo surgen como consecuencia de puntos de ruptura y saltos cualitativos. Y en este punto las experiencias son heterogéneas.
Hay casos en los que constituye un avance una confluencia de un espectro amplio de fuerzas sobre una base anticapitalista,  en torno a un programa que no sea totalmente marxista revolucionario. Este es el caso, por ejemplo, del PSOL en Brasil, el SSP en Escocia, el NPA francés en sus orígenes o el Bloco de Esquerdas en Portugal, para dar algunos ejemplos.
Un segundo ejemplo posible son las experiencias de reagrupamiento dirigidos por sectores provenientes del «reformismo de izquierda», pero que no son la expresión de un aparato burocrático cristalizado (como en el caso de la vieja social-democracia, del estalinismo o de la burocracia sindical), sino que conquistan un peso de masas empujados por la rapidez de los acontecimientos, en una coyuntura de crisis social y política. Son los ejemplos de Syriza y Podemos. Esta falta de estructuración burocrática suscita un proceso organizativo (caótico,  militante, por abajo) que presiona sobre su dirección a la vez que le permite a las corrientes radicales ganar posiciones en su interior. Izquierda Anticapitalista (hoy movimiento Anticapitalistas, sección española de la Cuarta Internacional), tenía alrededor de 500 militantes al momento de lanzar Podemos junto al círculo de Pablo Iglesias. Hoy no solo creció cuantitativamente sino cualitativamente en una experiencia con pocos paralelos en la historia de la izquierda revolucionaria europea: dos años después esta corriente cuenta con varixs referentes populares con llegada de masas (Teresa Rodriguez, Miguel Urbán), ganaron la alcaldía de una capital de provincia (Cádiz), dirige regiones enteras de un partido de masas como Podemos (Andalucía, principalmente, pero mantiene un peso decisivo en otras comunidades, como Catalunya y Madrid, entre otras) y está en el centro de los procesos organizativos y en contacto permanente con miles de militantes que surgen a la lucha, consolidándose como una referencia política inevitable entre la vanguardia y las masas[8].
Otra hipótesis para la construcción partidaria se abre cuando un sector importante de la izquierda de la burocracia sindical, con sólida inserción en la base, rompe con los partidos burgueses y se propone lanzar un nuevo partido, quizá con un programa explícitamente reformista. Colocada frente a esta situación, una organización revolucionaria tendría que considerar seriamente integrarse a ese partido desde el comienzo y dar una batalla por su orientación o por influenciar sectores relevantes del movimiento obrero. Esto es justamente lo que ocurrió, por ejemplo, en Brasil en los últimos años de la dictadura y lo que dio nacimiento al PT. Y esa es la razón por la cual, treinta años después, las corrientes revolucionarias que tienen un desarrollo serio en la realidad brasilera son las que participaron de la construcción del PT. El contraejemplo es el PCO, la corriente hermana del PO, que se distanció tempranamente de esa experiencia organizativa del movimiento obrero brasilero y nunca superó el estadio de un pequeño círculo de propaganda[9].
Un cuarto ejemplo lo constituyen las «nuevas socialdemocracias» anglosajonas, como Corbyn y Bernie Sanders en Inglaterra y EEUU. Estos dos fenómenos muestran que los procesos de radicalización pueden adquirir formas y expresiones inesperadas frente a las que debemos mostrarnos sensibles.
Esta tipología no pretende ser exhaustiva, sino mostrar la heterogeneidad de hipótesis y posibilidades de recomposición organizativa de la izquierda revolucionaria. La vocación de construcción en amplitud no va en desmedro de los acercamientos en el seno de la izquierda revolucionaria, siempre y cuando no sean un freno para las experiencias amplias de reagrupamiento, sino que se contemplen en el marco y en función de ellas.
Esta apertura hacia el reagrupamiento no solo responde a conclusiones de método sobre las formas de «construir el partido», sino que depende, de manera crucial, de las circunstancias históricas que hoy enfrentamos. La etapa actual, pasada la contra-revolución neoliberal y su victoria ideológica contra lo que fue denominado “socialismo real”, es de profunda fragmentación de lxs socialistas y de lucha decidida por su reorganización, lo que significa disposición al diálogo y la búsqueda de recomposición por la vía de síntesis. Nuestra estrategia global es impulsar un proceso que evaluamos que será largo y complejo, de reconstrucción del movimiento socialista sobre bases revolucionarias – en nuestro país y en el mundo-, pasando por diversas e imprevisibles fusiones y síntesis de experiencias. La apertura para eso y las políticas de unidad de lxs anticapitalistas de diferentes niveles posibles (que es mucho más que el frente único) está en el centro de nuestra concepción estratégica.
Que consideremos que en ciertas condiciones sea necesario intervenir en formaciones política en conjunto con sectores centristas o reformistas de izquierda no significa subestimar los peligros y limitaciones que afecta a este tipo de experiencias conjuntas. Poco ayuda a reconstruir la estrategia revolucionaria sobre una base no sectaria las idealizaciones o la subestimación de las dificultades (que son habituales en las corrientes oportunistas). Todos estos procesos están sometidos a marchar y contramarchas. Las claudicaciones, el transformismo de las direcciones reformistas, los procesos de burocratización inevitables, obligan a tener una evaluación equilibrada y rigurosa de estas experiencias[10]. Considerar que en ciertas circunstancias se debe intervenir en procesos o formaciones políticas que no estén del todo delimitados en términos de reforma/revolución, no significa que haya que participar en cualquier formación amplia ni que en ciertas circunstancias la delimitación y la diferenciación no sea una tarea crucial para lxs revolucionarixs. Esto es elemental. A partir de tener claro nuestra estrategia y nuestro programa, «podremos, frente a situaciones concretas y a aliados concretos, evaluar los acuerdos posibles, a riesgo de perder (un poco) en claridad si ganamos (mucho) en inserción social, en experiencia y en dinámica»[11].
Por último, es importante aclarar la diferencia crucial entre la apertura a la unidad política en el marco de reagrupamientos amplios y lo que, en la tradición del trotskismo, se denomina «entrismo». Es habitual entre corrientes sectarias la identificación de una y otra cosa[12]. El término “entrismo” aparece en los años treinta a partir de lo que se denominó “giro francés” de 1934 cuando Trotsky propone a los pequeños grupos provenientes de la Oposición de Izquierdas que se incorporen a los partidos socialistas en los que emergían corrientes de izquierdas. Aunque este “entrismo” no tenía nada de clandestino y se hizo “con la bandera desplegada”, se trataba de una táctica de corto plazo, con un carácter exterior y conspirativo. No se proponía la construcción leal de un partido, lo que podría significar fortalecer sus alas izquierdas, dar una disputa por su dirección o postergan hacia momentos de confrontaciones decisivas las delimitaciones y rupturas. Se trataba de una táctica orientada a convencer a militantes de un partido de masas sobre la necesidad de romper con él y construir una organización independiente.[13] La táctica del entrismo a menudo se considera como el origen de las prácticas maniobreras que caracterizan a algunas organizaciones trotskistas.
A diferencia de una táctica «entrista», nuestra propuesta se basa en la disposición leal a construir, con perspectivas de mediano y largo plazo, marcos de reagrupamientos con diferentes niveles de amplitud. De hecho, en un movimiento obrero medianamente democrático, la noción misma de “entrismo” no tiene lugar ni sentido. Antes de 1914 existían corrientes revolucionarias en las organizaciones reformistas, tal como fueron las alas izquierda de la socialdemocracia europea que luego conformarían la Tercera Internacional. Su combate estaba enfocado en el «gran día», y a nadie se le habría ocurrido entonces hablar de entrismo a ese respecto. Lo mismo puede decirse de la participación de Marx y sus seguidorxs en la Asociación Internacional de los Trabajadores, donde convivían una multiplicidad de grupos y corrientes (libertarios, sindicalistas, mutualistas, comunistas). Sería absurdo pensar que Marx intervino allí con el objeto de «llevarse al sector más progresivo» hacia una organización que se ajustara a sus propias ideas, aún si con el tiempo las delimitaciones y las rupturas fueran inevitables. Si bien el «entrismo» puede ser necesario, en contextos muy precisos, de clandestinidad o marginalidad por ejemplo, sin embargo está muy lejos del tipo de concepción de la construcción partidaria que intentamos desarrollar en este texto.
Partido y organizaciones de base
En un texto reciente[14], lxs compañerxs de Organización Política La Caldera realizan un juicio sumario sobre la construcción de partidos amplios o anticapitalistas. Resulta llamativo el contraste entre la rapidez, e incluso la superficialidad, con la que resuelven problemas políticos de magnitud, y el desarrollo extremadamente extensivo en términos de reconstrucción histórica.
Lxs compañerxs cometen, a nuestro criterio, dos errores fundamentales en su concepción del «Partido de Masas con Libertad de Tendencias», que, pese a los parecidos superficiales con nuestra propuesta, lxs coloca en un campo sustantivamente diferente.
Lxs compañerxs toman como referencia a los partidos comunistas de la Tercera Internacional previa a la estalinización. Es decir, aspiran a un partido de masas con dirección revolucionaria (¿quién no?). Pero el punto más relevante para la discusión no se ubica sobre este objetivo último – donde no se sitúa el centro de la polémica dentro de la izquierda marxista – sino en las tácticas y las políticas transicionales para la construcción de dicho instrumento político. Y en la amplia reconstrucción histórica en torno a los partidos comunistas de los años veinte, lo esencial se mantiene invisible ante los ojos de lxs compañerxs. Los partidos comunistas de los años veinte surgen como rupturas de las alas izquierda del socialismo europeo, que había entrado en una degeneración burocrática. Es decir, que la emergencia de estas direcciones revolucionarias que disputaban fracciones de masas es imposible de comprender si no se reconoce su pre-existencia como ala izquierda de «partidos amplios con delimitaciones estratégicas incompletas», tal  como fueron los partidos socialdemócratas de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero este es precisamente el método para la construcción del partido que lxs compañerxs rechazan a lo largo del texto.  Un ejemplo clásico es el surgimiento del Partido Comunista Francés a partir de una división en el Partido Socialista en el congreso de Tours de 1920. O lxs mismxs bolcheviques, que solo pueden comprenderse sobre la base del trabajo común en el seno del POSDR, la socialdemocracia rusa. Los ejemplos pueden multiplicarse. Solo la combinación de un trabajo de décadas del socialismo europeo (que incluyó no solo la construcción de partidos obreros de masas, sino de una amplia cultura socialista que involucraba a millones de trabajadorxs), la degeneración burocrática que se puso en evidencia con la aprobación parlamentaria de los créditos de guerra en 1914 y la enorme fuerza propulsora que ejerció la revolución de Octubre ante la mirada de millones, es que pudieron surgir estos partidos revolucionarios de masas que lxs compañerxs quisieran reproducir.
La otra gran confusión de esta propuesta es que fusiona partido de masas con organización de base. Lxs compañerxs, en términos organizativos, quieren estar a la vez en misa y en la procesión, sintetizando de manera inconsistente la concepción de partido de vanguardia con una serie de prejuicios espontaneístas o consejistas irreconciliables. Pretenden aunar el espontaneísmo desde abajo (una organización “del pueblo” y no de cuadrxs políticxs) con la exterioridad y artificialidad relativa del partido de cuadrxs. Esto lleva a la confusión entre organización de masas y de base. Toda organización política emancipatoria aspira a la masividad, la inserción en el movimiento social real y la compenetración con la vida cotidiana del pueblo. Sin embargo, eso no significa que el partido deba estar compuesto de órganos de base (sectoriales). Significa, en cambio, que lxs cuadrxs partidarixs deben insertarse en órganos de base para cumplir un rol de difusión ideológica, propulsión de la lucha y articulación política. En cambio, pretender construir un partido político que incluya instancias de base sectoriales propias (tal cosa parece ser lo que constituye al partido “de masas” para lxs compañerxs de OPLC) redunda sobre los formatos organizativos intermedios («movimientos populares», «coordinadoras de base»), visiblemente agotados en su capacidad de proyección y articulación política[15].
Esta fusión entre las organizaciones de masas de lxs trabajadorxs y la organización política da lugar, de hecho, a la forma más brutal de lo que lxs compañerxs denominan «partido-movimiento», es decir un modelo organizativo «con características movimientistas: integra a militantes con diversos niveles de politización y formación a través de su vinculación con una dirigencia ‘natural’ dentro del partido; carece de una orgánica conscientemente apropiada por el conjunto de la militancia, lo que debilita la democracia interna;  y no tiene un programa definido que integre y oriente globalmente su actividad política y social». Si durante todo este texto se tiene la sensación de que esta propuesta solo «racionaliza» lo que ya existe, dicha impresión parece verificarse en esta descripción, que puede aplicarse, con distintos matices, a la actual dinámica metodológica y organizativa de las organizaciones y movimientos que intentan unificar lo social y lo político, sobre las cuales lxs compañerxs de OPLC pretenden construir un «partido de masas».
En todo caso, sí existe un precedente de este tipo de «partido de masas» que fusiona la organización política con las organizaciones sectoriales o sindicales: no los PC de los años veinte, sino algunos partidos socialdemócratas previos, principalmente el Laborismo inglés. A diferencia de los partidos de la Internacional Comunista, que en sus tesis sobre la cuestión sindical establecían una diferencia irreductible entre la organización política y los sindicatos de masas, el Laborismo incluyó, a su interior, a los sindicatos como partes integrantes del partido. Este sería el verdadero precedente de la propuesta de la OPLC, con la diferencia elemental de que mientras el laborismo se estructuraba sobre los sindicatos de masas ingleses, que involucraban a millones de trabajadorxs, la OPLC intenta asentarse sobre algunas corrientes piqueteras de nuestro país.
Esto tiene algunas conclusiones bien directas. Como bien señalan lxs compañerxs de Izquierda Revolucionaria en su respuesta al texto[16], la propuesta no converge con la concepción leninista de una organización política (que dice defender), puesto que se desdibuja la distinción fundamental entre el partido y la clase, que está a la base de la propuesta de Lenin para la conformación de un partido de vanguardia (Bensaïd, 1987, Astarita, 1996) y, más en general, de la vindicación revolucionaria del lugar específico de la política en la lucha de clases (este es el descubrimiento maquiaveliano de Lenin, su mayor aporte a la tradición revolucionaria). En el caso donde se fusiona la organización política y la de base, la alternativa es de hierro: o bien se despolitiza lo político y se obstaculiza el dinamismo que requiere una organización política (como en el caso de muchas organizaciones de la denominada izquierda independiente), o se dirige burocráticamente a la organización social, como sucede, para continuar con la referencia, en el Laborismo inglés, donde por sobre los sindicatos y los afiliados se monta un enorme aparato burocrático de lxs dirigentes del partido, poco sometido a controles democráticos.
Reforma y revolución en la lucha de clases del siglo XXI
Este debate sobre la construcción del partido, entendido como un proceso irreductible al simple crecimiento gradual de un pequeño grupo marxista, coloca en primer plano la posibilidad de participar de formaciones políticas que no estén completamente delimitadas en términos de reforma/revolución. Esto implica una ruptura profunda, razonada y práctica con el sectarismo. Lo que está en debate es la relación que lxs revolucionarixs deben trabar con corrientes centristas, oportunistas o no marxistas o, más en general, con el reformismo.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que el reformismo es un fenómeno más amplio que los partidos reformistas organizados (socialdemócratas, populistas, nacionalistas). El reformismo –en el sentido de un fenómeno político que pretende la mejora gradual del capitalismo en lugar de la transformación revolucionaria de la sociedad– emerge de las condiciones materiales mismas de la clase trabajadora. Las condiciones a las que la clase obrera está sometida en la sociedad burguesa (particularmente, la fragmentación y la pasividad que induce el modo de producción capitalista) llevan a lxs trabajadorxs, incluso a los sectores combativos, a una profunda inseguridad sobre su capacidad para tomar el control de la sociedad. Esta falta de confianza sólo puede quebrarse por medio de prolongadas batallas de clase y a través de la intervención decidida en ellas de lxs revolucionarixs de forma organizada. La superación del reformismo no es algo que sucede de manera automática ni por medio de cambios súbitos.
La consecuencia de esto es que la diferenciación clásica entre reforma y revolución, surgida de los debates de Rosa Luxemburgo y Lenin previa a la ruptura de la II Internacional, mantiene su significación histórica e importancia crítica. Y, por lo tanto, sigue siendo una tarea estratégica fundamental para la izquierda revolucionaria ganar a la base obrera de los partidos socialdemócratas, nacionalistas o populistas. Un recurso clave para alcanzar este objetivo, surgido de los primeros congresos de la Internacional Comunista, es la táctica del Frente Único. La experiencia de la práctica común en la lucha, que pone a prueba a los diferentes sectores que intervienen en el movimiento obrero, es fundamental para ganar para una orientación revolucionaria a quienes hoy se mantienen influidos por el reformismo y sus organizaciones. A su vez, si la diferencia entre reformistas (que sólo quieren mejorar el orden establecido) y revolucionarixs (que quieren cambiarlo) no está pasada de moda, esto no quita que, sin embargo, su significado práctico merezca ser reexaminado. Es necesario comprender que la delimitación estratégica entre la reforma y la revolución no está grabada en mármol en los textos de una vez y para siempre. Ella se desplaza en función de las experiencias históricas. Depende de la lucha de clases, de la coyuntura nacional e internacional, de la formación social, de las relaciones de fuerza. La delimitación entre reformistas y revolucionarixs, entonces, es una frontera móvil, lo cual se demuestra en todas las experiencias revolucionarias del siglo XX.
«La caracterización de una organización como revolucionaria, sobre la base de su programa y de su práctica, tiene sólo un valor provisional y sujeto a confirmación. Si el deber de lxs revolucionarixs es hacer la revolución, es sólo a través de la prueba de los hechos como se puede corroborar la línea de demarcación. Incluso las organizaciones con intenciones más revolucionarias tienen sus conservadurismos y sus vacilaciones; nunca escapamos completamente a la subordinación al orden dominante que queremos derrocar»[17]. Sin ir más lejos, lxs bolcheviques tenían, hasta abril de 1917, un programa de colaboración de clases con el gobierno provisional, basado en la tesis estratégica de la “dictadura democrática de obrerxs y campesinxs” que iba a dar lugar a una república capitalista. Del mismo modo, corrientes centristas o reformistas pueden exponerse a una radicalización a la izquierda (tal como sucedió paradigmáticamente en el proceso cubano,  y en menor medida en el venezolano). Ya Trotsky en el programa de transición se refería a la posibilidad de que direcciones «estalinistas o pequeño burguesas fueran más lejos de lo que querrían» en su ruptura con la burguesía. En resumen, es tan importante mantener el criterio de diferenciación entre reformistas y revolucionarixs, como ser conscientes de que la delimitación no puede fijarse a priori sobre criterios exclusivamente ideológicos o programáticos.
Sobre las experiencias actuales: Grecia y Venezuela como pruebas para la izquierda revolucionaria
Habiendo descripto brevemente nuestras concepciones sobre el periodo histórico, la estrategia socialista y el partido (en debate con las concepciones sectarias), vale la pena poner a prueba nuestras posiciones y confrontarlas con las experiencias más avanzadas de la lucha de clases actual.
La experiencia reciente más decisiva para confrontar tesis estratégicas fue el corto primer gobierno de Syriza en Grecia. Aunque pueda parecer paradójico, quien definitivamente no verificó sus hipótesis en el caso de la claudicación de la dirección de Tsipras fueron las corrientes sectarias. Poco antes del acceso de Syriza al poder, un referente de OKDE y Antarsya afirmaba: «El apoyo a Syriza es algo inestable, no entusiasta, una táctica del “mal menor” a los ojos de la mayoría de sus seguidorxs. La conciencia social es líquida y son de esperar todavía saltos abruptos- este es el segundo pilar de nuestro enfoque«[18] (el subrayado es nuestro). Se aplica aquí un razonamiento prototípico de las corrientes sectarias: ante la defección de lxs reformistas, lxs revolucionarixs que mantuvieron una delimitación escrupulosa pueden capitalizar la nueva situación y empalmar con las masas, en el marco de una situación política inestable y de cambios bruscos (generalmente se tiene en mente los saltos abruptos que dieron lxs bolcheviques durante los sucesos de febrero-octubre del 17). Sin embargo, luego de la defección de la dirección de Tsipras, Antarsya es tanto o más impotente que antes, mientras que la reorganización de la oposición social y política al «tercer memorándum» es protagonizada por la ex Plataforma de Izquierda, que pudo capitalizar la intervención al interior de Syriza, heredar la mayor parte de sus estructuras y cuadrxs y dar nacimiento a un nuevo partido sobre bases programáticas y estratégicas superiores (la Unidad Popular). Construida solo un mes antes de las últimas elecciones, cuando el peso social del nuevo memorándum todavía no se había hecho sentir, y ante la negativa de Antarsya de acordar un frente electoral, la UP quedó a pocos miles de votos de superar el piso electoral y conquistar una bancada de aproximadamente diez diputadxs. Esta derrota parcial no niega la importancia estratégica que conlleva la construcción de lo que posiblemente sea un partido anticapitalista de masas en el seno de la que sigue siendo la lucha de clases más avanzada del continente europeo. El caso griego, contra lo que indica una mirada superficial, es un ejemplo patente de la posibilidad de reanudar los procesos organizativos sobre bases estratégicas y programáticas superiores, a partir de tener una conexión real y no sectaria con los procesos populares, evitando una actitud pasiva y abstencionista.
El otro ejemplo que podemos tomar de referencia es la experiencia bolivariana en Venezuela. Allí se puede reconstruir (con cierta facilidad en términos analíticos), tres estrategias diferentes que fueron implementadas por la izquierda revolucionaria ante el chavismo. En primer lugar, podemos señalar un tipo de análisis del proceso bolivariano y una estrategia que se funda en una idealización acrítica de su dirección, a la que se caracteriza como socialista y revolucionaria (aunque en una transición lenta hacia el socialismo). La supervivencia de un capitalismo de Estado rentístico y el actual descalabro económico (que mucho tiene que ver con la ausencia de una ruptura definitiva con la burguesía) dejan poco margen para este tipo de expectativa desmesurada en la dirección chavista (sobre todo, luego de la muerte de Chávez). Una segunda interpretación, simétricamente inversa, es la que caracterizó a este proceso como un simple “nacionalismo burgués”. Recuperando la categoría marxista de “bonapartismo”, estas corrientes consideran que gobiernos como el venezolano tienen un sentido regresivo en el largo plazo, en la medida en que – a golpes de ciertas concesiones sociales – integran a las clases subalternas al Estado y al régimen social. El supuesto implícito es que las masas están dispuestas a ir más lejos en sus reivindicaciones, pero se encuentran transitoriamente bloqueadas por sus direcciones. El correlato práctico de esta posición consiste en embestir frontalmente contra el gobierno, tratando de emular, en condiciones muy diferentes, la posición de los bolcheviques frente al Gobierno de Kerensky (“ninguna concesión al Gobierno Provisional”). Ésta es la posición de las fuerzas del FIT sobre el proceso bolivariano y, en la misma Venezuela, esta política está representada por el PSL (Partido Socialismo y Libertad) encabezado por el dirigente sindical Orlando Chirino, corriente hermana de Izquierda Socialista en nuestro país[19].
Contra el propagandismo sectario de esta posición, que les cerró la puerta de un proceso nacionalista progresivo y lxs terminó aislando de las masas, y la adaptación estratégica que instrumentaron otros sectores, nosotrxs nos identificamos con las corrientes revolucionarias que intervinieron al interior del proceso, identificando que con la «revolución bolivariana» se puso en movimiento un proceso social progresivo, que empujó la experiencia política de las masas y permitió una enorme acumulación social y política para las clases populares; pero que a la vez percibieron que era necesario mantener la autonomía organizativa y programática para apuntalar la movilización de masas independiente y prepararse para una ruptura decisiva con el Estado burgués (aún si la dirección no estaba dispuesta a hacerla). Si estos procesos no van hasta el final en su ruptura con la burguesía, inevitablemente sus gobiernos se empantanan o se convierten en rehenes de las instituciones burguesas. Haber sido parte activa de los mismos es lo que permite, cuando entran en un periodo de agotamiento, disputar a las masas pudiendo recoger sus banderas progresivas y construir nuevas alternativas. En el debate con las corrientes sectarias, los ejemplos de Grecia y Venezuela son útiles, a pesar (o en virtud) de sus dificultades y contramarchas.
A estas experiencias pueden sumarse actualmente los procesos de masas, en coyunturas de crisis menos aguda y consecuentemente considerablemente más limitados y menos radicales, que están en curso con la candidatura de Bernie Sanders en EEUU o con la conquista de la dirección del Partido Laborista en el Reino Unido por parte de Jeremy Corbyn. Como venimos diciendo, nada exime a estos procesos de grandes limitaciones, contradicciones,  contramarchas o posibles degeneraciones. Pero es necesario percibir que, por el momento, se trata de procesos enormemente progresivos, que ponen en alerta a las clases dominantes y que presagian nuevas confrontaciones sociales y políticas. El caso de Sanders, que está haciendo una campaña política con referencias a «la revolución (política) de la clase trabajadora contra la clase millonaria» y el socialismo (democrático), está teniendo un impacto ideológico de largo alcance y que posiblemente abra una nueva página en la historia de la izquierda radical norteamericana. El caso de Corbyn es diferente, porque allí está en juego efectivamente la posibilidad de disputar el gobierno de una de las principales potencias capitalistas del mundo. Su candidatura, primero, y la conquista de la dirección política del laborismo luego, está poniendo en funcionamiento un movimiento de masas que puede servir de apoyo para una mayor radicalización política. Saludablemente, las principales corrientes de la izquierda revolucionaria británica (como el SWP o la Left Unity donde intervienen lxs militantes de la Cuarta Internacional) supieron apreciar el fenómeno y están siendo parte activa de los mismos.
Los ejemplos podrían multiplicarse, ya hemos enumerado a varios: Podemos en el Estado español, el PSOL brasilero, el SSP escocés, la OPT mexicana, el HDP turco. Si uno recorre las prensas de las corrientes sectarias, podremos encontrar sin dificultad su oposición a todas estas experiencias, es decir, a todos los procesos progresivos que la izquierda revolucionaria está protagonizando en el periodo actual.
….
Democracia Socialista se propone construir una organización política revolucionaria, marxista, internacionalista, ecosocialista, feminista y por la disidencia sexual . Una izquierda revolucionaria no sectaria, una organización política caracterizada por un marxismo no dogmático, por un anticapitalismo abierto, autogestionario. Es decir, un espacio político que no existe aun en nuestra cultura política, polarizada entre las corrientes populistas vinculadas al peronismo y el troskismo de tipo sectario.
En la actual etapa, caracterizada por una avanzada generalizada de un gobierno derechista contra las clases populares, debemos poner en el centro de nuestra actividad amplias tácticas de frente único (sobre todo con los elementos combativos del kichnerismo). Esta táctica de unidad en la acción defensiva debe, a su vez, ir de la mano de la vocación de construir un campo político propio, diferenciado tanto del gobierno como de la oposición kirchnerista/peronista. Construir una alternativa política en nuestra actual etapa requiere explorar la posibilidad de empalmar con lo mejor de la militancia política que tuvo expectativas en el anterior gobierno, pero en el marco de un proyecto que supere los límites insalvables del kirchnerismo. Debemos construir una nueva representación política de las clases populares, un frente social y político de oposición al ajuste, que sea portador de un proyecto de ruptura con el capitalismo y sus instituciones.
Como militantes revolucionarixs, consideramos «indigno ocultar nuestras ideas y propósitos». Sirva para tal fin esta clarificación teórica y estratégica con nuestrxs polemistas sectarixs.
[1] Lizarrague, F., “El “Frente Único” como justificación para pelear candidaturas”. Disponible en: http://www.laizquierdadiario.com/El-Frente-Unico-como-justificacion-para-pelear-candidaturas
[2] Astarita, R., “FIT, “chavismo de izquierda” y este blog”. Disponible en: https://rolandoastarita.wordpress.com/2015/08/08/fit-chavismo-de-izquierda-y-este-blog/
[3]  Quiroga, M., “Venezuela en momentos decisivos: un balance sobre la experiencia del chavismo”. Disponible en: http://www.lacalderaop.com.ar/2016/02/venezuela-en-momentos-decisivos-un.html
[4] Bensaïd, D. “Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren”. Disponible en: http://danielbensaid.org/Teoremas-de-la-resistencia-a-los?lang=fr
[5] Bensaïd, D., “El retorno de la cuestión político-estratégica”. Disponible en: http://www.democraciasocialista.org/?p=1981
[6] Martín, F., “Hacia una reivindicación libertaria de la forma partido: Para una autocrítica de las formas organizativas de la nueva izquierda”. Disponible en: http://www.democraciasocialista.org/?p=5721
[7] Mosquera, M. y Callegari, T., “Una crítica a las ‘dos almas’ de la teoría marxista del partido”. Disponible en: http://www.democraciasocialista.org/?p=3062
[8] Otra experiencia basada en una dirección reformista, aunque con importantes particularidades dada la cuestión nacional y el carácter fuertemente represivo del Estado, es el HDP (Partido Democrático de los Pueblos) turco. Es relevante percibir cómo, en el contexto de un «estado fallido» sometido a una guerra civil, donde está en el centro del conflicto una organización político-militar – como es el PKK y la guerrilla kurda – que desarrolla una experiencia muy avanzada de auto-gobierno, aun en este caso la lucha electoral y el reagrupamiento cobran igualmente un rol central. EL HDP es una formación electoral amplia, antineoliberal, socialista democrática, que defiende los derechos de las minorías nacionales, dentro del cual intervienen, por ejemplo, elementos de la guerrilla kurda.
[9] Una experiencia reciente, con puntos de contacto con esta hipótesis de construcción partidaria, es la de la OPT mexicana, convocada por el Sindicato de Electricistas. Pero allí no se trata de un sector de izquierda de la burocracia sindical, sino de una sección tradicionalmente combativa y anti-burocrática del movimiento obrero, que se coloca como referencia para la vanguardia y encabeza el proceso de conformación de un partido de trabajadores sobre bases anticapitalistas.
[10]  Leandros Fischer, un analista de la experiencia de Syriza en Grecia, formula una buena descripción de algunas de las dificultades de los «partidos amplios» con direcciones reformistas de izquierda: «Los partidos reformistas de izquierda son organizaciones colectivas sofisticadas. Son instituciones con su propia vida interna. Las alas derechas de estos partidos son por lo general lo suficientemente inteligentes como para tomar el control de lo que los sociólogos llaman las “zonas de incertidumbre”, áreas sensibles de operación – la prensa del partido, distribución de fondos, alguna figura carismática en los medios, control sobre las camarillas parlamentarias, etc. Generalmente no tienen problemas con el hecho de que la izquierda se haga cargo de escribir los manifiestos del partido, de hacer el reclutamiento y de generar mitos de movilización para reforzar la identidad colectiva del partido. Incluso en tiempos de flujo en una sociedad como Grecia de 2010 en adelante, este arraigo estructural de los partidos reformistas de izquierda produce situaciones en las cuales la izquierda puede ser desplazada fácilmente si es necesario, chantajeando a los miembros indecisos con llamados abstractos a la “unidad” y haciendo aparecer a los disidentes como saboteadores.»
[11] Bensaïd, D.,  “El retorno…”, op cit.
[12]Astarita, R., «La tactica trotskista del entrismo», disponible en: https://rolandoastarita.wordpress.com/2014/11/22/la-tactica-trotskista-del-entrismo-1/ y Quiroga, M., op cit. Paradójicamente, el segundo texto, que más abajo analizaremos, rechaza una táctica entrista, pero propone una política hacia el proceso bolivariano que solo puede denominarse de tal modo. En primer lugar, el compañero formula una concepción formalista del entrismo, definiéndolo según si una fuerza se encuentra dentro o fuera de un partido legal. En segundo lugar, considerarse “parte de un proceso” (como propone el compañero como táctica para la Venezuela bolivariana) solo de manera cínica para interpelar a quienes forman parte del mismo, sin caracterizar sus rasgos progresivos ni identificar tareas para radicalizar o profundizarlo, es básicamente la definición política del entrismo.
[13] Una segunda experiencia de entrismo fue la que se desarrolló, luego de la muerte de Trotsky, bajo la dirección de Pablo (Michel Raptis), donde se propuso una integración semi-clandestina a organizaciones burocráticas, incluyendo a los partidos comunistas estalinizados. La experiencia de este «entrismo sui generis», tal como fue denominado, es un caso diferente, pero aun menos pertinente para nuestro debate. Fue un «entrismo de largo plazo», pero a la vez clandestino, dada las características de las organizaciones en las que se pretendía intervenir (los partidos comunistas, entre otros, formados en un antri-trotskismo militante y autoritario).
[14] OPLC, “Hacia la construcción de un Partido de Masas con Libertad de Tendencias”. Disponible en: http://www.lacalderaop.com.ar/2016/04/hacia-la-construccion-de-un-partido-de.html
[15] A su vez, la propuesta de los compañeros no incluye ningún criterio general para determinar quiénes serían los militantes de la organización (¿cualquier persona que haga un trabajo de base con este Partido se convertiría automáticamente en militante del mismo?), ni si la centralización de la organización debería darse en términos políticos o en términos sectoriales en función del trabajo de base.
[16] Izquierda Revolucionaria, “Organizarnos para la lucha, organizarnos para la revolución”, en Revista teórico política La Caldera n.º 1.
[17]  Bensaïd, D., Crémieux, L., Duval, F. & Sabadó, F, “Carta de los camaradas de la LCR a Alex Callinicos (SWP)”. Disponible en: http://www.democraciasocialista.org/?p=5375
[18] Manos Skoufoglou, «La intervención de la IV en Grecia». Disponible en: http://puntodevistainternacional.org/articulos-y-noticias/estrategia/264-conferencia-de-mannhein.html
[19] En un texto reciente, lxs compañerxs de OPLC desarrollan una caracterización del proceso venezolano que se mantiene, aunque con ambigüedades, demasiado cerca de esta matriz de interpetación. Por un lado, plantean que “se sienten cercanos de las fuerzas que, planteándose dentro del “proceso bolivariano”, han buscado mantener una política de crítica al gobierno e independencia de clase”, formulación con la que podríamos acordar. Pero, por otro lado, no caracterizan que el proceso haya jugado un rol progresivo en la lucha de clases en Venezuela y se limitan a darle apoyos electorales tácticos, “especialmente en un sentido anti-golpista”, política que no se distingue, por ejemplo, de los llamados esporádicos del Partido Obrero a votar por Evo en 2005 en Bolivia o el apoyo parcial a Tsipras en 2015. En rigor, defender políticas de unidad anti-golpista no es más que el ABC de la política de lxs revolucionarixs marxistas ante cualquier gobierno democrático-burgués que se enfrenta a un peligro fascista, y es insuficiente para dar cuenta del rol positivo que cumplió el gobierno venezolano en su impacto sobre la experiencia política de las masas. Ver Quiroga, M., op cit.

La estrategia socialista y el partido

<GILBERT ACHCAR>
<Tomado de Punto de Vista Internacional>

A continuación se transcribe la charla titulada “Marxismo, estrategia socialista y el partido” de Gilbert Achcar, pronunciada en la iniciativa sudafricana Dialogues for an Anti-capitalist Future. En ella, Achcar recorre las concepciones del partido desde Marx hasta el presente y sus implicaciones para la estrategia socialista de hoy. Esta transcripción ha sido revisada, editada y completada por Gilbert Achcar. La grabación original de la charla puede encontrarse aquí.

Gracias por invitarme a intervenir en esta reunión. Es una gran oportunidad para mí de discutir estos temas con camaradas de África, el continente donde nací y crecí como nativo de Senegal.

El tema definido por los organizadores es bastante amplio: “El marxismo, la estrategia socialista y el partido”. Estos temas están todos en singular, aunque abarcan una pluralidad de casos y una gran variedad de situaciones. Hay muchos marxismos, como todo el mundo sabe, cada marca cree que es la única real y auténtica. Y ciertamente hay muchas estrategias socialistas posibles, ya que las estrategias se elaboran normalmente en función de las circunstancias concretas de cada país. No puede haber una estrategia socialista global que sea igual en todas partes y en cualquier lugar. Del mismo modo, yo diría que no hay una única concepción del partido que sea válida para todos los tiempos y países. Las cuestiones estratégicas y organizativas deben estar relacionadas con las circunstancias locales. De lo contrario, se obtiene lo que León Trotsky llamó acertadamente “internacionalismo burocráticamente abstracto”, y eso siempre resulta muy estéril. Tengamos esto en cuenta.

Discutiré algunas concepciones que se desarrollaron en el curso de la historia del marxismo ya que nuestra discusión se adhiere a un marco marxista. Y trataré de llegar a algunas conclusiones extrayendo lecciones de la ya larga experiencia del marxismo.

Marx y Engels, el Manifiesto Comunista y la Primera Internacional

Podemos fechar el nacimiento del marxismo como orientación política combinada teórica y práctica en el Manifiesto del Partido Comunista que salió a la luz en 1848. Es una larga historia, que nos obliga a reflexionar sobre el enorme cambio de condiciones entre nuestro actual siglo XXI y la época en que nació el marxismo. Sin embargo, Marx y Engels mostraron mucha flexibilidad desde el principio, a partir de este documento fundacional del marxismo como movimiento político. La sección sobre la relación de los comunistas con los otros partidos de la clase obrera es bien conocida, y bastante importante e interesante porque enmarca el tipo de pensamiento político relacionado con la emergente teoría marxista, que todavía estaba en su fase inicial. Es una expresión temprana de la perspectiva marxista y, como tal, no es perfecta, sin duda. Pero es un documento histórico muy importante para trazar una nueva perspectiva política global. Concebido como un manifiesto político, está muy relacionado con la acción.

En él, leemos esas famosas líneas: “¿En qué relación se encuentran los comunistas con el conjunto de los proletarios? Los comunistas no forman un partido separado y opuesto a los demás partidos de la clase obrera”. Esto, por supuesto, no quiere decir que los comunistas no formen un partido propio, ya que el propio título del documento es Manifiesto del Partido Comunista. De hecho, una traducción más exacta del original alemán habría sido: “Los comunistas no son un partido especial en comparación con los demás partidos de la clase obrera”. (“Die Kommunisten sind keine besondere Partei gegenüber den andern Arbeiterparteien”). Lo que en realidad se subraya aquí es que el Partido Comunista no es diferente de los demás partidos de la clase obrera. En cuanto a lo que se entiende por “otros partidos de la clase obrera”, esto se aclara unas líneas más adelante, pero la idea de que los comunistas no se oponen a ellos se explica justo después.

“Ellos”, es decir, los comunistas, “no tienen intereses separados y aparte de los del proletariado en su conjunto”. En otras palabras, los comunistas no forman una secta peculiar con su propio programa. Luchan por los intereses de toda la clase proletaria. Son parte integrante del proletariado y luchan por sus intereses de clase, no por intereses propios. Esta es una cuestión muy importante, porque sabemos por la historia que muchos partidos de la clase obrera llegaron a desprenderse, como bloques de intereses particulares, del conjunto de la clase. La historia está llena de esos casos.

Así, los comunistas no tienen ningún interés separado y aparte de los del proletariado en su conjunto. No tienen principios sectarios propios, que se separen de las aspiraciones de la clase. ¿Qué es entonces lo que distingue a los comunistas? “Se distinguen de los demás partidos de la clase obrera sólo por esto”: dos puntos siguen:

  1. La perspectiva internacionalista o la comprensión de que, “en las luchas nacionales de los proletarios de los diferentes países, [los comunistas] señalan y llevan al frente los intereses comunes de todo el proletariado”. Esta idea del proletariado como clase global con intereses independientes de la nacionalidad (“von der Nationalität unabhängigen Interessen”) es un rasgo distintivo de los comunistas en el Manifiesto.
  2. La búsqueda del objetivo final de la lucha de la clase obrera, que es la transformación de la sociedad y la abolición del capitalismo y de la división de clases. En las distintas etapas de la lucha contra la burguesía, los comunistas representan esta perspectiva a largo plazo. Siempre tienen presente el objetivo final, y nunca lo pierden de vista empantanándose en luchas seccionales o reivindicaciones parciales.

Estos son los dos rasgos distintivos de los comunistas como sección de la clase obrera, como grupo o partido dentro de la clase obrera, que lucha por los intereses de toda la clase. Esto tiene implicaciones tanto prácticas como teóricas. En el plano práctico, los comunistas constituyen “la sección más avanzada y decidida de los partidos de la clase obrera de todos los países”. Son los más decididos en la práctica política, ya que siempre impulsan el movimiento hacia adelante, hacia una mayor radicalización. En el plano teórico, gracias a su perspectiva analítica, los comunistas tienen una comprensión amplia y completa de las distintas luchas. Ese es al menos el papel que desean desempeñar.

“El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios”. Es importante este renovado énfasis en lo común, la idea de que nosotros, los comunistas -y aquí escriben Marx y Engels- no somos más que uno de los partidos proletarios, no el único partido proletario. La pretensión sectaria de constituir el único partido de la clase obrera y de que ningún otro partido representa a la clase no es, en definitiva, la concepción que aquí se defiende.

¿Y cuál es el objetivo inmediato de los comunistas que se comparte con los demás partidos proletarios? Es una buena indicación de lo que Marx y Engels querían decir con otros partidos proletarios. Ese objetivo es “la formación del proletariado como clase, el derrocamiento de la supremacía burguesa y la conquista del poder político por el proletariado”. Estos objetivos definen lo que los dos autores entendían por partidos proletarios. Y arrojan luz sobre la frase inicial que dice que “los comunistas no forman un partido separado y opuesto a los demás partidos de la clase obrera” (o un partido especial en comparación con los demás). Por partidos de la clase obrera, Marx y Engels entendían todos los partidos que luchan por estos objetivos: la formación política de la clase, el derrocamiento del dominio burgués y la conquista del poder político por el proletariado.

Más allá de esto, lo que la biografía política y los escritos de Marx y Engels muestran claramente es que no tenían una teoría general del partido; no estaban interesados en elaborar tal teoría general. Creo que esto se debe al punto del que partí: que el partido es una herramienta para la lucha de clases, para la lucha revolucionaria, y esta herramienta debe adaptarse a las diferentes circunstancias. No puede haber una concepción general del partido, válida para todos los tiempos y países. El partido de clase no es una secta religiosa con un mismo modelo en todo el mundo. Es un instrumento de acción que debe adaptarse a las circunstancias concretas de cada tiempo y país.

Esta adaptación a las circunstancias reales estuvo constantemente en juego en la historia política de Marx y Engels, desde su temprano compromiso político con un grupo que rápidamente encontraron demasiado sectario -un grupo que estaba más cerca de la perspectiva blanquista- hasta la visión más elaborada que expresaron en 1850 a la luz de la ola revolucionaria que Europa había presenciado en 1848. En un famoso texto centrado en Alemania, el Discurso del Comité Central a la Liga Comunista, los dos amigos describieron a los comunistas aplicando exactamente el planteamiento que habían esbozado en el Manifiesto Comunista, esforzándose por impulsar el proceso revolucionario y abogando por la organización del proletariado al margen de otras clases.

Para ello, llamaban a la formación de clubes de trabajadores. Tenían en mente el precedente de la Revolución Francesa, en la que clubes políticos como los jacobinos fueron actores clave. Abogaron por lo mismo para Alemania en 1850, pero esta vez como clubes proletarios (formando lo que hoy llamaríamos un partido de masas) cuya táctica debería consistir en superar constantemente a los demócratas burgueses o pequeñoburgueses. El partido proletario debe hacerlo para impulsar el proceso revolucionario, convirtiéndolo en un proceso continuo: «revolución permanente» es el término que utilizaron en ese famoso documento.

Marx y Engels pasaron después varios años sin participar formalmente en una organización política, hasta la fundación de la Primera Internacional en 1864. El papel que veían para ellos en ese momento era actuar directamente a nivel internacional, en lugar de involucrarse en una organización nacional. La Primera Internacional aglutinó un amplio abanico de corrientes. Era cualquier cosa menos monolítica, incluyendo lo que hoy llamaríamos reformistas de izquierdas, junto con anarquistas y, por supuesto, marxistas. Los anarquistas estaban formados principalmente por dos corrientes diferentes: los seguidores del francés Proudhon y los del ruso Bakunin. Así, diversas tendencias y organizaciones obreras se unieron a la Primera Internacional, cuyo nombre oficial era Asociación Internacional de Trabajadores, en el lenguaje arcaico de la época.

La Primera Internacional culminó con la Comuna de París. Este año hemos celebrado el 150 aniversario de la Comuna de París, el levantamiento de las masas obreras, trabajadores y pequeña burguesía parisina, que comenzó el 18 de marzo de 1871 y terminó con una sangrienta represión después de unos dos meses y medio. Este trágico desenlace puso fin a la Internacional tras un fuerte aumento de las luchas internas entre facciones, como ocurre muy a menudo en épocas de retroceso y reflujo.

La Segunda Internacional, la socialdemocracia, Lenin y Luxemburgo

La siguiente etapa fue el surgimiento de la socialdemocracia alemana, que Marx y Engels siguieron muy de cerca desde Inglaterra. Uno de los textos famosos de Marx es la Crítica del Programa de Gotha, que es un comentario sobre el proyecto de programa del Partido Socialista Obrero de Alemania antes de su convención fundacional en 1875.

Los integrantes de la Segunda Internacional eran diferentes de los grupos implicados en la Primera, y comprendía una gama más estrecha de puntos de vista políticos. Aunque estaba bastante abierta al debate, los anarquistas no eran bienvenidos en sus filas. La Segunda Internacional se basaba en partidos obreros de masas que participaban en toda la gama de formas de lucha de clases, desde la sindical hasta la electoral, luchas que se habían vuelto cada vez más posibles de librar legalmente en la mayoría de los países europeos a finales del siglo XIX.

Estos partidos obreros implicados en la lucha de masas surgieron con el telón de fondo de una crítica al blanquismo, que es la idea de que un pequeño grupo de revolucionarios ilustrados puede tomar el poder por la fuerza, mediante un golpe de estado, y reeducar a las masas después de tomar el poder. Esta perspectiva, que surgió de una de las corrientes radicales que se desarrollaron a partir de la Revolución Francesa, había sido fuertemente criticada por Marx y Engels como ilusoria y contrapuesta a su concepción profundamente democrática del cambio revolucionario.

Desde la época de Marx y Engels, el marxismo ha pasado por varios avatares, como sabemos, pero el más dominante en el siglo XX fue indiscutiblemente el modelo ruso. Más concretamente, fue la variante del marxismo desarrollada por la facción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, una sección de la Segunda Internacional. Tras la escisión del partido en 1912, ambas alas -bolchevique y menchevique- siguieron afiliadas a la Internacional, que pronto entró en crisis con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914.

Las condiciones rusas, por supuesto, eran bastante excepcionales comparadas con las de Francia o Alemania, o con las de la mayoría de los demás países donde había grandes secciones de la Internacional. Rusia estaba gobernada por el zarismo, un estado muy represivo que no permitía ninguna libertad política, excepto durante breves períodos. Los revolucionarios rusos tuvieron que trabajar en la clandestinidad la mayor parte del tiempo, escondiéndose de la policía política.

Es a la luz de estas condiciones tan específicas que hay que considerar el nacimiento del leninismo como teoría del partido. Nació a principios del siglo pasado, siendo su primer documento importante el libro de Lenin ¿Qué hacer? (1902). Este libro ofrecía una concepción de la organización y la lucha que era en gran medida fruto de las circunstancias que he descrito: el partido clandestino de revolucionarios profesionales que actuaban de forma conspirativa, que era la única forma en que los revolucionarios podían actuar en las circunstancias de aquella época en Rusia.

Y, sin embargo, cuando examinamos la evolución del pensamiento de Lenin al respecto, vemos que después de la Revolución de 1905, modificó su perspectiva hacia una mejor valoración del potencial de radicalización espontánea de las masas obreras. Mientras que en un principio había insistido en que la inclinación espontánea de los trabajadores estaba obligada a permanecer dentro de los límites de una perspectiva sindicalista, después de 1905 se dio cuenta de que las masas obreras podían, en algunos momentos, ser más revolucionarias que cualquier otra organización, ¡incluida la suya!

Sin embargo, esto no resolvió la disputa que se desarrolló antes de 1905 entre mencheviques y bolcheviques sobre la concepción del partido: ¿Cuántos miembros debe tener el partido? ¿Qué condiciones debe haber para la afiliación? ¿Deberían todos los miembros del partido estar plenamente comprometidos con la actividad política diaria, o debería la afiliación incluir a los simpatizantes que pagan cuotas, independientemente de su nivel de participación activa? Este debate se intensificó en 1903. Pero cuando el partido se dividió años más tarde, en 1912, la divergencia más seria fue política -la actitud hacia la burguesía liberal- más que organizativa. Esto explica la actitud de alguien como Trotsky, que era muy crítico con la concepción del partido expresada en ¿Qué hacer?, aunque seguía estando políticamente más cerca de los bolcheviques. De ahí su postura conciliadora hacia ambas alas después de 1912, ya que estaba de acuerdo y en desacuerdo con cada una de ellas en diferentes cuestiones.

Durante ese mismo periodo, Rosa Luxemburg fue en realidad más crítica con el Partido Socialdemócrata Alemán que Lenin. Mientras que Lenin consideraba al partido como un modelo y una inspiración clave, Rosa Luxemburg era la crítica de izquierda más prominente de la dirección del partido. Ella también criticaba la concepción de Lenin sobre el partido, porque creía fundamentalmente en el potencial revolucionario de las masas obreras y en su capacidad para desbancar a la dirección del partido socialdemócrata en tiempos revolucionarios.

Esta breve, y sólo parcial, visión de conjunto basta para mostrar que existía una compleja variedad de concepciones del partido obrero y de su papel. Este hecho hace que sea aún más importante considerar las diferentes condiciones de los distintos países en los que se encontraban los portadores de estos puntos de vista. El partido bolchevique se convirtió en un gran partido de masas en 1917. En el curso de la radicalización y el proceso revolucionario de ese año, el partido se ganó a una gran parte de la clase obrera rusa y a otros componentes de la base social de la Revolución Rusa: soldados, campesinos y otros. Para absorber la radicalización de masas en curso, el partido abrió ampliamente sus filas. Vemos aquí en acción la flexibilidad de la forma organizativa que es necesaria para adaptarse a las circunstancias cambiantes.

La fórmula centralismo democrático, que suele atribuirse al leninismo, no procede en realidad de Lenin. Resume el funcionamiento organizativo de la socialdemocracia alemana, indicando la combinación de democracia en el debate y centralismo en la acción. No pretendía impedir el debate. Al contrario, se hacía hincapié en la mitad democrática de la expresión. Incluso en las duras condiciones de la Rusia zarista, siempre hubo muchas discusiones, disputas abiertas y creación de facciones organizativas dentro de cada ala del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Las discusiones salieron a la luz dentro de la propia Rusia cuando las condiciones cambiaron en 1917.

Sólo más tarde -en 1921, en el contexto de las difíciles condiciones resultantes de la guerra civil- se prohibieron las facciones en el Partido Comunista (heredero del ala bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata), una decisión que resultó ser un error fatal. No resolvió ningún problema, sino que fue utilizada por una facción del partido, un grupo dentro de su dirección, para hacerse con el control total del partido y deshacerse de cualquier oposición. Ese fue el comienzo de la mutación estalinista.

En 1924, Stalin redefinió el leninismo y lo consagró en un conjunto de dogmas. Esto incluía una concepción muy centralista y antidemocrática del partido: el culto al partido y a su dirección, la disciplina férrea, la prohibición de las facciones y, por tanto, de la discusión organizada dentro del partido. Allí se expone la concepción del partido como instrumento de la dictadura del proletariado, una visión ajena no sólo a Marx y Engels, sino incluso a un libro como Estado y revolución (1917) de Lenin, en el que el partido ni siquiera se menciona en la definición de esa dictadura (esto, en cierto modo, es realmente un problema, ya que el libro debería haber discutido los derechos y el papel de los partidos después de la revolución). Pero el punto clave es que esta idea -que el partido encarna la dictadura del proletariado- también se convirtió en parte de lo que se consideraba predominantemente como leninismo en esa época.

Gramsci, guerra de posición y maniobra

De la misma manera que se desarrollaron varios avatares del marxismo, ha habido varios leninismos: el de los estalinistas, que acabo de describir, y otros leninismos, especialmente entre los grupos que se autodenominan trotskistas. Algunos de estos últimos estaban en realidad bastante cerca de la versión estalinista; en el lado opuesto, encontramos a alguien como Ernest Mandel, el marxista belga, cuyo leninismo está bastante cerca de la perspectiva de Rosa Luxemburg.

Una reflexión muy interesante que se desarrolló después de la Revolución Rusa es la de Antonio Gramsci, el famoso marxista italiano. Al considerar los acontecimientos que se desarrollaron en Europa, destacó la diferencia entre las condiciones de Rusia y las de Europa Occidental. Volvemos aquí, de nuevo, a nuestro punto de partida: las circunstancias, la situación concreta de cada país y región. En Europa Occidental, la democracia liberal iba acompañada de la hegemonía burguesa. La burguesía, para gobernar, no se basaba sólo en la fuerza, sino también en el consentimiento de una mayoría popular.

Y hay que tener en cuenta esa gran diferencia, en lugar de limitarse a copiar la experiencia rusa. En las condiciones típicas de Occidente, el partido obrero debe esforzarse por construir una contrahegemonía, es decir, por ganarse el apoyo de la mayoría para romper con la dominación ideológica burguesa. Debe librar una guerra de posiciones en condiciones democráticas liberales que permita al partido conquistar posiciones dentro del propio Estado burgués a través de las elecciones. Esa guerra de posición es el preludio de una guerra de maniobras, una distinción tomada de la estrategia militar. En una guerra de posición, una fuerza armada se atrinchera en posiciones y bastiones, mientras que, en una guerra de maniobra, las tropas se ponen en movimiento para ocupar el territorio del enemigo y romper su fuerza armada. Por lo tanto, en las condiciones típicas de Occidente, el partido obrero debe prever una guerra de posición prolongada, estando al mismo tiempo preparado para pasar a una guerra de maniobra, si y cuando esto sea necesario.

Una concepción materialista del partido, Internet

Permítanme añadir a todo esto lo que yo llamaría una concepción materialista del partido. Para los marxistas, el punto de partida para evaluar las condiciones sociales y políticas es el materialismo histórico: las formas de organización de una sociedad determinada tienden a corresponder a sus medios tecnológicos. Este axioma puede extenderse a todas las formas de organización: normalmente se adaptan a las condiciones materiales. Este es el caso de los modos de gestión de las empresas capitalistas. Lo mismo ocurre con la organización revolucionaria: su tipo y su forma dependen en gran medida de los medios que utiliza para producir su literatura, que a su vez están determinados por la tecnología y las libertades políticas disponibles. Así, si un partido depende principalmente de la imprenta clandestina, es necesariamente una organización conspirativa que requiere un alto grado de centralización y secretismo. Si puede imprimir su literatura de forma abierta y legal, puede ser una organización abierta y democrática (si es conspiradora por elección, más que por necesidad, suele ser más una secta que un partido). Esto nos lleva a Internet como una gran revolución tecnológica en la comunicación. La creencia de que este cambio tecnológico no debe afectar a la concepción del partido es el signo inequívoco de que éste se ha convertido en una organización dogmática de tipo religioso.

Hoy en día, todas las formas de organización están muy condicionadas por la existencia de Internet. Por ello, el trabajo en red se ha convertido en una forma de organización mucho más extendida de lo que podía ser antes. El trabajo en red que permiten las redes virtuales, como los medios sociales, también puede facilitar la constitución de redes físicas. Gracias a Internet, es posible un funcionamiento mucho más democrático, tanto en el intercambio de información como en la toma de decisiones. No es necesario reunir físicamente a personas que se encuentran a grandes distancias cada vez que hay que celebrar un debate y decidir democráticamente.

El potencial de Internet es enorme, y sólo estamos al principio de su uso. Alimenta la fuerte aversión al centralismo y a los cultos de liderazgo que existe entre la nueva generación. Creo que es bastante saludable que exista tal rebeldía entre la nueva generación, en comparación con los patrones que prevalecían en el siglo XX.

El trabajo en red está a la orden del día. Empezó pronto con los zapatistas, que defendían este tipo de organización en los años 90. Una encarnación importante hoy en día es el Black Lives Matter (BLM). Este movimiento comenzó hace unos años, principalmente como una red en torno a una plataforma en línea y un conjunto de principios compartidos. Los capítulos locales sólo se comprometen con los principios generales del movimiento, que no tiene una estructura central: sólo una red horizontal sin un centro dirigente; sin jerarquía, sin verticalidad. Es en gran medida un producto de nuestro tiempo que no habría sido posible a tal escala antes de la tecnología moderna. Es una buena ilustración de la concepción materialista de la organización.

El trabajo en red también está presente en otro gran acontecimiento reciente, ocurrido en el continente africano, en Sudán. La revolución sudanesa que comenzó en diciembre de 2018 ha sido testigo de la formación de Comités de Resistencia, que son capítulos locales mayormente activos en los barrios urbanos, cada uno de los cuales involucra a cientos de miembros, en su mayoría jóvenes. En cada una de las principales zonas urbanas hay decenas de estos comités, con cientos de participantes cada uno. Decenas de miles de personas se organizan así en las principales zonas urbanas. Funcionan como el BLM: principios comunes, objetivos comunes, ausencia de liderazgo central, uso intensivo de las redes sociales. Sin embargo, no se han inspirado en BLM. Son, más bien, un producto de la época, un producto de la mencionada aversión a las experiencias centralizadas del pasado y sus tristes resultados, combinado con la nueva tecnología.

Esto, sin embargo, no anula la necesidad de la organización política de los afines, de personas que -como los comunistas del Manifiesto Comunista- comparten puntos de vista específicos y quieren promoverlos. Pero el grado cualitativamente más alto de democracia organizativa que permite la tecnología moderna se aplica igualmente a esos partidos de afines. Los [revolucionarios marxistas] deben aspirar a construir un partido de masas de la clase obrera y eventualmente dirigirlo, siempre y cuando logren convencer a la mayoría de sus puntos de vista. Por eso también deben unirse a los partidos de masas, obreros y anticapitalistas, cuando éstos existan, o bien contribuir a su construcción.

Para terminar, el punto clave que señalé al principio es que el tipo de organización depende de las condiciones concretas del lugar donde se va a construir. El tiempo y el lugar son decisivos, además de la dimensión tecnológica. Es muy importante evitar caer en el sectarismo de los autoproclamados partidos de vanguardia. La vanguardia es un estatus que debe adquirirse en la práctica, no proclamarse. Para ser realmente una vanguardia, debe ser considerada como tal por las masas.

Los revolucionarios marxistas que deseen construir un partido de vanguardia deben considerarse a sí mismos, como en el Manifiesto Comunista, como parte de un movimiento de clase más amplio que incluye otras organizaciones de diferentes tipos. Deben aspirar a construir un partido de masas de la clase obrera y eventualmente dirigirlo, siempre y cuando logren convencer a la mayoría de sus puntos de vista. Por eso también deben unirse a los partidos de masas, obreros y anticapitalistas donde existan, o bien contribuir a su construcción. No es construyendo un autoproclamado partido de vanguardia y reclutando miembros a sus filas uno por uno como se construye un partido de masas. No funciona así. Además, el socialismo sólo puede ser democrático. Es banal decirlo, pero significa que no se puede cambiar la sociedad a mejor sin una mayoría social a favor del cambio. De lo contrario, como la historia nos ha demostrado tan trágicamente, se acaba produciendo el autoritarismo y la dictadura. Y eso tiene un precio enorme.

Mi último punto es sobre la necesidad de la vigilancia democrática contra los efectos corrosivos de las instituciones burguesas y las tendencias burocráticas. No todos los países del mundo, pero sí la mayoría, son países en los que actualmente es posible emprender la guerra de posición descrita por Gramsci, que incluye una lucha dentro de las instituciones electivas del Estado burgués. Esto debe combinarse con una lucha desde el exterior, por supuesto, a través de los sindicatos y diversas formas de lucha de clases, como huelgas, sentadas, ocupaciones, manifestaciones, etc.

En el curso de la guerra de posición, los revolucionarios se enfrentan a los efectos corrosivos de las instituciones burguesas, porque los funcionarios elegidos pueden verse afectados por el poder corruptor del capitalismo. Lo mismo puede decirse del poder corruptor de la burocracia, que está en juego dentro de los sindicatos y otras instituciones de la clase obrera. Los revolucionarios deben permanecer atentos a estos riesgos inevitables y pensar en nuevas formas de evitar que prevalezca este efecto corrosivo. Esa es también una parte clave de las lecciones de la historia que debemos tener en cuenta.

25/04/2021
https://puntodevistainternacional.org/la-estrategia-socialista-y-el-partido/